AUTOR DEL BLOG DE LA UNIVERSIDAD DE DOGOMKA

Mi foto
El cielo me ha fascinado desde que tuve uso de razón. A los 13 años de edad realicé un trabajo sobre el Sistema Solar en la escuela y gané un premio, mi tía Paqui me obsequió con mi primer libro de astronomía, escrito por José Comás Solá, estudiando este libro, nació mi vocación por la astronomía. Cada noche salía al campo para identificar y conocer las estrellas, solía llevar conmigo unos binoculares y pasaba largas horas viendo el firmamento. Mi madre me regaló mi primer telescopio. Me formé como matemático y estudié complementos de astronomía posicional y astrofísica teórica, colaboré escribiendo artículos tanto en inglés como en español para tres revistas: «Sky and Telescope» (EE.UU.); «The Astronomer» (R.U.) y «Tribuna de Astronomía» (España) entre 1982 y 1988. Actualmente tengo 62 años y he realizado un posgrado sobre Historia de la Ciencia, su filosofía y lógica en la UNED y estoy prejubilado.

domingo, 26 de octubre de 2025

[15] LA CONCIENCIA INORGÁNICA: De cómo Carlos Castaneda descubrió la naturaleza de los foráneos y los entes inorgánicos

 


1. DON JUAN Y SU REALIDAD 

En un momento dado de mi aprendizaje, don Juan me reveló la complejidad de su situación vital. Había siempre mantenido, para mi mortificación y descorazonamiento, que vivía en una choza en el estado de Sonora, México, porque esa choza representaba el estado de mi conciencia. No estaba yo totalmente dispuesto a creer que de veras quisiera decir que yo era tan mezquino, ni creía yo que él viviera en otros lugares como sostenía. Resulta que tenía razón en ambos casos. El estado de mi conciencia sí era mezquina y él sí vivía en otros lugares, infinitamente más cómodos que la choza donde lo conocí por primera vez. Tampoco era el chamán solitario que yo lo creía, sino el líder de un grupo de otros quince guerreros-viajeros: diez mujeres y cinco hombres. Mi asombro fue enorme cuando me llevó a su casa en el centro de México donde vivían él y sus compañeros chamanes. 

-¿Vivía en Sonora sólo por mí, don Juan? -le pregunté sin poder soportar la responsabilidad que me llenaba de un sentido de culpa y remordimiento y una sensación de no valer nada. 

-Bueno, en verdad no vivía allí -me dijo, riéndose-. Es que te conocí allí. 

-P-p-pero nunca sabía usted cuándo iba a visitarlo, don Juan -le dije-. No tenía yo medios de poder avisarle. 

-Bueno, si bien recuerdas -me dijo-, hubo muchísimas veces en que no diste conmigo. Tuviste que sentarte a esperarme durante días algunas veces. 

-¿Tomaba un avión de aquí a Guaymas, don Juan? -le pregunté con toda seriedad-. Creía que lo más rápido hubiera sido llegar por avión. 

-No, no volaba a Guaymas -me dijo con una gran sonrisa-. Volaba directamente a la choza donde me esperabas. 

Sabía que me estaba diciendo algo muy significativo que mi mente lineal ni podía comprender ni aceptar, algo que seguía confundiéndome interminablemente. Estaba yo en un estado de conciencia en esos días, en que incesantemente me repetía una pregunta fatal: ¿Y si todo lo que me dice don Juan es verdad? No quería hacerle más preguntas, porque estaba irremediablemente perdido, tratando de crear un puente entre dos líneas de pensamiento y de acción. 

1. COMENTARIO A DON JUAN Y SU REALIDAD 

Cuando se ha leído todos los libros de Castaneda, encontramos muy diversos pasajes sobre el ámbito social de don Juan. Por un lado, sobre su vivienda, pues vivía en muchos lugares, tanto en el norte, centro como sur de México, incluso tenía casa en Oaxaca, ello es debido a que estaba estrechamente unido a su partida, un grupo de hombres y mujeres numeroso, así como con la partida de su amigo-hermano don Genaro, con otro numeroso grupo de hombres y mujeres, entre todos, serían más de 50 personas.

El misterio de la disponibilidad absoluta de don Juan es algo difícil de explicar, pero que en algunos puntos de la obra, se llega a comprender que los chamanes y en general, cualquier hombre o mujer de conocimiento, se puede llegar a adquirir cierto poder extraordinario.

Uno de esos poderes es que al configurar la estructura energética propia y modificarla especifícamente mediante el propio intento, el chamán puede convertirse en algún animal, podría ser un águila y volar, y de esa manera llegar rápidamente de un lugar a otro.

Otra característica es que al poseer un doble (o un múltiple), simplemente, dirigir al doble a través del ensueño para cambiar el estado de conciencia de ser de un cuerpo a otro.

Aquí no hay casualidades, si Carlos se llegaba hacia esa cabaña, don Juan, de alguna manera tenía acceso a esa información, sentía este hecho. A mí, en particular, ninguna visita me resultaba de sorpresa, siempre sabía de manera intuitiva si alguien iba a venir a visitarme, sin previo aviso y con quién vendría, esto me ha sucedido especialmente durante mi juventud.

Don Juan al sentir esta presencia, tomaba la decisión de ir al encuentro de Carlos.

Podemos hablar de don Juan, pero percatándose de que no es «un ser humano», es un chamán, un hombre de conocimiento, un hombre de poder.

2.  EL OSCURO MAR DE LA CONSCIENCIA

En su nuevo ambiente, don Juan empezó, con grandes esfuerzos, a instruirme en una faceta más compleja de su conocimiento, una faceta que exigía toda mi atención, una faceta en la que no bastaba simplemente reservar la opinión. Éste era el momento en que tenía que sumergirme plenamente en las profundidades de su conocimiento. Tenía que cesar de ser objetivo y a la vez, desistir de ser subjetivo. 

Un día estaba ayudándole a don Juan a limpiar unas estacas de bambú que estaban detrás de su casa. Me dijo que me pusiera unos guantes, porque las astillas del bambú eran muy afiladas y fácilmente causaban infecciones. Me dirigió en cómo usar un cuchillo para limpiar el bambú. Me metí de plano en mi trabajo. Cuando don Juan empezó a hablarme, tuve que dejar de trabajar para prestarle atención. Me dijo que ya había trabajado bastante y que debíamos meternos en la casa. Me dijo que me sentara en un sillón muy cómodo de su espaciosa sala, que estaba casi vacía. Me dio unas nueces, unos albaricoques secos y rodajas de queso, todo muy bien arreglado sobre un plato. Le dije protestando, que quería terminar de limpiar el bambú. No quería comer. Pero no me prestó atención. Me recomendó que comiera poco, lenta y cuidadosamente, porque necesitaba alimento continuo para estar alerta y atento a lo que me iba a decir. 

-Tú ya sabes -empezó- que existe en el universo una fuerza perenne que los chamanes del México antiguo llamaban el oscuro mar de la conciencia. Estando ellos en su máxima capacidad de su poder de percepción, vieron algo que los hizo sacudirse en sus calzones, si es que los traían puestos. Vieron que el oscuro mar de la conciencia no es solamente responsable por la conciencia de los organismos, sino también por la conciencia de aquellas entidades que carecen de organismo. 

-¿Qué es esto, don Juan, entes sin organismo que tienen conciencia? -le pregunté asombrado, ya que jamás había hecho alusión a tal idea. 

-Los antiguos chamanes descubrieron que el universo entero está compuesto de fuerzas gemelas -empezó-, fuerzas que a la vez se oponen y que se complementan. Es irrefutable que nuestro mundo es un mundo gemelo. El mundo opuesto y complementario a él es uno que está poblado por entes que tienen conciencia, pero no un organismo. Por esta razón, los antiguos chamanes los llamaban seres inorgánicos

-¿Y dónde está este mundo, don Juan? -pregunté mascando un albaricoque inconscientemente. 

-Aquí donde tú y yo estamos sentaditos -me contestó como si se tratara de algo muy normal, pero riéndose abiertamente de mi nerviosismo-. Te dije que es nuestro mundo gemelo, así es que está íntimamente relacionado con nosotros. Los chamanes del México antiguo no pensaban como tú en términos de tiempo y espacio. Pensaban exclusivamente en términos de conciencia. 

