Estaba en Sonora, en casa de don Juan, profundamente dormido sobre mi cama, cuando me despertó. Me había quedado despierto casi toda la noche reflexionando sobre algunos conceptos que me había estado explicando.
-Ya has descansado bastante -me dijo con firmeza, casi bruscamente sacudiéndome por los hombros-. No le des rienda suelta al cansancio. Tu cansancio, más que cansancio, es el deseo de no fastidiarte.
Hay algo en ti que se ofende al sentirse fastidiado. Pero es sumamente importante que exacerbes esa parte de ti hasta que se desmorone. Vamos a hacer una caminata.
Don Juan tenía razón. Había algo en mí que se ofendía inmensamente al sentirse fastidiado. Quería dormir durante días y no pensar más en los conceptos chamánicos de don Juan.
Totalmente contra mi voluntad, me levanté y lo seguí. Don Juan había preparado un almuerzo que me tragué como si no hubiera comido durante días y entonces salimos de la casa con dirección hacia el este, hacia las montañas.
Había andado tan aturdido que no me había fijado que era muy de mañana hasta que vi el sol, que daba justo sobre la cordillera al este. Quería decirle a don Juan que había dormido toda la noche sin moverme, pero me calló.
Me dijo que íbamos a hacer una expedición a las montañas en busca de unas plantas específicas.
-¿Qué va a hacer con las plantas que va a juntar, don Juan? -le pregunté en cuanto nos dispusimos a caminar.
-No son para mí -me dijo con una sonrisa-. Son para un amigo mío, un botánico y farmacéutico. Hace pociones con ellas.
-¿Es yaqui, don Juan? ¿Vive aquí en Sonora? -le pregunté. -No, no es yaqui y no vive aquí en Sonora. Ya lo conocerás uno de estos días.
-¿Es brujo, don Juan? -Sí, es brujo -me respondió con tono guasón.
Le pregunté si podía llevar algunas de las plantas a los jardines botánicos de UCLA, para identificarlas, -¡Por supuesto, claro! -me contestó.
Ya me había dado cuenta de que cuando me decía «por supuesto», me quería decir todo lo contrario. Era evidente que no tenía la menor intención de darme ninguno de los especímenes para identificarlos.
Sentí mucha curiosidad acerca de su amigo brujo y le pedí que me contara más, que me lo describiera, que me dijera dónde vivía y cómo lo conoció.
-¡So, so, so! -me dijo don Juan como si fuera caballo-.
-¡Espera, espera! ¿Quién eres, el profesor Lorca? ¿Quieres estudiar su sistema cognitivo?
Íbamos penetrando en las áridas calinas cercanas. Don Juan caminaba sin parar durante horas. Pensé que la tarea de ese día iba ser simplemente caminar. Finalmente paró y se sentó al costado de la colina donde daba sombra.
-Ya es tiempo que empieces uno de los proyectos mayores de la brujería -dijo don Juan.
-¿A qué proyecto de la brujería se refiere usted, don Juan? -le pregunté. -Se llama la recapitulación -me dijo-. Los antiguos chamanes lo llamaban hacer el recuento de los sucesos de tu vida y para ellos empezó como una técnica sencilla, una estratagema para ayudarles a recordar lo que estaban haciendo y diciendo a sus discípulos.
Para sus discípulos, la técnica tuvo el mismo valor; les ayudaba a recordar lo que les habían dicho y hecho sus maestros. Tuvieron que pasar por terribles trastornos sociales, como ser conquistados y vencidos varias veces, antes de que los antiguos chamanes se dieran cuenta de que su técnica tenía mayor alcance.
-¿Se refiere usted, don Juan, a la conquista española? -le pregunté.
-No -me dijo-. Eso fue sólo el golpe de gracia. Antes hubo trastornos más devastadores. Cuando llegaron los españoles, los antiguos chamanes ya no existían. Ya para entonces, los discípulos de aquellos que habían sobrevivido otros trastornos, se habían vuelto muy cautelosos. Sabían cuidarse.
Fue ese nuevo grupo de chamanes el que le dio el nombre nuevo de recapitulación a la técnica de los antiguos chamanes.
El tiempo tiene un enorme valor -continuó-. Para los chamanes en general, el tiempo es esencial. El desafío que tengo ante mí, es que dentro de una unidad muy compacta de tiempo tengo que atestarte con todo lo que hay que saber de la brujería como una proposición abstracta, pero para hacer eso tengo que construir en ti el espacio debido.
-¿Qué espacio? ¿De qué me habla usted, don Juan?
-La premisa de los chamanes es que para llenar algo, hay que crear un espacio donde ubicarlo -me dijo-. Si estás repleto de todos los detalles de la vida cotidiana, no hay espacio para nada nuevo. Ese espacio hay que construirlo. ¿Comprendes? Los antiguos chamanes creían que la recapitulación de tu vida creaba ese espacio. Lo crea y mucho más, por supuesto.
Los chamanes llevan a cabo la recapitulación de una manera muy formal -continuó-. Consiste en escribir una lista de todas las personas que han conocido, desde el presente hasta el mismo principio de la vida. Una vez que hicieron esa lista, toman a la primera persona que aparece y recuerdan todo lo que pueden acerca de esa persona. Y quiero decir todo; cada detalle. Es mejor recapitular desde el presente hacia el pasado porque los recuerdos del presente están vivos, y de esa manera, la habilidad para recordar se afila. Lo que hacen los practicantes es recordar y respirar. Inhalan lenta y deliberadamente, abanicando la cabeza de derecha a izquierda, en un vaivén casi imperceptible, y exhalan de la misma manera.