Dos tipos de conciencia coexisten sin chocar una contra la otra porque cada tipo difiere totalmente de la otra. Los antiguos chamanes se enfrentaron a este problema de coexistencia sin preocuparse del tiempo y el espacio. Razonaron que el grado de conciencia de los seres orgánicos y el grado de conciencia de los seres inorgánicos era tan distinto que ambos podían coexistir sin la más mínima interferencia. 

-¿Podemos percibir esos seres inorgánicos, don Juan? -le pregunté. -Claro que sí -respondió-. Los chamanes lo hacen a voluntad. Las personas comunes también lo hacen, pero no se dan cuenta de que lo están haciendo porque no son conscientes de la existencia del mundo gemelo.

Cuando piensan en el mundo gemelo, se entregan a toda forma de masturbación mental, pero nunca se les ha ocurrido que sus fantasías tienen origen en el conocimiento subliminal que tenemos todos nosotros: el de que no estamos solos. 

Estaba clavado en las palabras de don Juan. De repente, me entró un hambre voraz. Sentía un vacío en el fondo de mi estómago. Lo único que podía hacer era escuchar muy atentamente y comer. 

-La dificultad de enfrentarse a las cosas en términos de tiempo y espacio -siguió-, es que solamente te das cuenta si algo ha aterrizado en el espacio y tiempo que tienes disponible, el cual es muy limitado. Los chamanes, en cambio, tienen un campo inmenso sobre el cual pueden darse cuenta si algo extraño ha aterrizado. 

Muchas entidades del universo en su totalidad, entidades que poseen conciencia, pero no organismo, aterrizan sobre el campo de conciencia de nuestro mundo, o el campo de conciencia de su mundo gemelo, sin que el ser humano común se dé cuenta. Las entidades que aterrizan sobre nuestro campo de conciencia, o sobre el campo de conciencia de nuestro mundo gemelo, pertenecen a otros mundos que existen aparte de nuestro mundo y su gemelo. El universo extendido está lleno hasta el copete de mundos de conciencia, inorgánicos y orgánicos. 

Don Juan siguió hablando y dijo que aquellos chamanes sabían cuándo la conciencia inorgánica de otros mundos aparte de nuestro mundo gemelo había aterrizado en su campo de conciencia. Dijo que igual a todo ser humano, aquellos chamanes hacían clasificaciones interminables de los diferentes tipos de esta energía que tiene conciencia. Los conocían por el término general de seres inorgánicos. 

-¿Tienen vida esos seres inorgánicos tal como nosotros tenemos vida? -pregunté. -Si piensas que el tener vida es tener conciencia, entonces sí tienen vida -me dijo-. Supongo que sería acertado decir que si la vida puede medirse por la intensidad, la agudeza, la duración de esa conciencia, entonces puedo decir, con toda sinceridad, que están más vivos que tú y yo. 

2. COMENTARIO AL OSCURO MAR DE LA CONSCIENCIA

La dualidad es una característica universal que el ser humano siempre ha intuido, tenemos dos hemisferios cerebrales, somos animales de simetría bilateral, creemos en el bien y el mal, Dios y el demonio, las dos caras de una moneda, frío y calor... en fín, encontramos dualidades en todo, no existe el imán de un solo polo.

Don Juan relata un bosquejo de conocimiento ancestral, pues en tiempos remotos, los brujos de la antigüedad descubrieron algo asombroso, la consciencia se pensaba que era exclusiva de algunos seres vivos, pero al parecer, hay entidades, carentes de vida y de cuerpo, que son conscientes, se trata de los seres inorgánicos.

Al parecer, hay dos mundos que coexisten paralelamente, una Tierra humana y una Tierra de consciencia inorgánica, que están ubicados en un mismo lugar, pero en distinta dimensión, corren paralelas y no hay percatación de unos sobre los otros, salvo que seas consciente como chamán o vidente.

Los seres inorgánicos, algunos de ellos, son los foráneos, los que se apropian de nuestra mente y viven junto a nosotros como parásitos, de por vida.

Los seres inorgánicos dejan de existir al igual que nosotros, también morimos, pero eso no significa que sean seres vivos, pues el hecho de ser vivo requiere que su naturaleza sea biológica.

El comentario concluye con la existencia de infinitos mundos todos duales en la extensión del universo, cada planeta vivo tiene su contraplaneta de consciencia inorgánica.

Además, los seres inorgánicos aparecen en nuestro mundo de manera continuada procedente de otros mundos bien sea de paso o vengan para quedarse, sea en la Tierra de los humanos o en la Tierra dual de los inorgánicos.

3.  LA OPCIÓN ESCONDIDA DE LOS SERES HUMANOS

-¿Mueren esos seres inorgánicos, don Juan? -le pregunté. Don Juan soltó una risita por un momento antes de contestar. 

-Si para ti la muerte es el final de la conciencia, sí, sí mueren. Termina su conciencia. Su muerte es un tanto como la muerte de un ser humano y a la vez, no lo es, porque la muerte del ser humano tiene una opción escondida. 

Es algo así como una cláusula de un documento legal, una cláusula escrita en letra tan pequeña que apenas puedes verla. Necesitas lupa para leerla y sin embargo es la cláusula más importante del documento. 

-¿Cuál es la opción escondida, don Juan? 

-La opción escondida de la muerte existe exclusivamente para los chamanes. Son los únicos, que yo sepa, que han leído la letra pequeña. Para ellos, la opción es pertinente y funcional. Para el ser humano común, la muerte significa el fin de su conciencia, de su organismo. Para los seres inorgánicos, la muerte significa lo mismo: el final de su conciencia. 

En ambos casos, el impacto de la muerte es el acto de ser absorbido por el oscuro mar de la conciencia. Su conciencia individual, cargada con sus experiencias vitales, rompe sus parámetros y la conciencia como energía se derrama en el oscuro mar de la conciencia. 

-¿Pero cuál es la opción escondida de la muerte que sólo recogen los chamanes, don Juan? -le pregunté. 

-Para un brujo, la muerte es un factor unificante. En vez de desintegrar el organismo como pasa normalmente, la muerte lo unifica. 

-¿Cómo es posible que la muerte unifique algo? -protesté. 

-La muerte para el chamán -dijo- termina con el reino de estados emocionales en el cuerpo. Los antiguos chamanes creían que era el domino de diferentes partes del cuerpo los que reinaban sobre los estados y acciones del cuerpo total; partes que dejan de funcionar y arrastran el cuerpo al caos, como por ejemplo, cuando te enfermas por comer porquerías. En ese caso, el estado de tu estómago afecta todo lo demás. La muerte borra el dominio de las partes individuales. Unifica su conciencia dentro de una sola unidad. 

-¿Quiere usted decir que después de morir los chamanes todavía tienen conciencia? -pregunté. -Para los chamanes, la muerte es un acto de unificación que emplea todo ápice de su energía. Tú estás pensando en la muerte como un cadáver que está delante de ti, un cuerpo que ya empieza a descomponerse. Para los chamanes, cuando ocurre el acto de unificación, no hay cadáver. No hay descomposición. Sus cuerpos en su totalidad se vuelven energía, una energía que tiene conciencia, que no está fragmentada. Los límites que han sido impuestos por el organismo, límites que la muerte derriba, todavía siguen funcionando en el caso de los chamanes, aunque invisibles a simple vista. 

«Sé que te mueres por preguntarme -continuó, con una gran sonrisa- si lo que estoy describiendo es el alma que va al infierno o al cielo. No, no es el alma. Lo que le pasa a los chamanes, cuando recogen esa opción escondida de la muerte, es que se convierten en seres inorgánicos, muy especializados, seres inorgánicos de gran velocidad, seres capaces de maniobras estupendas de percepción. Los chamanes emprenden entonces lo que los chamanes del México antiguo llamaban su viaje definitivo. El infinito llega a ser su reino de acción. 

-¿Quiere usted decir con todo esto, don Juan, que se vuelven eternos? -Mi sobriedad de brujo me dice -respondió- que su conciencia va a terminar de la manera en que termina la conciencia de los seres inorgánicos, pero nunca lo he visto. No lo sé. Los antiguos chamanes creían que la conciencia de este tipo de ser inorgánico duraría mientras viva la Tierra. La Tierra es su matriz. Mientras perdure, su conciencia continúa. Para mí, ésta es la afirmación más razonable. La continuidad y el orden de la explicación de don Juan habían sido, para mí, magistrales. No tenía en qué contribuir. Me dejó con una sensación de misterio y de expectativas no expresadas que esperaban cumplirse.

3.  COMENTARIO A LA OPCIÓN ESCONDIDA DE LOS SERES HUMANOS

Lo que aquí se expone en estos párrafos es de una extremada complejidad y no puede ser abarcado en un comentario sencillo.

La muerte existe tanto para los seres orgánicos como para los seres inorgánicos, cierto es que tiene matices de unos a otros, en el caso de las entidades inorgánicas, su consciencia se disuelve en el océano de las consciencias en un plazo de tiempo mucho mayor que en el caso de los humanos.

La muerte del ser humano implica la entrega de la consciencia, de la historia personal (experiencia) y la entrega del cuerpo.

El chamán se enfrenta a la muerte de una manera diferente, pues sólamente entrega el cuerpo, la historia personal es recuperada mediante la recapitulación y la consciencia es mantenida al haber sido apartada del cuerpo, hábilmente antes de que el cuerpo muera y todo ello, gracias a la existencia de un doble que la pueda contener.

La muerte para el chamán es un acto de unificación. Todas las enseñanzas de don Juan, todas ellas, están encaminadas al proceso de unificación, la estructura energética humana se desnaturaliza y se vuelve dinámica, pierde su fijeza y acaba por configurarse como estructuras energéticas más parecidas a la de los entes inorgánicos, y si es así, puede existir sin cuerpo, por lo tanto, puede liberar la conciencia de la muerte al poderla liberar del cuerpo.

El punto de encaje pierde su habitual punto de anclaje y entonces, acaba por separarse de la estructura y ésta se conforma, perdiendo su esfericidad y conviertiéndose en una línea, un flujo.

Sólamente y una vez en toda mi vida, pude percibir cómo es la muerte, presenciando la muerte de mi abuelo materno, Antonio Manuel,  él murió y los anillos (chakras) se fueron recogiendo y encapsulando desde la parte inferior de su cuerpo a la parte superior, al llegar a la cabeza, se formó una bolita de luz plateada que se empequeñeció, de menos de un cm de diámetro, saltó y marchó hacia unas nubes, atravesando el techo de la casa.Si a esto, don Juan lo define como acto de unificación, en realidad, es así, la consciencia humana se unifica.

Para enfrentarse a la experiencia de la muerte y salir indemnes es necesario aprender hábilmente a cambiarse a tener una estructura energética inorgánica compatible con nuestra naturaleza.

4.  FANTASMAS Y CREACIONES FANTASMAGÓRICAS

Al momento de llegar a mi próxima visita con don Juan, comencé mi conversación preguntándole ansiosamente algo que venía cavilando. 

-¿Hay posibilidad, don Juan, de que existan los fantasmas y las apariciones? 

-Lo que llamas fantasma o aparición -dijo-, al ser examinado a fondo por un chamán, se reduce a una cosa: es posible que cualquiera de estas apariciones fantasmales pudiera ser una conglomeración de campos de energía que tiene conciencia, y que nosotros convertimos en cosas que conocemos. 

Si es éste el caso, entonces las apariciones tienen energía. Los chamanes los llaman configuraciones-generaradoras-de-energía. O no emanan energía, en cuyo caso son creaciones fantasmagóricas, por lo general de una persona muy fuerte en términos de conciencia. 

4.  COMENTARIO A FANTASMAS Y CREACIONES FANTASMAGÓRICAS

La ontología de los fenómenos fantasmales se remiten a dos tipos:

a) o son conglomerados de energía consciente (estructuras que casualmente se han formado formando un ente consciente, pero inorgánico) y que son percibidos por algunas personas como un fantasma, tienen energía y puede manifestarse como tal, produciendo calor, movimiento, sonidos, etc.

b) o son manifestaciones de un ente consciente y orgánico, es decir, por un ser humano que los proyecta y que es causante de ellos, carecen de energía.

5.  LAS CREACIONES FANTASMAGÓRICAS DE LA TÍA DE CARLOS

-Un cuento que me ha intrigado inmensamente -continuó don Juan-, es el que me contaste una vez acerca de tu tía. ¿Te acuerdas? 

Le había contado a don Juan que cuando tenía catorce años había ido a vivir a la casa de la hermana de mi padre. 

Vivía en una casa enorme de tres patios con habitaciones entre cada uno de ellos -habitaciones, salas, etc.-. El patio de la entrada era muy austero, y estaba embaldosado. Me dijeron que era una casa colonial y que este primer patio era donde habían entrado los carruajes tirados por caballos. El segundo patio era una hermosa huerta por la cual cruzaban caminitos de ladrillo de diseños moriscos, y estaba lleno de frutales. El tercer patio estaba cubierto de macetas que colgaban de los aleros del techo, jaulas de pájaros y en medio, un surtidor de estilo colonial, como también una gran parte cercada con tela de alambre donde se encontraban los preciados gallos de pelea de mi tía, la gran predilección de su vida. 

Mi tía puso a mi disposición un apartamento entero justo en frente de la huerta de frutales. Pensé que me lo iba a pasar de lo mejor. Podía comerme toda la fruta que quería. Nadie de allí tomaba la fruta de esos árboles por razones que nunca me divulgaron. 

En la casa vivían mi tía, una mujer alta, rechoncha, de cara redonda que lindaba en los cincuenta, muy jovial y gran anecdotista, llena de excentricidades que escondía detrás de un aspecto muy formal y la apariencia de un catolicismo muy devoto. 

Había un mayordomo, un hombre alto e imponente de unos cuarenta años de edad que había sido sargento mayor del ejército y que había sido atraído a este puesto de mayor pago, en que le hacía de mayordomo, guardaespaldas y hombre de casa para mi tía. 

Su mujer, una bellísima joven, era la compañera, confidente y cocinera de mi tía. La pareja tenía una hija, una niña rechonchita que se parecía exactamente a mi tía. Tan fuerte era la semejanza que mi tía la había adoptado legalmente. 

Estas cuatro eran las personas más tranquilas que jamás había conocido. Llevaban una vida muy sosegada, alterada sólo por las excentricidades de mi tía, que de improviso decidía hacer un viaje, o comprar nuevos y prometedores gallos de pelea, entrenarlos y organizar peleas en las que se apostaban grandes sumas de dinero. Se ocupaba de sus gallos de pelea con gran cariño, a veces dedicándoles todo el día. Para evitar que la hirieran de un espolonazo, se ponía guantes de cuero gruesos y mallas tiesas de cuero. 

Me pasé dos meses estupendos en casa de mi tía. Me daba clases de música por la tarde y me contaba historias interminables de mis antepasados. Mi situación era ideal porque podía salir con mis amigos y nunca tenía que rendirle cuentas a nadie de la hora de mi regreso. A veces me pasaba horas sin dormirme, acostado sobre mi cama. Dejaba abierta la ventana para que la habitación se llenara de la fragancia de los azahares. 

Cuando reposaba allí despierto, podía oír a alguien que caminaba por el pasillo que corría a lo largo de la propiedad al lado norte, y que unía todos los patios de la casa. Este corredor tenía unos arcos hermosos y piso de baldosas. Había cuatro bombillas de bajo voltaje que apenas lo alumbraban, luces que a diario se encendían a las seis de la tarde y que se apagaban a las seis de la mañana. Le pregunté a mi tía si alguien caminaba de noche y se acercaba a mi ventana, porque quien fuera el caminante siempre se detenía junto a mi ventana, daba la vuelta y regresaba a la entrada principal de la casa. 

-No te preocupes por tonterías, Bebé -me dijo sonriendo, mi tía. 

-Seguramente es mi mayordomo haciendo la ronda. ¡No es nada! ¿Te asustó? -No, no me dio miedo -dije-. 

Es que me entró la curiosidad de por qué tu mayordomo se acerca a mi habitación todas las noches. A veces sus pasos me despiertan. Pasó por alto mi pregunta como si no fuera gran cosa, diciéndome que, como el mayordomo había sido militar, estaba acostumbrado a hacer sus rondas como centinela. Acepté su explicación sin más. Un día le dije al mayordomo que sus pasos eran demasiado fuertes y que hiciera su ronda por mi ventana con mayor cuidado para dejarme dormir en paz. 