Dijo que las inhalaciones y las exhalaciones deben ser naturales; si son demasiado rápidas, uno podría entrar en algo que se llama respiraciones fatigantes: respiraciones que requerirían respiraciones más lentas después, para calmar los músculos.
-¿Y qué quiere que haga con todo esto, don Juan? -le pregunté. -Empiezas a hacer tu lista ahora mismo -dijo-. Divídela por años, por trabajos, arréglala en el orden que quieras, pero hazla secuencial, con la persona más reciente al principio, y termina con Mami y Papi. Y luego, recuerda todo acerca de ellos. Sin más ni más. Al practicar, te vas a dar cuenta de lo que estás haciendo.
Durante mi siguiente visita a su casa, le dije a don Juan que había estado repasando todos los sucesos de mi vida meticulosamente, y que era muy difícil adherirme a su formato estricto y seguir mi lista de personas una por una. Generalmente, mi recapitulación me llevaba por uno y otro camino. Dejaba que los sucesos decidieran la vertiente de mi recuerdo.
Lo que hacía, que era volitivo, era adherirme a una unidad general del tiempo. Por ejemplo, había empezado con la gente del departamento de antropología, pero dejaba que mis recuerdos me llevaran a cualquier momento, empezando con el presente y retrocediendo en el tiempo hasta el día en que empecé a asistir a UCLA. Le dije a don Juan que había descubierto algo muy curioso que había olvidado por completo, y era que no tenía yo idea alguna de que existía UCLA, hasta que una noche vino a Los Ángeles la que había sido compañera de cuarto de mi novia en la universidad y fuimos al aeropuerto por ella.
Iba a estudiar musicología en UCLA. Su avión llegó ya entrada la tarde y me pidió que la llevara a la ciudad universitaria para poder echarle un vistazo al lugar donde iba pasar los próximos cuatro años de su vida. Yo sabía dónde estaba porque había pasado delante de la entrada en el Boulevard de Sunset interminables veces camino de la playa.
Sin embargo, nunca había entrado. Estaban entre semestres. La poca gente que encontramos nos dirigió al departamento de música. El campo universitario estaba vacío, pero lo que atestigüé subjetivamente fue la cosa más exquisita que jamás he visto. Fue un deleite para mis ojos. Los edificios parecían estar vivos de su propia energía.
Lo que iba ser una visita superficial al departamento de música, se convirtió en un recorrido gigantesco por toda la universidad. Me enamoré de la UCLA. Le comenté a don Juan que la única cosa que me aguó la fiesta fue el enojo de mi novia cuando insistí que camináramos alrededor de toda la ciudad universitaria.
-¿Qué demonios puede haber aquí? -me gritó en tono de protesta-. Es como si nunca hubieras visto una ciudad universitaria en tu vida. Si has visto una, las has visto todas.
¡Lo que pasa es que estás tratando de impresionar a mi amiga con tu sensibilidad! Pero no era el caso, y con vehemencia les dije que estaba genuinamente impresionado por la belleza que me rodeaba.
Sentía tanta esperanza en esos edificios, tanta promesa, y sin embargo no podía expresar mi estado subjetivo.
-¡He asistido a la escuela casi toda mi vida! -dijo mi novia entre dientes-. ¡Y estoy harta y cansada! ¡Nadie va a encontrar ni mierda aquí! No son más que cuentos y ni siquiera te preparan para enfrentarte a las responsabilidades de la vida.
Cuando dije que quería estudiar allí, se puso aún más fúrica.
-¡Ponte a trabajar! -me gritó-. ¡Ve y enfréntate a la vida de ocho a cinco y déjate de mierdas! ¡Eso es lo que es la vida: trabajar de ocho a cinco, cuarenta horas por semana!
¡Mira el resultado! Mírame a mí: estoy super-educada y no estoy preparada para un empleo. Lo único que yo sabía es que nunca había visto un lugar tan bello. Hice la promesa que iría a estudiar a UCLA, no importaba cómo, pasara lo que pasara, contra viento y marea.
Mi deseo tenía todo que ver conmigo y a la vez, no estaba impulsado por una necesidad de gratificación inmediata. Era más bien una cuestión en el reino del asombro. Le dije a don Juan que el enojo de mi novia me había sacudido tanto que empecé a verla de manera distinta, y que según mi recuerdo, fue la primera vez que un comentario había suscitado en mí tan fuerte reacción.
Vi facetas de carácter en mi novia que no había visto anteriormente, facetas que me llenaron de un miedo espantoso.
-Creo que la juzgué muy mal -le dije a don Juan-. Después de nuestra visita a la universidad, nos fuimos distanciando. Era como si UCLA nos hubiera dividido. Yo sé que es absurdo pensar así.
-No es absurdo -dijo don Juan-. Es una reacción totalmente válida. Mientras caminabas por la universidad, estoy seguro de que tuviste un encuentro con el intento.
Hiciste el intento de estar allí, y tenías que soltarte de cualquier cosa que se te opusiera. Pero no exageres -prosiguió-. El toque del guerrero-viajero es muy ligero, aunque muy cultivado.
La mano del guerrero-viajero empieza como una mano de hierro, pesada y apretada, pero se convierte en la mano de un duende, una mano de telaraña.
Los guerreros-viajeros no dejan señas ni huellas. Ése es el desafío del guerrero-viajero.
Los comentarios de don Juan me hicieron caer en un profundo estado taciturno de recriminaciones contra mí mismo. Sabía, a través de lo poco que había recordado, que yo era de mano pesada en extremo, obsesivo y dominante.