-¡No sé a qué te refieres! -me dijo con una voz ronca. 

-Mi tía me dijo que haces la ronda de noche -le dije. 

-¡Nunca hago tal cosa! -me dijo, los ojos llenos de disgusto. 

-¿Pero, entonces quién pasa por mi ventana? 

-Nadie pasa por tu ventana. Te lo estás imaginando. Vete a dormir. No andes armando escándalo. Te lo digo por tu propio bien. Lo peor que me pudieran decir en aquellos años era eso de «mi propio bien». 

Esa noche, tan pronto como oí los pasos, me levanté de la cama y me puse detrás de la pared que daba a la entrada de mi apartamento. Cuando, por mis cálculos, el caminante estaba junto a la segunda bombilla, saqué la cabeza y me asomé al corredor. De pronto, los pasos se detuvieron y no había nadie a la vista. El corredor, apenas alumbrado, estaba vacío. Si alguien caminaba allí, no hubiera tenido tiempo para esconderse porque no había dónde. Sólo había paredes vacías.

Mi susto fue tan inmenso que desperté a toda la casa con mis gritos. Mi tía y su mayordomo trataron de calmarme diciéndome que me lo estaba imaginando, pero mi agitación era tan intensa que los dos confesaron finalmente, con cierta vergüenza, que algo que ellos desconocían recorría la casa de noche. 

Don Juan había dicho que casi seguro que era mi tía la que caminaba de noche; es decir, algún aspecto de su conciencia sobre el cual no ejercía su voluntad. Él creía que este fenómeno obedecía a un sentido de juego o de misterio que ella cultivaba. Don Juan estaba seguro de que no era ningún disparate pensar que mi tía en algún nivel subliminal, no sólo hacía que se oyeran estos ruidos, sino que era capaz de manipulaciones de conciencia mucho más complejas. 

5.  COMENTARIO SOBRE LAS CREACIONES FANTASMAGÓRICAS DE LA TÍA DE CARLOS

De esta historia, una de las hipótesis que baraja don Juan es el hecho de que la tía de Carlos es la causante de esa aparición fantasmagórica que es capaz de realizar ruido al realizar pasos cada noche actuando como vigilante de la casa, pero esta hipótesis, como podrás comprobar en el próximo apartado, no es la única.

De manera inconsciente, muchas personas tienen una capacidad energética enorme y pueden manifestar creaciones fantasmagóricas de sí mísmos, se tratan de los famosos dobles que forman parte de esas entidades de las que se suele hablar en comentarios de la obra de Castaneda.

Yo opino que es un ente duplicado de la tía de Carlos, ella se desdobla, puede estar en el plano astral o un astral muy cercano al físico que permite manifestarse por algunos aspectos limitados como el sonido de esos pasos en un hipotético recorrido repetitivo como acto de vigilancia o protección de la hacienda.

Hay personas que tienen una preocupación y ésta se reequilibra formando un ente que realiza la solución al problema planteado y ciertamente, el problema queda resuelto.

6.  LA RELACIÓN EXISTENTE ENTRE CONCIENCIA ORGÁNICA E INORGÁNICA

Don Juan también había dicho que para ser del todo justo tenía que reconocer que los pasos podían ser producto de la conciencia inorgánica. Don Juan dijo que los seres inorgánicos que poblaban nuestro mundo gemelo eran considerados, por los chamanes de su linaje, como nuestros parientes. Los chamanes creían que era inútil hacer amistad con nuestros familiares porque las exigencias que conllevaban tales amistades siempre eran exorbitantes. Dijo que ese tipo de ser inorgánico que es primo hermano nuestro, se comunica con nosotros incesantemente, pero que su comunicación no ocurre al nivel consciente de la conciencia. 

En otras palabras, sabemos de ellos de manera subliminal, mientras que ellos saben todo acerca de nosotros de manera deliberada y consciente. 

-¡La energía de nuestros primos hermanos no vale un pepino! -siguió don Juan-. Están tan jodidos como nosotros. Digamos que los seres orgánicos y los seres inorgánicos de nuestros mundos gemelos son hijos de dos hermanas que viven una al lado de la otra. Son totalmente iguales aunque parezcan distintos. No pueden ayudarnos, y no podemos ayudarlos. 

Quizá pudiéramos unirnos y fundar una empresa familiar fabulosa, pero esto no ha sucedido. Ambas ramas de la familia son extremadamente sensibles y por nada se ofenden, algo normal entre primos hermanos tan sensibles. 

Lo esencial del asunto, según los chamanes del México antiguo, es que tanto los seres humanos como los seres inorgánicos de los mundos gemelos son enormes egomaniacos. 

Según don Juan, otra clasificación que los chamanes del México antiguo habían hecho de los seres inorgánicos era el de los exploradores, y con esto se referían a seres inorgánicos que surgían desde lo más hondo del universo y que poseían una conciencia infinitamente más aguda y veloz que la de los seres humanos. 

Afirmó don Juan que los antiguos chamanes habían perfeccionado sus esquemas de clasificación a lo largo de generaciones y que sus conclusiones eran que ciertos tipos de seres inorgánicos procedentes de la categoría de exploradores, a causa de su vivacidad, eran parecidos al hombre. Podían formar vínculos y establecer una relación simbiótica con los hombres. Los antiguos chamanes llamaban a este tipo de seres inorgánicos los aliados

Don Juan explicó que el error crucial de esos chamanes, con referencia a este tipo de ser inorgánico, era el atribuir características humanas a esa energía impersonal y creer que podían utilizarla. Tomaban esos bloques de energía como sus ayudantes y contaban con ellos sin comprender que, siendo pura energía, no tenían el poder de sostener el esfuerzo. -Te he dicho todo lo que hay que saber acerca de los seres inorgánicos -dijo don Juan de pronto-. [Y con ello, don Juan dio por finalizada su enseñanza].

6.  COMENTARIO SOBRE LA RELACIÓN EXISTENTE ENTRE CONCIENCIA ORGÁNICA E INORGÁNICA

Otra opción que baraja don Juan para dar una explicación al fantasma de la hacienda de la tía de Carlos es que este tipo de manifestaciones también puede ser producidos por seres inorgánicos.

A partir de aquí, don Juan habla un poco sobre estos seres inorgánicos y su relación histórica con nosotros, al parecer, el ser humano, en la antigüedad, los reconocía como iguales, pero no lo son, aunque en algunos aspectos, hay una cierta familiaridad entre ellos y nosotros. 

El ser humano habitual los conoce pero a un nivel inconsciente y hasta incluso onírico, mientras que los entes inorgánicos si nos conocen bien y además se han percatado conscientemente sobre nosotros.

La diferencia ontológica es abismal, pues el ser humano posee una energía de un ámbito superior al de los inorgánicos. Esto se presta a una cierta dependencia entre ellos y nosotros que genera en algunos casos en parasitismo energético.

En el ámbito de los planos astrales, las carcasas son parásitas, nos necesitan para su existencia y ahí están, su naturaleza es consciencia inorgánica.

Aunque no hay una clasificación sistemática, don Juan destaca a los exploradores como un tipo de ser inorgánico, otro tipo es el de los foráneos depredadores, también está el caso de los aliados y estoy seguro que hay infinidad de tipologías de individuos.

Los exploradores van recorriendo mundos, planos y demás sectores del universo, el motivo es que se alimentan del conocimiento y el descubrimiento de entes que los puede alimentar y tienen una especial predilección por los humanos. Ellos nos descubrieron en la antigüedad y fueron los primeros en pactar con los brujos de la antigüedad y pasaron a ser aliados, una fracción de ellos pasaron directamente a convertirse en nuestros depredadores ancestrales, los que conocemos como foráneos.

Lo cierto es, que a día de hoy y conforme al conocimiento de los chamanes mexicanos, no se ha conseguido nada útil ni para los inorgánicos ni para nosotros, en una colaboración mutua, todo ha sido una pérdida de tiempo y una total y absoluta impotencia tanto por parte de ellos como por parte nuestra y ello es debido a la naturaleza de las energías que se repelen entre sí por su diferencia de base y es que, la energía foránea carece de intento, una fuerza que posee el ser humano y que lo capacita para la metamófosis energética así como para ampliar su percepción a otros ámbitos.