Le comenté mis reflexiones a don Juan.
-El poder de la recapitulación -dijo don Juan- es que revuelve todo el desperdicio de nuestras vidas y lo hace salir a la superficie.
Entonces don Juan delineó las complejidades de la conciencia y de la percepción, que eran la base de la recapitulación. Empezó por decir que iba a presentar un arreglo de conceptos que bajo ninguna condición debía tomar como teorías chamánicas, porque era un arreglo formulado por los chamanes del México antiguo como resultado de ver energía directamente como fluye en el universo.
Me advirtió que me iba a presentar las unidades de este arreglo sin ninguna tentativa de clasificarlas o de colocarlas según una norma predeterminada.
-No estoy interesado en clasificaciones -prosiguió-.
Has estado clasificando todo a lo largo de tu vida. Ahora, por fuerza, vas a alejarte de las clasificaciones.
El otro día, cuando te pregunté si sabías algo acerca de las nubes, me diste los nombres de todas las nubes y el porcentaje de humedad que se debe esperar de cada una de ellas.
Eras un verdadero meteorólogo. Pero cuando te pregunté si sabías qué podías hacer personalmente con las nubes, no tenías idea de lo que estaba hablando.
Las clasificaciones tienen su mundo propio -continuó-. Después de que empiezas a clasificar cualquier cosa, la clasificación adquiere vida propia y te domina. Pero como las clasificaciones nunca empezaron como asuntos que dan energía, siempre se quedan como troncos muertos. No son árboles; son sencillamente troncos.
Me explicó que los chamanes del México antiguo vieron que el universo en general está compuesto de campos de energía bajo la forma de filamentos luminosos. Vieron billones por donde fuera que vieran. También vieron que estos campos de energía se configuran en corrientes de fibras luminosas, torrentes que son fuerzas constantes, perennes en el universo; y la corriente o torrente de filamentos que se relaciona con la recapitulación, fue nombrada por aquellos chamanes el oscuro mar de la conciencia, y también el Águila.
Declaró que los chamanes también descubrieron que cada criatura del universo está atada al oscuro mar de la conciencia por un punto redondo de luminosidad que era aparente cuando esas criaturas eran percibidas como energía.
Don Juan dijo que sobre ese punto de luminosidad, que los chamanes del México antiguo llamaron el punto de encaje, la percepción se encaja a través de un aspecto misterioso del oscuro mar de la conciencia. Sostuvo que bajo la forma de filamentos luminosos, billones de campos energéticos del universo en general convergen y atraviesan el punto de encaje de los seres humanos.
Estos campos energéticos se convierten en datos sensoriales que pueden ser interpretados y son percibidos como el mundo que conocemos.
Don Juan siguió explicando que lo que convierte las fibras luminosas en datos sensoriales es el oscuro mar de la conciencia. Los chamanes ven esta transformación y la llaman el resplandor de la conciencia, un brillo que se extiende como nimbo alrededor del punto de encaje.
Me advirtió que iba a hacer una declaración que, según los chamanes, era central para comprender el alcance de la recapitulación. Dando enorme énfasis a sus palabras, dijo que lo que en los organismos llamamos sentidos no son más que grados de conciencia.
Mantuvo que si aceptamos que los sentidos son el oscuro mar de la conciencia, tenemos que admitir que la interpretación que los sentidos hacen de los datos sensoriales es también el oscuro mar de la conciencia.
Me explicó con gran detalle, que el enfrentar el mundo que nos rodea bajo las condiciones que lo hacemos es el resultado del sistema de interpretación de la humanidad, con el cual todo ser humano está provisto de ello.
También dijo que todo organismo que existe debe tener un sistema de interpretación que le permita funcionar en su medio.
-Los chamanes que vinieron después de las agitaciones apocalípticas que te contaba -continuó-, vieron que al momento de la muerte, el oscuro mar de la conciencia tragaba, por decirlo así, la conciencia de las criaturas vivas a través del punto de encaje. También vieron que el oscuro mar de la conciencia tenía un momento de, digamos, vacilación al enfrentarse con chamanes que habían hecho un recuento de sus vidas.
Sin saberlo, algunos habían hecho ese recuento tan minuciosamente, que el oscuro mar de la conciencia tomaba la conciencia de sus experiencias de vida; pero no tocaba su fuerza vital.
Los chamanes habían descubierto una verdad gigantesca acerca de las fuerzas del universo: El oscuro mar de la conciencia sólo quiere nuestras experiencias de vida, no nuestra fuerza vital.
Las premisas de la declaración de don Juan me eran incomprensibles. O quizá sería más acertado decir que reconocía vagamente y a la vez profundamente, cuán funcionales eran las premisas de su explicación.
-Los chamanes creen -prosiguió don Juan- que al recapitular nuestras vidas toda la basura, como te dije, sale a superficie.
Nos damos cuenta de nuestras contradicciones, nuestras repeticiones, pero algo en nosotros se resiste tremendamente a la recapitulación.
Los chamanes dicen que el camino queda libre sólo después de una agitación gigantesca, después de que aparece en la pantalla el recuerdo de un suceso que nos sacude hasta los cimientos con una claridad de detalles terrorífica.
Es el suceso que nos arrastra hasta el momento real en que lo vivimos. Los chamanes llaman a ese suceso el acomodador, porque desde ese momento cada suceso que tocamos, no sólo se recuerda sino que se vuelve a vivir.
-Caminar precipita los recuerdos -dijo don Juan-. Los chamanes del México antiguo creían que todo lo que vivimos queda guardado como sensación en la parte trasera de las piernas.