7.  UNA EXPERIENCIA PRÁCTICA

La única manera que puedes comprobarlo es a través de la experiencia directa. No le pregunté lo que quería que hiciera. Un terror profundo me sacudió el cuerpo con espasmos nerviosos que brotaron como erupción volcánica desde el plexo solar y se extendieron hasta los dedos de los pies subiendo por la parte superior del tronco. 

-Hoy vamos a buscar unos seres inorgánicos -me anunció. Don Juan me ordenó que me sentara sobre mi cama y que tomara de nuevo la postura que fomentaba el silencio interno. Seguí su orden con una facilidad inusitada. Normalmente me hubiera hecho el necio, no abiertamente quizás, pero aun así, hubiera tenido un momento de necedad. 

Tuve el vago pensamiento que durante el tiempo que tardé en sentarme, había entrado ya en un estado de silencio interno. Ya no pensaba con claridad. Sentí que me rodeaba una oscuridad impenetrable, dándome la sensación de que me estaba durmiendo. Mi cuerpo estaba completamente inerte, o bien porque no tenía la menor intención de dar órdenes para que se moviera, o bien porque no era capaz de formularlos. 

Un momento después, me encontré con don Juan, caminando en el desierto de Sonora. Reconocí los alrededores; había estado allí tantas veces con él, que me sabía de memoria todos sus rasgos. Era el momento del atardecer y la luz del poniente me inundó en un estado de desesperación. Caminaba automáticamente, consciente de que mis pensamientos no acompañaban las sensaciones que sentía en mi cuerpo. No me estaba describiendo mi propio estado de ser. Quise decírselo a don Juan, pero el deseo de comunicarle mis sensaciones corporales se desvaneció en un instante. 

En voz lenta, grave y baja, don Juan dijo que el cauce seco en que caminábamos era un lugar muy propicio para lo que nos ocupaba y que tenía que sentarme solo sobre un canto pequeño, mientras que él se iba a sentar en otro como a quince metros de distancia. No le pregunté a don Juan algo que hacía normalmente -lo que tenía que hacer-. Sabía lo que tenía que hacer. Entonces oí el susurro de los pasos de gente que caminaba por los arbustos escasos que por allí había. Carecía el lugar de la humedad suficiente para que fuera frondoso. Algunos arbustos fuertes crecían allí con una distancia de unos cinco metros entre uno y otro. Vi que se acercaban dos hombres. Parecían ser del sitio, quizás yaquis de alguno de los pueblos yaqui de esos contornos. 

Se acercaron y se quedaron de pie junto a mí. Uno de ellos me preguntó despreocupadamente cómo me había ido. No había pensamientos. Todo estaba dirigido por sensaciones viscerales. Me los quedé mirando lo suficiente para borrarles completamente las facciones y finalmente me quedé ante dos brillosos globos de luminosidad que vibraban. Los globos de luminosidad no tenían límites. Parece que se sostenían desde adentro de manera cohesiva. A veces se achataban. Entonces recobraban otra vez una verticalidad de lo alto de un hombre. 

De pronto sentí que el brazo de don Juan me agarraba del brazo derecho y me levantaba del canto. Me dijo que era hora de marcharnos. Al momento estaba de nuevo en su casa en el centro de México, más desconcertado que nunca. -Hoy encontraste conciencia inorgánica y entonces la viste como de veras es -me dijo-. La energía es el residuo irreductible de todo. Por lo que a nosotros se refiere, ver energía directamente es lo máximo para un ser humano. Quizás hay otras cosas más allá de eso, pero no están a nuestro alcance. 

Don Juan me dijo todo esto una y otra vez y cuanto más me lo decía, sus palabras parecían solidificarme más y más ayudándome a regresar a mi estado normal. Le conté a don Juan todo lo que había atestiguado, todo lo que había oído. Me explicó don Juan que ese día había logrado transformar la forma antropomórfa de los seres inorgánicos en su esencia: una energía impersonal consciente de sí misma. 

-Debes comprender -dijo-, que es nuestra cognición, que es en esencia nuestro sistema de interpretación, la que restringe nuestros recursos. Nuestro sistema de interpretación es lo que nos dice cuáles son los parámetros de nuestras posibilidades, y cómo hemos estado utilizando ese sistema de interpretación toda la vida, no nos atrevemos a ir contra sus dictámenes. 

«La energía de los seres inorgánicos nos empuja -continuó diciendo don Juan-, interpretamos ese empujón como fuera, según nuestro estado de ánimo. Lo más sobrio que se puede hacer, según el chamán, es relegar esas entidades a un nivel abstracto. 

Cuanto menos interpretaciones haga el chamán, mejor. -Desde ahora en adelante -continuó-, cuando te enfrentes a la visión extraña de una aparición, manténte firme y quédate mirándolo desde una postura inflexible. Si es ser inorgánico, tu interpretación se va a caer como las hojas muertas. Si nada pasa, es una pendejada de aberración de tu mente, que de todas maneras no es tu mente.  

7.  COMENTARIO A UNA EXPERIENCIA PRÁCTICA

Don Juan concluye su relato sobre los inorgánicos de manera abrupta y es que el propio hecho de tener que estar hablando de estas entidades a don Juan le resulta extremadamente incómodo, hay chamanes, los de la nueva era, que evitan el trato con ellos, algo habitual en los de la antigua era, los brujos de la antigüedad se la pasaban con sus aliados y les daba un trato a nivel humano que creaba situaciones muy vinculativas.

Una característica de algunos tipos de inorgánicos que están en nuestro plano es que nos imitan al igual que los chamanes imitan a estas entidades, adoptan nuestra estructura energética propia, saben comunicarse con nosotros y en apariencia, son prácticamente humanos, pero no lo son, son entidades ajenas a nosotros.

Esto es algo que hay que tener presente, cuando vemos seres humanos, no todos son como nosotros, hay seres humanos desalmados, crueles y perversos, esos son entidades inorgánicas que se comportan como nosotros aparentemente, pero son peligrosos. Por eso don Juan no dejó que hubiese más interacción y sacó a Carlos de ese lugar, rápidamente.

Por esto, don Juan presenta un protocolo, no hay que caer en la complacencia de comunicarse con estos seres, simplemente, el trato debe de relegarse de manera abstracta y minimal, sin llegar a realizar descripciones como estamos acostumbrados a hacer en nuestro plano de consciencia habitual, aquí, eso no funciona y es muy peligroso.


[6] EL FINAL DE UNA ERA: LAS PROFUNDAS PREOCUPACIONES DE LA VIDA COTIDIANA. Carlos Castaneda está siendo transformado por el infinito.

CARLOS CASTANEDA SE ENFRENTA AL FIN DE UNA ERA. UNA METAMORFOSIS PROVOCADA POR FUERZAS DEL INFINITO QUE PULVERIZARÁN SU PERSONA.


1. SOBRE EL EJERCICIO DE RECAPITULACIÓN

Fui a Sonora a ver a don Juan. Tenía que hablar con él acerca de un acontecimiento de enorme gravedad que me acosaba en aquel momento. Necesitaba su consejo. 

Cuando llegué a su casa, apenas lo saludé. Me senté y comencé a decirle de buenas a primeras lo que me pasaba. 

-Cálmate, cálmate -dijo don Juan-. Nada puede ser tan grave. 

-¿Qué es lo que me está pasando, don Juan? -le pregunté. 

Era una pregunta retórica de mi parte. 

-Son los efectos del infinito -contestó-. Algo le pasó a la forma en que percibes, el día que me conociste. Tu sensación de nerviosismo se debe a la realización subliminal de que se te ha acabado el tiempo. Tienes conciencia de ello, pero no estás deliberadamente consciente. Sientes la ausencia de tiempo y es lo que te hace impaciente. Lo sé porque me pasó a mí y a todos los chamanes de mi linaje. En un momento dado, una era entera de mi vida, o de sus vidas, terminó. Ahora te toca a ti. Simplemente se te ha acabado el tiempo. 

Exigió entonces un recuento total de todo lo que me había pasado. Me dijo que tenía que ser completo, sin omisión de ningún detalle. No buscaba bosquejos. Quería que le presentara el impacto total de lo que me estaba molestando. -Vamos a hacer esta conversación, como dicen en tu mundo, al pie de la letra -me dijo-. Vamos a entrar en el reino de las conversaciones formales. 

Don Juan explicó que los chamanes del México antiguo habían concebido la idea de conversaciones formales versus conversaciones informales, y utilizaban ambas como medios para enseñar y guiar a sus discípulos. Las conversaciones formales consistían para ellos, en resúmenes que hacían de vez en cuando de todo lo que les habían enseñado o dicho a sus discípulos. 

Las conversaciones informales eran elucidaciones diarias en las cuales las cosas se explicaban con referencia sólo al fenómeno que se examinaba en ese momento. -Los chamanes no se guardan nada para sí -continuó-. El vaciarse de esta manera es una maniobra chamanística. Los conduce a abandonar la fortaleza del yo. 


1. COMENTARIO SOBRE LA RECAPITULACIÓN

En la naturaleza física de las cosas, hay situaciones o fenómenos que hacen inestable un estado y llegado a un umbral, se produce un efecto que propicia el cambio hacia un nuevo estado.

Hablando de consciencia, algo que escapa a los científicos, desde los filósofos analíticos hasta los expertos en neurobiología.

La consciencia se basa en la percepción, pero ya sabemos, por las enseñazas de don Juan, que hay más capacidad de percepción más allá se los sentidos habituales, hay una acción de «ver la energía tal y como fluye en el universo» que es realizada a través de fibras y multifibras que parten desde puntos concretos de nuestra arquitectura energética, el ser humano no es sólo el cuerpo físico que observamos, es un ente energético autoconsciente y dinámico.

Cuando don Juan dice: «Se te ha acabado el tiempo» significa que el estado energético habitual de Carlos ya no es estable, como consecuencia de los ejercicios chamánicos ya realizados durante meses si no, años. 

Hay una sobrecarga y la estructura se vuelve inestable, en consecuencia, es necesario trabajar el ejercicio de la recapitulación, que don Juan, aquí identifica como «una conversación formal».

El ejercicio de recapitulación consiste en partir desde un punto histórico concreto e ir reviviendo con todo lujo de detalles las experiencias del pasado (por nimias que sean y de manera exhaustiva), lo ideal es comenzar desde el ahora y llegar hasta el origen de nos.

Esto es algo realmente complejo e inabordable, por mi parte, yo lo he realizado de manera parcial, me he ayudado a partir de diarios, pero no lo he realizado como normativamente recomienda don Juan.

La vida continúa y ese punto del que hay que partir siempre se está moviendo, por ello, comenzar, siempre se comienza de un punto cada vez más lejano del origen de nuestras experiencias vitales.

La recapitulación tiene una gran recompensa: por un lado, limpiamos nuestra estructura energética al completo, nos quitamos esas energías ajenas de otras personas o entes que tenemos en sus diversos grados (trazas, anclajes, cristalizaciones, estructuras geométricas) y las disolvemos, de esa manera, recibimos automáticamente y mediante intercambio con el infinito las energías que nos han sido robadas, reintegrándolas en nuestro ser, gracias a esa recaptación energéticas se abren nuevas posibilidades para nuestras capacidades humanas desconocidas como la percepción amplia (el ver la energía subyacente y realidad) y nos preparamos para actuar sobre nuestro campo energético, convirtiéndonos en seres dinámicos.

Es importante que tengan en cuenta que el proceso de recapitulación tiene los siguentes puntos a realizar:

1. Tomado un recuerdo concreto, nos giramos la cabeza suavemente hacia la izquierda y recreamos el escenario. Tomamos aire en profundidad mientras completamos el recuerdo.

2. Giramos la cabeza, suavemente, hacia la derecha y expulsamos el aire en su totalidad, disolviendo el recuerdo para borrarlo.

3. Continuamos con el siguiente recuerdo, inmediatamente anterior a éste.


2. IDENTIDAD Y ESPEJOS

Empecé mi relato, diciéndole a don Juan que las circunstancias de mi vida jamás me habían permitido ser introspectivo. Cuanto más me remontaba en mi pasado, más recordaba que mi vida cotidiana había estado llena de problemas pragmáticos que exigían una resolución inmediata. 

Recuerdo que mi tío predilecto me dijo que estaba horrorizado al darse cuenta de que nunca había yo recibido un regalo de Navidad o de cumpleaños. Yo había ido a vivir a casa de la familia de mi padre poco antes de que mi tío me dijera eso. Me habló en tono compasivo de lo injusto de mi situación. Hasta se disculpó, aunque él no tenía nada que ver con el asunto. 

-Es horripilante, chico -dijo moviendo la cabeza-. Quiero que sepas que te apoyo cien por ciento cuando llegue el momento de las reparaciones. Insistió una y otra vez que tenía que perdonar a los que me habían hecho esos desagravios. Por lo que él me decía, supuse que quería que me enfrentara a mi padre con el hallazgo, y que lo acusara de indolencia y descuido, y luego, claro, que lo perdonara. 

Lo que él no había notado era que yo no me sentía para nada agraviado. Lo que él me pedía exigía una naturaleza introspectiva que me hiciera responder a los malestares provenientes del abuso psicológico, una vez que me los hubieran señalado. Le aseguré a mi tío que iba a pensarlo, pero no en ese momento, porque en ese instante mi novia estaba en la sala esperándome y haciéndome señas desesperadas de que me apresurara. Nunca tuve oportunidad de pensarlo, pero mi tío debe de haber hablado con mi padre, porque recibí un regalo de él, un paquete bien envuelto, con listón y todo, y una tarjetita que decía: «Lo siento”. 

Con gran curiosidad, rompí ávidamente la envoltura. Había una caja de cartón, y dentro, un juguete precioso, un barquito con una llave de cuerda atada al tubo de vapor. Era un juguete para jugar en la tina a la hora del baño. Mi padre había olvidado por completo que yo ya tenía quince años y que era un hombre hecho y derecho. Como había llegado a la edad de la madurez todavía incapaz de verdadera introspección, me era novedoso, años después, encontrarme en medio de una agitación emotiva muy extraña que parecía incrementar con el paso del tiempo. 

Lo dejé a un lado, atribuyéndolo a los procesos naturales de la mente o del cuerpo, que entran en acción de vez en cuando sin ninguna razón aparente, o quizá como resultado de los procesos bioquímicos del cuerpo mismo. No le di importancia. Sin embargo, la agitación seguía creciendo y la presión fue tal que me forzó a creer que había llegado a un momento de mi vida en la que necesitaba un cambio drástico. Había algo en mí que exigía un nuevo arreglo. Esta urgencia de hacer cambios era conocida. La había experimentado antes, pero había estado apagado durante mucho tiempo. 

Estaba comprometido con el estudio de la antropología, y este compromiso era tan fuerte que la idea de no estudiar antropología nunca formó parte de los cambios drásticos que me proponía. Lo primero que me vino a la cabeza era que necesitaba cambiar de universidad, irme lejos de Los Ángeles. Antes de hacer un cambio de esa magnitud, quería ponerlo a prueba. Me inscribí en un programa de verano de una universidad en otra ciudad. El curso de mayor importancia para mí, era uno de antropología dictado por la máxima autoridad sobre los indios de la región andina. 

Estaba yo con la idea de que si enfocaba mis estudios sobre un área que me fuera accesible emocionalmente, tendría mejor oportunidad de hacer mi trabajo de campo antropológico al momento debido. Concebí que mi conocimiento de América del Sur iba a otorgarme mayor acceso a cualquier sociedad indígena de esa región. 

Al inscribirme, conseguí simultáneamente un trabajo como asistente de investigación con un psiquiatra, el hermano mayor de uno de mis amigos. Él quería hacer un análisis de contenido basado en extractos de algunas grabaciones con jóvenes, preguntas y respuestas sobre problemas de exceso de estudio, expectativas no logradas, falta de comprensión en el ambiente del hogar, amores frustrados, etc. 

Las grabaciones tenían más de cinco años y se iban a destruir, pero antes, se les asignaron a cada carrete de cintas cifras al azar, y siguiendo una tabla, el psiquiatra y sus asistentes recogían carretes y examinaban los extractos que podían ser analizados. 