Consideraban la parte trasera de las piernas como el almacén de la historia personal del hombre. Así es que vamos a hacer una caminata en las colinas.
Caminamos casi hasta que oscureció.
-Creo -dijo don Juan cuando ya estábamos en la casa- que te he hecho caminar lo suficiente para prepararte para esa maniobra de chamanes de encontrar un acomodador, un suceso en tu vida que recordarás con tanta claridad que va a servir de faro para iluminar todo lo demás en tu recapitulación con igual o similar claridad.
Haz lo que los chamanes llaman recapitular las piezas de un rompecabezas. Algo que te va a conducir a recordar el suceso que te servirá de acomodador.
Me dejó solo, dándome una última advertencia.
-Dale lo mejor que tienes -dijo- Dale lo máximo. Me quedé profundamente callado por un momento, quizá debido al silencio que me rodeaba. Entonces experimenté una vibración, un especie de sacudida en el pecho. Tuve dificultad para respirar, y de pronto algo se me abrió en el pecho que me permitió respirar profundamente, y una vista total de un suceso olvidado de mi niñez estalló en mi memoria, como si hubiera estado cautivo y de pronto quedara libre.
Estaba en el estudio de mi abuelo donde él tenía una mesa de billar, y estaba jugando al billar con él. Apenas iba a cumplir nueve años. Mi abuelo era un jugador hábil que me había enseñado compulsivamente todas las jugadas que sabía, para que yo pudiera dominar el juego y le hiciera partidas en serio.
Pasábamos interminables horas jugando al billar. Me volví tan bueno que un día le gané. Desde ese día, no me pudo ganar más. Muchísimas veces le daba el juego deliberadamente para complacerlo, pero él lo sabía y se ponía furioso conmigo.
Una vez se disgustó tanto que me dio en la cabeza con el taco. Para su desconcierto y deleite, a los nueve años yo hacía carambola tras carambola sin parar. Una vez, en un juego, se frustró tanto y se puso tan impaciente conmigo que tiró el taco y me dijo que jugara yo solo.
Mi naturaleza compulsiva facilitó que compitiera conmigo mismo y que hiciera la misma jugada repetidas veces hasta perfeccionarla.
Un día, un hombre célebre en el pueblo por sus contactos con el mundo del juego y dueño de un casa de billares, vino a visitar a mi abuelo. Mientras conversaban y jugaban al billar, entré por casualidad en el cuarto.
Al instante traté de escapar, pero mi abuelo me agarró y me hizo entrar.
-Éste es mi nieto -le dijo al hombre.
-Encantado de conocerte -dijo el hombre.
Me miró con dureza y luego me extendió la mano, que era del tamaño de la cabeza de una persona normal. Yo estaba horrorizado. Su carcajada descomunal me anunció que era consciente de mi incomodidad. Me dijo que se llamaba Falelo Quiroga y yo mascullé mi nombre, era muy alto y estaba muy bien vestido. Llevaba un traje azul de rayas de doble solapa con un pantalón tubo.
Debía tener unos cincuenta años por entonces, y estaba en buen estado, mostrando sólo una ligera panza. No estaba gordo; parecía cultivar la apariencia de un hombre bien nutrido que no carece de nada. La mayoría de la gente de mi pueblo era flaca. Era gente que trabajaba mucho para ganarse la vida y no tenía tiempo para lujos.
Falelo Quiroga daba la impresión opuesta. Su porte era el de un hombre que sólo tenía tiempo para lujos. Tenía un aspecto agradable. Una cara afable, bien afeitada, de ojos azules y de mirada simpática. Poseía el aire y la confianza de un médico. La gente de mi pueblo decía que tenía la capacidad de tranquilizar a cualquiera, y que debería haber sido cura, abogado o médico en vez de jugador.
También decían que ganaba más dinero en el juego que todos los médicos y abogados del pueblo puestos juntos. Tenía pelo negro, cuidadosamente peinado. Era obvio que ya se estaba poniendo calvo. Trataba de esconderlo peinándose el pelo sobre la frente.
Tenía una mandíbula cuadrada y una sonrisa totalmente ganadora. Sus dientes eran grandes, blancos y bien cuidados, algo totalmente novedoso en un lugar donde las caries abundaban.
Dos rasgos más de Falelo Quiroga que me eran notables eran sus enormes pies y sus zapatos negros de charol, hechos a mano. Me fascinaba que al caminar de un lado al otro del cuarto, no le crujieran los zapatos. Estaba acostumbrado a oír acercarse a mi abuelo por el crujido de la suelas de sus zapatos.
-Mi nieto juega muy bien al billar -le dijo mi abuelo tranquilamente a Falelo Quiroga-.
-¿Por qué no le doy mi taco para dejarlo jugar contigo mientras yo miro?
-¿Este niño juega al billar? -le preguntó el enorme hombre a mi abuelo, riéndose. -
Desde luego -le aseguró mi abuelo-. Claro que no tan bien como tú, Falelo. -¿Por qué no lo pones a prueba? Y para hacerlo más interesante para ti, para que no estés tratando a mi nieto condescendientemente, vamos a apostar un poco de dinero. ¿Qué dices si apostamos tanto como esto? Puso un manojo grueso de billetes arrugados sobre la mesa y le sonrió, moviendo la cabeza de un lado al otro como desafiando al grandote a tomar la apuesta.
-Oh, oh, tanto, ¿eh? -dijo Falelo Quiroga mirándome con un aire de interrogación. Abrió la cartera y sacó unos billetes bien doblados. Esto, para mí, era otro detalle sorprendente. Mi abuelo tenía la costumbre de llevar los billetes arrugados en todos los bolsillos. Cuando necesitaba pagar algo, siempre tenía que estirar los billetes para contarlos.