Durante el primer día de clase en la nueva universidad, el profesor de antropología habló sobre sus credenciales y preparación académica, y deslumbró a los estudiantes con el ámbito de su conocimiento y sus publicaciones. 

Era un hombre alto, delgado, de unos cuarenta años de edad, de furtivos ojos azules. Lo que más me llamó la atención de su apariencia era que sus ojos se veían enormes detrás de los lentes de aumento para el astigmatismo, y que cada uno de sus ojos daba la impresión de ir en dirección opuesta del otro al mover la cabeza y al hablar. Sabía que no podía ser verdad; sin embargo, era una visión bastante desconcertante. Iba muy bien vestido, sobre todo para un antropólogo, que en aquel tiempo eran conocidos por su forma de vestir informal. 

Los estudiantes describían a los arqueólogos, por ejemplo, como criaturas perdidas en fechado de carbono-14 que nunca se bañaban. Sin embargo, por razones que ignoraba, lo que en verdad lo hacía diferente no era su apariencia física ni su erudición, sino su modo de hablar. Pronunciaba cada palabra con una claridad sin par, haciendo énfasis en ciertas palabras al alargarlas. Tenía una entonación marcadamente extranjera, pero sabía yo que era una afectación. Pronunciaba ciertas frases como un inglés, y otras como un predicador fundamentalista. A pesar de su tremenda pomposidad, me fascinó desde un principio. Su importancia personal era tan obvia, que dejaba de ser problema pasados los primeros cinco minutos de clase, las cuales siempre eran muestras rimbombantes de conocimiento, basadas en las aserciones más descaradas de sí mismo. Su dominio sobre el foro era estupendo. Todos los estudiantes con los que hablé le tenían la más grande admiración a este extraordinario hombre. Sinceramente, pensé que todo iba muy bien y que el cambio a otra universidad y a otra ciudad iba ser fácil e inocuo, pero totalmente positivo. 

Me gustó mi nuevo ambiente. En el trabajo, me entregué totalmente a escuchar las grabaciones; a tal extremo, que me metía a escondidas en la oficina para escuchar, no los extractos, sino las grabaciones enteras. Lo que al principio me fascinó sin medida, era el hecho de que me oía a mí mismo en cada grabación. Al correr de las semanas y al haber escuchado más grabaciones, mi fascinación se convirtió en horror. Cada oración que se decía, incluso las preguntas del psiquiatra, era mía. Esas personas hablaban desde mis entrañas. La repugnancia que experimentaba era algo nuevo para mí. Nunca había imaginado que yo podía ser repetido interminablemente en cada hombre o mujer que oía hablar en esas grabaciones. 

El sentido de individualidad que se me había inculcado desde el momento de nacer, se desmoronó sin esperanza alguna bajo el impacto de este descubrimiento colosal. Empecé entonces el proceso odioso de tratar de restaurarme a mí mismo. Inconscientemente, hice un torpe intento de introspección; traté de salir de mi estado hablando a solas interminablemente. Repasé mentalmente todas las racionalizaciones posibles que apoyaran mi sentimiento de unicidad, y luego me hablé en voz alta acerca de ellas. Hasta experimenté algo bastante revolucionario; me despertaba a mí mismo hablando en voz alta en mis sueños, discutiendo mi valor y mi unicidad. 

2. COMENTARIO SOBRE IDENTIDAD Y ESPEJOS

Cuando Carlos Castaneda comienza a escuchar las grabaciones donde se han entrevistado a indios de la zona para hacer un estudio del estado en el que viven y sus características, Carlos se autoidentifica no con uno, ni con dos, sino con todos, sean hombres o mujeres, hay respuestas repetidas una y otra vez, hay una identidad global reflejada por múltiples espejos.

Aquí, estamos ante una mente única, que no es nuestra, se trata de la mente básica que el foráneo nos esculpe a la fuerza en los primeros tiempos de nuestra infancia.

Este sentimiento lo sobrecoge y da como resultado la natural reacción que todo ser humano sufre ante los foráneos, ganas de vomitar, malestar, temblor, ansias, etc. El reconocimiento de la naturaleza foránea nos vuelve completamente fóbicos y reaccionamos como el que reacciona a una toxina.

3. UN AFFAIR SEXUAL

Luego, un día horripilante, sufrí otro golpe mortal. Durante la madrugada, me despertó un insistente golpe en la puerta. No era un toque tímido, gentil, sino lo que mis amigos llamaban un «golpe Gestapo». La puerta estaba por caerse. Salté de la cama y espié por la ranura. La persona que tocaba era mi jefe, el psiquiatra. Como yo era amigo de su hermano menor, se había creado una vía de comunicación con él. Se había vuelto mi amigo sin más ni más, y allí estaba, en mi umbral. Encendí las luces y abrí la puerta. -Por favor, pase -dije-. ¿Qué pasó? Eran las tres de la mañana y, por su aspecto lívido y sus ojos hundidos, sabía que algo andaba mal. Entró y se sentó. Su orgullo y deleite, la cabellera de largo pelo negro, le caía sobre la cara. No hizo ningún esfuerzo por peinarse, como siempre lo hacía. Me gustaba mucho porque era la versión mayor de mi amigo en Los Ángeles, con sus cejas negras y gruesas, sus ojos penetrantes color castaño, su mandíbula cuadrada y sus labios gruesos. Su labio superior parecía tener un pliegue doble por dentro y a veces, cuando sonreía, parecía tener un doble labio superior. Siempre hablaba de la forma de su nariz, que describía como nariz impertinente y agresiva. Yo lo veía como alguien que tenía muchísima confianza en sí mismo. Según él, esas cualidades eran lo importante en su profesión. -¡Qué pasó! -repitió en tono de burla, el doble labio superior temblándole incontrolablemente-. 

Cualquiera puede ver que esta noche me pasó todo. Se sentó en una silla. Parecía estar mareado, desorientado, buscando palabras. Se levantó y se fue al sofá, casi cayendo sobre él. -No sólo me cargo la responsabilidad de mis pacientes -siguió-, la de mi beca de investigación, la de mi mujer y mis hijos, sino que ahora se me viene encima otro maldito problema, y lo que me jode es que es por mi propia culpa, por mi estupidez en poner mi confianza en una puta de mierda. 

«Escúchame bien, Carlos -continuó-, no hay nada más horrendo, repugnante, asqueroso, carajo, que la insensibilidad de las mujeres. ¡Yo no odio a las mujeres, tú bien lo sabes! Pero en este momento, me parece que todos los coños son eso, simplemente coños. Hipócritas y viles. No sabía qué decir. Lo que me estaba diciendo no se podía ni afirmar ni contradecir. De cualquier manera, no me hubiera atrevido a contradecirlo. No tenía las armas. Estaba muy cansado. Quería volverme a dormir, pero él seguía hablando como si de ello le dependiera la vida. 

-Conoces a Teresa Manning, ¿no? -me preguntó de una manera agresiva y acusatoria. Por un instante, creí que me acusaba de andar en líos con su hermosa y joven estudiante-secretaria. Sin darme tiempo para responder, siguió hablando. 

-Teresa Manning es un culo. ¡Es una babosa! Una idiota desconsiderada que no tiene otra meta en la vida que cogerse a alguien que tenga un poco de fama o notoriedad. Yo la creía inteligente y sensible. Yo creía que tenía algo, alguna comprensión, alguna empatía, algo que uno quisiera compartir o mantener como algo precioso sólo para sí. No sé, pero ésa es la imagen que ella creó para mí, cuando en realidad es obscena y degenerada, y hasta pudiera añadir, irremediablemente grosera. 

Mientras continuaba hablando, una extraña visión empezó a formarse. Evidentemente el psiquiatra acababa de sufrir una mala experiencia con su secretaria. 