Falelo Quiroga no dijo nada, pero yo sabía que se sintió un bandido. Le sonrió a mi abuelo, y obviamente por no faltarle el respeto, puso su dinero sobre la mesa. Mi abuelo, haciendo de árbitro, fijó el juego en un cierto número de carambolas y tiró una moneda para ver quién iba a empezar.
Ganó Falelo Quiroga. -Dale todo lo que tienes, no te contengas -le insistió mi abuelo-. ¡No tengas ninguna pena en acabar con este imbécil y ganarte mi dinero!
Falelo Quiroga, siguiendo los consejos de mi abuelo, jugó tan bien como pudo, pero en una instancia, perdió una carambola por un pelo.
Tomé el taco. Sentí que me iba a desmayar, pero viendo el júbilo de mi abuelo (daba saltos de un lado a otro) me tranquilicé; y además, me irritaba ver a Falelo Quiroga casi desplomándose de risa al ver cómo yo tomaba el taco.
A causa de mi estatura, no podía inclinarme sobre la mesa, como se juega al billar normalmente. Pero mi abuelo, con una paciencia y determinación esmerada, me había enseñado una manera alternativa para jugar.
Extendiendo mi brazo totalmente hacia atrás, tomaba el taco levantándolo casi más allá de los hombros, hacia el costado.
-¿Qué hace cuando tiene que alcanzar la mitad de la mesa? -preguntó Falelo Quiroga muerto de risa.
-Se cuelga de la orilla de la mesa -dijo mi abuelo como si nada-. Sabes que está permitido.
Mi abuelo se me acercó y me susurró entre dientes que si me hacía el correcto y perdía me iba a romper todos los tacos sobre la cabeza. Yo sabía que no hablaba en serio; era su manera de demostrar la confianza que me tenía. Gané fácilmente.
Mi abuelo estaba rebosante de alegría pero, cosa rara, también lo estaba Falelo Quiroga. Soltaba carcajadas dando vueltas alrededor de la mesa de billar, y dando de palmaditas en las orillas.
Mi abuelo me puso por los cielos. Le reveló a Falelo Quiroga mi mejor marca y, en tono burlón, dijo que sobresalía porque había encontrado la manera de hacerme practicar: café con pasteles daneses.
-¡No me digas, no me digas! -repetía Falelo Quiroga. Se despidió; mi abuelo recogió las ganancias y el asunto se olvidó. Mi abuelo me prometió llevar a un restaurante y agasajarme con la mejor comida del pueblo, pero jamás lo hizo. Era muy tacaño; todo el mundo sabía que sólo gastaba dinero en mujeres.
Dos días después, dos hombres enormes, socios de Falelo Quiroga, se me acercaron a la hora en que salía del colegio.
-Falelo Quiroga quiere verte -me dijo uno en voz hosca-. Quiere que vayas a su casa para tomar café y pasteles daneses con él.
Si no hubiera dicho lo del café y los pasteles daneses, lo más probable es que me hubiera escapado. Me acordé en aquel momento que mi abuelo le había dicho a Falelo Quiroga que yo daría mi alma por café y pasteles daneses.
Con gusto los acompañé. Sin embargo, no podía caminar a la par de ellos, así es que uno de los dos, el que se llamaba Guillermo Falcón, me levantó y me acurrucó en sus enarenes brazos. Soltó una risa entre sus dientes chuecos.
-Más vale que te guste el paseo, joven -me dijo. Su aliento apestaba horrendamente-. ¿Te han llevado así alguna vez? ¡Viendo como te meneas, diría que nunca! -Se echaba grotescas carcajadas.
Afortunadamente, la casa de Falelo Quiroga no quedaba muy lejos de la escuela. El señor Falcón me depositó sobre un sofá en una oficina. Allí estaba Falelo Quiroga, sentado detrás de un enorme escritorio. Se levantó y me dio la mano.
En seguida, mandó pedir que me trajeran café y pasteles daneses y los dos nos sentamos a charlar amablemente de la granja de pollos que tenía mi abuelo. Me preguntó si gustaba más pasteles y le dije que no estaría mal.
Se rió y él mismo trajo una bandeja de pasteles increíblemente deliciosos del cuarto contiguo. Después de tragar yo a más no poder, me preguntó muy cortésmente si pensaría en la posibilidad de venir a su casa de billar a las altas horas de la noche a jugar unos cuantos partidos amistosos con alguna gente que él seleccionaría.
Sin hacer mucho alarde, dijo que se trataba de bastante dinero. Manifestó abiertamente la confianza que me guardaba, y añadió que iba a pagarme, por mi tiempo y mi esfuerzo, un porcentaje de las ganancias.
También indicó que sabía cómo era mi familia; iban a tomarlo a mal si me daba dinero, aunque fuera como pago. Así es que prometía abrir una cuenta especial a mi nombre, o para mayor facilidad, se encargaría de cualquier compra que hiciera en las tiendas del pueblo, o de la comida que pidiera en cualquier restaurante. No le creí ni un pelo de lo que me decía. Sabía que Falelo Quiroga era un estafador. Pero la idea de jugar al billar con desconocidos me gustaba y entonces hice un trato con él.
-¿Me va a dar café y pasteles daneses como los de hoy? -le dije. -¡Claro que sí, niño! -me respondió-. Si vienes a jugar para mí, hasta te compro la pastelería. Voy a pedirle al pastelero que los haga exclusivamente para ti. Te doy mi palabra.
Le advertí a Falelo Quiroga que el único inconveniente era mi incapacidad de salirme de la casa; tenía demasiadas tías que me vigilaban como halcones y además, mi alcoba estaba en el primer piso.
-Eso no es problema -me aseguró Falelo Quiroga-. Eres bastante pequeño. El señor Falcón te va a agarrar si tú saltas por la ventana a sus brazos. ¡Es tan grande como una casa!
Te recomiendo que te acuestes temprano esta noche. El señor Falcón va a despertarte con un silbido y tirando piedritas a tu ventana. ¡Pero tienes que estar alerta! Él es muy impaciente.
Me fui a casa sacudido por una gran excitación. No podía dormir. Me encontraba bien despierto cuando oí que el señor Falcón silbaba y tiraba piedritas contra los vidrios de la ventana. La abrí. El señor Falcón estaba justamente debajo de mí, en la calle.
-Salta a mis brazos, chico -me dijo con voz contenida que trataba de modular en un fuerte susurro-. Si no apuntas hacia mis brazos, te voy a dejar caer y te vas a matar.
Acuérdate; no me hagas correr en círculos. Apunta a mis brazos. ¡Salta! ¡Salta! Salté y me agarró con la facilidad de alguien que agarra un saco de algodón.
Me puso en el suelo y me dijo que echara a correr. Dijo que era un niño que acababa de despertar de un sueño profundo y que tenía que hacerme correr para que estuviera totalmente despierto al llegar a la casa de billar.
Jugué esa noche contra dos hombres y gané las dos partidas. Me dieron el café y los pasteles más deliciosos que se pudiera uno imaginar. Estaba en el cielo. Eran como las siete de la mañana cuando llegué a casa.
Nadie me había extrañado. Era hora de irme al colegio. Todo funcionaba normalmente, sólo que estaba tan cansado que los ojos se me cerraban solos durante todo el día. Desde ese día, Falelo Quiroga mandaba al señor Falcón por mí dos o tres veces por semana, y gané cada partida que me hacía jugar. Y fiel a su promesa, él me pagaba todo lo que compraba, incluso las comidas en el restaurante chino que más me gustaba y donde iba a diario.
A veces hasta invitaba a mis amigos, y los mortificaba, porque salía corriendo y gritando del restaurant cuando el mesero me traía la cuenta. Se asombraban de que nunca los llevaba la policía por comer y no pagar la cuenta.
Una prueba dura para mí fue que nunca había concebido el hecho de que tendría que contender con las esperanzas y las expectativas de toda la gente que apostaba a mi favor.
La prueba de pruebas, sin embargo, se llevó a cabo cuando un jugador de primera de una ciudad vecina desafió a Falelo Quiroga apostando una gran cantidad. La noche de la partida era de malos auspicios. Mi abuelo se enfermó y no podía dormir.
La familia entera estaba alborotada. Parecía que nadie iba a acostarse. Dudaba poder escaparme de mi alcoba, pero los silbidos y las piedritas del señor Falcón eran tan insistentes que corrí el riesgo y salté de la ventana a sus brazos. Parecía que todos los hombres del pueblo se habían reunido en la casa de billar.
Caras angustiadas me rogaban que no perdiera. Algunos de los hombres me aseguraron abiertamente que habían apostado sus casas y todas sus pertenencias. Uno, medio bromeando, me dijo que había apostado a su mujer; si esa noche no ganaba, resultaría cornudo o asesino.
No me dijo específicamente si iba a matar a su mujer para no ser cornudo, o iba a matarme a mí por perder la partida. Falelo Quiroga iba de un lado a otro. Había mandado traer a un masajista para darme masaje.
Quería que estuviera relajado. El masajista me puso toallas calientes en los brazos y en las muñecas y toallas frías sobre mi frente. Me puso los zapatos más cómodos y suavecitos que jamás había usado. Tenían tacones duros, tipo militar y soportes para el arco del pie. Falelo Quiroga me vistió con una boina para que no se me cayera el pelo a la cara y también me puso unos overoles con cinturón.
La mitad de los que rodeaban la mesa de billar eran gente de otro pueblo. Me echaban miradas feroces. Sentía que me querían muerto. Falelo Quiroga tiró una moneda para decidir quién iba primero. Mi adversario era brasileño de descendencia china, joven, de cara redonda, muy elegantón y lleno de confianza.
Dio principio a la partida e hizo un número inconcebible de carambolas. Podía ver por el mal aspecto de la cara de Falelo Quiroga, que estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco, al igual que los otros que habían apostado todo por mí.
Jugué muy bien esa noche y al aproximar el número de carambolas que había hecho el otro, la agitación de los que me apoyaban llegó a su apogeo. Falelo Quiroga era el más histérico. Le gritaba a todo el mundo, dando órdenes que abrieran las ventanas porque el humo de los cigarros no me dejaba respirar.
Quería que el masajista me relajara los brazos y los hombros. Finalmente, les dije a todos que se callaran y, con gran prisa, hice las ocho carambolas que me faltaban para ganar.
La euforia de los que habían apostado a mi favor era indescriptible. Yo era inconsciente de todo, pues ya era de mañana y tenían que llevarme a casa cuanto antes. Mi cansancio aquel día no tenía límites. Muy atentamente, Falelo Quiroga no me mandó llamar durante toda una semana.
Sin embargo, una tarde, el señor Falcón me recogió del colegio y me llevó a la casa de billar. Falelo Quiroga me recibió con gran seriedad. Ni siquiera me ofreció café o pasteles daneses. Ordenó que nos dejaran solos y fue directamente al grano. Acercó su silla junto a mí.