-Desde el día que vino a trabajar conmigo -siguió-, sabía que tenía una fuerte atracción sexual por mí, pero nunca se atrevió a decir nada. Se quedaba todo en insinuaciones y miradas. ¡Pero carajo! Esta tarde me cansé de todas las indirectas y las insinuaciones y me fui al grano. Me acerqué a su escritorio y le dije: «Yo sé lo que quieres y tú sabes lo que quiero”. Se enredó en un recuento elaborado de cuán agresivamente le había dicho que lo esperara en su apartamento frente a la universidad a las 11.30 p.m., y que él no cambiaba sus rutinas para nadie, que leía y trabajaba y bebía su vino hasta la una, y a esa hora se retiraba a su cuarto. Tenía un apartamento en la ciudad además de su casa en las afueras, en la cual vivía con su mujer y sus hijos.  -Tenía yo tal confianza en que este asunto iba a salir de maravilla, ser algo verdaderamente memorable -dijo con un hondo suspiro. Su voz adquirió el tono de alguien que está relatando algo íntimo-. Hasta le di la llave del apartamento -siguió y se le quebró la voz. »Muy sumisamente, llegó a las once y media -continuó-. Entró sola, con su propia llave, y como sombrita se metió en el cuarto. Eso me excitó terriblemente. Sabía que no me iba a dar la lata. Ella sabía el papel que le correspondía. A lo mejor se durmió sobre la cama. O se quedó mirando la tele. Yo me metí en mi trabajo y no me importó un pedo lo que hacía. Sabía que la tenía presa. »Pero al momento que entré en la alcoba -continuó, la voz tensa y contraída como si estuviera mortalmente ofendido-, Teresa saltó sobre mí como un animal y trató de agarrarme el pene. Ni me dio tiempo de dejar a un lado la botella y las dos copas que llevaba. Tuve suficiente cordura de dejar mis dos copas de cristal Baccarat sobre el piso sin romperlas. La botella saltó por el cuarto al agarrarme ella los cojones como si fueran piedras. Quería golpearla. Hasta lancé un grito de dolor, pero eso no la detuvo. Empezó a reír insensatamente porque creyó que yo me hacía el sexy y el gracioso. Lo dijo como para calmarme. Moviendo la cabeza con rabia contenida, dijo que la mujer estaba tan endemoniadamente ávida y era tan egoísta que ni siquiera tomó en cuenta que un hombre necesita un momento de reposo, necesita sentirse a gusto, en casa, en un ambiente agradable. 

En vez de demostrar la consideración y comprensión que su papel exigía, Teresa Manning le sacó los órganos sexuales del pantalón con la mano experta de alguien que lo ha hecho cientos de veces. 

-El resultado de toda esta mierda -dijo- fue que mi sensualidad huyó horrorizada. Me castró emotivamente. Mi cuerpo aborreció a esa puta mujer instantáneamente. Sin embargo, mi lujuria impidió que la echara a la calle. Dijo que entonces decidió que en vez de perder la partida a causa de su impotencia miserablemente, como sabía que le iba a pasar, tendría sexo oral con ella y la haría tener un orgasmo, estaría a su merced; pero su cuerpo había rechazado a esa vieja tan completamente que no pudo hacerlo. -

Esa mujer para mí ya no tiene nada de hermosa -dijo-, es más bien fea. Cuando está vestida, la ropa le esconde la gordura de las caderas. Hasta se ve bien. Pero cuando está desnuda es un costal de carne fláccida blanca. Lo esbelto que presenta cuando está vestida es una mentira. No existe. El veneno le salía al psiquiatra de formas que nunca me hubiera imaginado. Temblaba de rabia. Quería desesperadamente aparentar que tenía dominio sobre sí, pero fumaba un cigarrillo tras otro. Dijo que el sexo oral fue aún más horrendo y repugnante, y que estaba a punto de vomitar, cuando la puta le dio una patada en la panza, lo echó de su propia cama, y luego lo llamó puto impotente. A estas alturas de la narración, los ojos del psiquiatra ardían de odio. Le temblaba la boca. Estaba pálido. -Tengo que usar tu baño -dijo-. Quiero bañarme. Apesto. Créeme, traigo olor a puta. 

Estaba hecho un mar de llanto y yo hubiera dado todo por no estar allí. Quizás por mi fatiga, o por el tono mesmérico de su voz, o por la insensatez de la situación, pero todo creaba la ilusión de que lo que escuchaba no era la voz del psiquiatra, sino la de uno de los machos suplicantes de sus grabaciones, quejándose de problemas menores que se vuelven asuntos gigantescos al hablar obsesivamente de ellos. Mi martirio terminó como a las nueve de la mañana. Era hora de que me fuera a mi clase y hora para que él se fuera a ver a su propio psiquiatra. 

Me fui a clase lleno de una ardiente ansiedad y una enorme sensación de inutilidad e incomodidad. Allí, me dieron el golpe final, el golpe que causó el desmoronamiento de mi intento de llevar a cabo un cambio drástico. Ninguna parte de mi volición tuvo que ver con el desmoronamiento, que ocurrió no sólo como si hubiera sido proyectado, sino como si su progresión hubiera sido acelerada por una mano desconocida. El profesor de antropología empezó su discurso sobre un grupo de indios de la altiplanicie del Perú y de Bolivia, los aymará. Los llamaba los «ey-MEH-ra», alargando el nombre como si su pronunciación fuera la única acertada que existiera. Dijo que la elaboración de la chicha, que él pronunciaba «CHAI-cha», una bebida alcohólica elaborada de maíz fermentado, ocurría en el reino de una secta de sacerdotisas que eran consideradas semidiosas por los aymará. Dijo en tono de revelación, que aquellas mujeres tenían a su cargo el transformar el maíz cocinado en una pasta lista para la fermentación masticando y escupiéndolo, añadiendo de esta manera una enzima que se encuentra en la saliva humana. 

La clase entera gritó de horror contenido al oír la referencia a la saliva humana. El profesor parecía estar encantado. Daba risitas de alegría. Era la risa de un niño malicioso. Continuó diciendo que las mujeres eran masticadoras expertas y se refirió a ellas como las «masticadoras de chai-cha». 

Miró a la primera fila del aula donde se encontraba la mayoría de las jóvenes, y dio su golpe de gracia. -Tuve el pr-r-r-r-rivilegio -dijo con esa entonación extraña, casi extranjera- de que me invitaran a dormir con una de las masticadoras de chai-cha. El arte de masticar la pasta de chai-cha les desarrolla los músculos de la garganta y de las mejillas a tal extremo que pueden hacer maravillas. Miró al asombrado foro, haciendo una larga pausa, con interjecciones de risitas. -Estoy seguro de que comprenden a lo que me refiero -dijo-, y se puso histérico de risa. 

La clase se enloqueció con las insinuaciones del profesor. La charla fue interrumpida por no menos de cinco minutos de risa y un bombardeo de preguntas que el profesor se negó a contestar, causando más risas. Me sentí tan comprimido por la presión de las grabaciones, el relato del psiquiatra y las masticadoras de chai-cha del profesor, que de un solo arrebato dejé mi trabajo, dejé la universidad y me regresé a Los Ángeles.

-Lo que me pasó con el psiquiatra y con el profesor de antropología -le dije a don Juan-, me ha hundido en un estado emotivo desconocido. Lo único que se me ocurre es llamarlo introspección. Me he estado hablando a mí mismo sin parar. 

-Tu enfermedad es de algo muy sencillo -dijo don Juan sacudiéndose de risa. Aparentemente, mi situación le encantaba. Era un gusto que yo no compartía, porque no le veía la gracia. -Tu mundo se termina -dijo-. Es el final de una era para ti. ¿Crees que el mundo que has conocido toda tu vida te va a dejar, pacíficamente, sin más? ¡No! Va a estar revolcándose debajo de ti y dándote de golpazos con la cola.


3. COMENTARIO SOBRE AFFAIR SEXUAL

Toda vez que uno realiza la recapitulación, los eventos y experiencias vividos de manera consciente e incluso inconscientes, se vuelven amargamente extraños, porque uno busca un cierto alivio en la melancolía, en el bienestar de un tiempo ya vivido y memorable, pero que no es en realidad que una serie de experiencias profundamente repugnantes y vacías, carentes de sentido en nuestra actual consciencia.

Ciertamente la recapitulación modifica nuestra estructura energética al completo y nuestro ser, nuestra identidad, nuestra consciencia, queda a su vez, profundamente modificadas.

Eso es lo que don Juan define como «Tu mundo se termina» 

Sin embargo, si la recapitulación es incompleta, tiene sesgos o está mal hecha, no produce estos efectos tan dramáticos que Castaneda comenta, hay que pasar por esta experiencia para estar seguros de haber superado un estado.