-He depositado mucho dinero en el banco a tu nombre -me dijo con solemnidad-. Soy fiel a mi promesa. Te doy mi palabra: siempre te cuidaré. ¡Tú lo sabes! Ahora, si haces lo que yo te digo, vas a hacer tanto dinero que no vas a trabajar un solo día de tu vida.
Quiero que pierdas tu próxima partida por una carambola. Sé que lo puedes hacer. Pero quiero que pierdas por sólo un pelo. Cuanto más dramático, mejor. Estaba estupefacto. Todo esto me era incomprensible. Falelo Quiroga repitió su solicitud y me explicó, además, que iba a apostar de manera anónima todo lo que tenía contra mí, y que éste era el tino de nuestro nuevo trato.
-El señor Falcón te ha estado vigilando durante meses -me dijo-. Lo único que debo decirte es que el señor Falcón usa toda su fuerza para protegerte, pero podría hacer lo contrario con la misma fuerza.
La amenaza de Falelo Quiroga no pudo haber sido más evidente. Debió haber visto en mi cara el horror que sentí, porque se tranquilizó y se puso a reír.
-Oh, pero no te preocupes por esas cosas -me dijo tratando de tranquilizarme-, porque nosotros somos hermanos. Era la primera vez en mi vida que me encontraba en una situación insostenible.
Quería escapar de Falelo Quiroga, del miedo que me había evocado. Pero a la vez y con la misma fuerza, quería quedarme; quería la facilidad de comprar todo lo que quería en cualquier tienda, y sobre todo, la facilidad de poder comer en cualquier restaurante de mi gusto, sin pagar. Pero nunca tuve que tomar una decisión.
Inesperadamente (al menos para mí), mi abuelo se mudó a otro lugar muy lejos. Pareciera como si él sabía lo que pasaba, y entonces me mandaba allí antes que a los demás. Yo dudaba que él supiera lo que verdaderamente pasaba. Al parecer, el alejarme fue uno de sus usuales actos intuitivos.
El regreso de don Juan me sacó de mis recuerdos. Había perdido la noción del tiempo. Tendría que haber estado muerto de hambre, pero no. Estaba lleno de una energía nerviosa. Don Juan encendió una lámpara de petróleo y la colgó de un clavo sobre la pared. La tenue luz creaba extrañas sombras danzantes en el cuarto. Tuve que esperar a que mis ojos se ajustaran a la penumbra. Entré en un estado de profunda tristeza. Era un sentimiento extraño, indiferente, un anhelo que se extendía y que venía de esa penumbra, o quizá de la sensación de sentirme atrapado.
Estaba tan cansado que quería irme, pero a la vez y con la misma fuerza, quería quedarme. La voz de don Juan me trajo cierta mesura. Parece que él sabía la causa y la profundidad de mi confusión, y adaptó su voz a la ocasión.
La seriedad de su tono me ayudó a recobrar el dominio sobre algo que fácilmente podría haberse convertido en una reacción histérica a la fatiga y al estímulo mental.
-El recontar sucesos es mágico para los chamanes -dijo-. No se trata simplemente de contar un cuento. Es ver la tela sobre la que se basan los sucesos. Es por eso que el recuento es tan vasto y tan importante.
Al pedírmelo, le conté a don Juan el suceso que había recordado.
-Qué apropiado -dijo con una risita de deleite-. Lo único que puedo comentar es que los guerreros-viajeros se tienen que dejar llevar. Van a donde los lleva el impulso. El poder de los guerreros-viajeros es estar alerta para conseguir el máximo efecto con el mínimo impulso.
Y sobre todo, su poder está en no interferir. Los sucesos tienen una fuerza, una gravedad propia, y los viajeros son simplemente viajeros. Todo lo que los rodea es sólo para sus ojos. De esta manera, los viajeros construyen el significado de cada situación, sin preguntar nunca cómo fue que pasó así o asá.
Hoy recordaste un suceso que resume tu vida entera -continuó-. Te enfrentas siempre con una situación que es la misma que nunca resolviste.
Nunca tuviste que decidir si aceptabas o rechazabas el trato embustero de Falelo Quiroga.
El infinito siempre nos pone en la terrible posición de tener que escoger -siguió-.
Queremos el infinito, pero a la vez queremos huir de él.
Tú quieres decirme que me vaya al carajo, pero a la vez te sientes obligado a quedarte. Sería infinitamente más fácil para ti si simplemente estuvieses obligado a quedarte.
COMENTARIO
1. SOBRE LA TÉCNICA DE LA RECAPITULACIÓN
Este capítulo trata sobre la RECAPITULACIÓN, una técnica ancestral del chamanismo cuyo objetivo es procurar establecer el equilibrio energético del sistema humano.
A lo largo de la vida, los seres humanos interaccionan con otros seres humanos y como resultado se forman las trazas, que son como manchas de energía ajena que tenemos en nuestro cuerpo energético y a su vez, dejamos trazas en los otros. La recapitulación es eliminar esas trazas (cuando no, otras estructuras más profundas como las cristalizaciones) y una vez eliminadas, aceptar por parte del infinito el reequilibrio de la estructura con energía, completando el campo.
Por ello, don Juan insistía en esta necesidad de eliminación, para dejar vacío, dejar espacio para las nuevas energías que las vivencias de la vida ocupan y que son del todo, innecesarias para la liberación del ser y su propósito de trascender a la muerte.
La técnica de la recapitulación es muy simple. Consiste en comenzar girando la cabeza desde la derecha hacia la izquierda mientras inspiramos y mantenemos vívidamente el recuerdo escogido, una vez que lentamente expiramos y giramos nuevamente la cabeza hacia la derecha para comenzar con otro nuevo proceso.
Los giros deben de ser suaves y la respiración debe de mantenerse tranquila, sin exagerar para evitar el cansancio, aunque yo opto por inspiraciones/expiraciones profundas que me conducen a un estado profundo de meditación, cada uno debe de adaptarlo a su naturaleza.
El regreso de la cabeza hacia la posición en la derecha debe de disolver en su totalidad todo el escenario recreado visualmente.
Para ORGANIZAR el proceso de RECAPITULACIÓN, se realiza una lista de personas, con las que hayamos interactuado en nuestra vida, optando por ordenarlas cronológicamente desde el presente hacia el pasado acabando con las figuras familiares más cercanas: Tíos, abuelos, Padre y Madre.
El ACOMODADOR es una figura crucial en nuestra vida, debe de ser una persona cuya centralidad nos permite recapitular grandes secciones de nuestra vida, también puede ser un hecho a partir del cual poder recapitular y encontrar nuevos personajes de la vida de la persona.
2. SOBRE EL INTENTO
Cuando Carlos visitó por primera vez la UCLA, quedó completamente fascinado y eso le indujo a intencionarse en ese lugar, es decir, sintió la necesidad de estar en ese lugar, de formar parte de ese lugar, realizando las funciones y actividades propias de alguien de ese lugar, eso creó una enorme fuerza de atracción que se denomina INTENTO.
El intento al surgir, allana el camino de las dificultadas y diseña milagrosamente un proceso interno para alcanzar el objetivo, de esa manera, esa novia que tenía Carlos, fue borrada por el intento y fue separada de Carlos para que no entorpeciera el proceso.
3. SOBRE LA TENDENCIA A ORDENAR Y CLASIFICAR
Para que la técnica de recapitulación sea efectiva, es decir, que cumpla con su objetivo de generar espacio limpio en nuestro sistema borrando todo eso que no necesitamos y que son cenizas del pasado, es necesario EVITAR a toda costa, realizar ordenaciones y clasificaciones tanto de figuras como de eventos de nuestra vida pasada, evitando jerarquizaciones y juicios, todo ello se debe de evitar, porque si no se hace, hacemos justo lo contrario, consolidamos las trazas existentes para convertirlas en objetos geométricos compactos a través de las cristalizaciones, que son aglomeraciones de planos y alabeados energéticos hasta componer un sólido cristalino dentro del huevo energético.
Así, que se trata de recapitular para olvidar.
4. LAS EMANACIONES DEL ÁGUILA
La energía son vibraciones contínuas de fibras o haces de fibras que fluyen por doquier, las bandas son multihaces de fibras, de estas, si separamos aquellas que son características del proceso de recapitulación, los chamanes de la antigüedad observaron que eran tragadas por el águila, que no es un águila real, sino que ellos observaron figuras que les parecían a un águila, en realidad, es que toda esa energía procedente de nuestras trazas, cristalizaciones, figuras, objetos compactos, es llevada nuevamente hacia el oscuro mar de la conciencia, que es la consciencia común del universo y existe como un océano, se observa así, un océano oscuro que todo lo cubre.
5. EL RESPLANDOR DE LA CONSCIENCIA
En torno al punto de encaje, se ilumina toda una región del globo energético, con una luz cálida amarillenta.
6. LOS SENTIDOS SON GRADOS DE LA CONSCIENCIA
Los sentidos cognitivos: vista, olfato, gusto, tacto y oído, son en realidad grados de la consciencia, cada uno de ellos tiene un grado de consciencia que afecta al contenido de toda la percepción, si además, añadimos otros sentidos parapsíquicos como el "ver la energía" este grado de consciencia supera a todos los anteriores posicionándonos como chamanes.
7. EL INTENTO DEL OSCURO MAR DE LA CONSCIENCIA
Los chamanes del antiguo México descubrieron que al momento de la muerte, sucede lo siguiente:
El área de la voluntad, un punto cercano al ombligo, dentro de la estructura energética humana, se abre y se vacía, desapareciendo el globo energético.
Las bandas que interaccionan con el punto de encaje se colapsan, abren el punto de encaje y la energía es vertida hacia el océano de la consciencia.
Pero cuando un guerrero realiza recapitulaciones, este proceso se bloquea, hay como un compás de espera y entonces la consciencia universal (el águila) selecciona esas bandas que son propias de la recapitulación (experiencias vividas) para absorberlas, dejando intacta la estructura energética humana, respetando su vida.
El águila no quiere la vida de las personas, quiere sus experiencias, se alimenta de sus experiencias vitales.
8. LA IMPORTANCIA DEL ACOMODADOR
Recapitular a partir de un acomodador nos agitará de tal manera que liberaremos una ingente cantidad de energía ajena, disolviendo cualquier estructura por poderosa que sea y que esté enquistada en nuestro ser.
Las trazas suelen caer hacia abajo, hacia la parte posterior de las piernas y las nalgas, por eso, tras recapitular, caminar favorece la eliminación de estas energías a través de nuestras piernas que descienden telúricamente.
El acomodador puede tener relación con traumas del pasado que pueden desestabilizarnos psicológicamente e incluso físicamente, por lo que hay que hacer la recapitulación con extremo cuidado, poco a poco, para evitar entrar en la zona del dolor.
Por otro lado, tras una fuerte recapitulación, se desentierran nuevos recuerdos y nuevos acomodadores.

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