AUTOR DEL BLOG DE LA UNIVERSIDAD DE DOGOMKA

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El cielo me ha fascinado desde que tuve uso de razón. A los 13 años de edad realicé un trabajo sobre el Sistema Solar en la escuela y gané un premio, mi tía Paqui me obsequió con mi primer libro de astronomía, escrito por José Comás Solá, estudiando este libro, nació mi vocación por la astronomía. Cada noche salía al campo para identificar y conocer las estrellas, solía llevar conmigo unos binoculares y pasaba largas horas viendo el firmamento. Mi madre me regaló mi primer telescopio. Me formé como matemático y estudié complementos de astronomía posicional y astrofísica teórica, colaboré escribiendo artículos tanto en inglés como en español para tres revistas: «Sky and Telescope» (EE.UU.); «The Astronomer» (R.U.) y «Tribuna de Astronomía» (España) entre 1982 y 1988. Actualmente tengo 62 años y he realizado un posgrado sobre Historia de la Ciencia, su filosofía y lógica en la UNED y estoy prejubilado.

sábado, 1 de noviembre de 2025

[1] CASIOPEA Y CEFEO, LOS REYES DE ETIOPÍA EN EL CIELO: EL MITO

 


La constelación de CASIOPEA, constelación circumpolar a partir de la latitud 36º N, acompaña perennemente los cielos del norte, en Europa, Norteamérica y Asia, girando indefinidamente en torno al polo norte celeste.

Su asterismo característico es una M en la culminación superior o una W en su culminación inferior sobre el horizonte norte.

Cada otoño, Casiopea aparece sentada sobre su trono y su figura es la de una sigma mayúscula al revés, está sobre el horizonte NE, al este de la Estrella Polar y más allá en el horizonte NW está el Gran Carro de la Osa Mayor.

De menos entidad y a la derecha de Casiopea, está la constelación de CEFEO, sus estrellas ya no son tan brillantes y su asterismo tiene forma de casita, manteniendo al igual que Casiopea, sus mismas características: circumpolaridad, otoñal y sobre la extensión.

Los Reyes de Etiopía tienen una mitología celeste muy destacable.

PTOLOMEO fue quien los colocó en el cielo y desde entonces están ahí.

CASIOPEA tiene como nombre latino e internacional (nominativo) → CASSIOPEIA

Como nombre latino y genitivo, para acompañar la letra o número en la estrella 

CASSIOPEIAE

Abreviatura:   Cas

Superficie (en grados al cuadrado) : 598, 41 

Posición en la lista de constelaciones: 25



CEFEO tiene como nombre latino e internacional (nominativo) → CEPHEUS

Como nombre latino y genitivo, para acompañar la letra o número en la estrella 

→ CEPHEI

Abreviatura:   Cep

Superficie (en grados al cuadrado) : 587, 79

Posición en la lista de constelaciones: 27

LOS PERSONAJES DEL MITO: CASIOPEA

  • En la mitología griega, Casiopea (griego Κασσιόπεια, Kassiopeia) era la reina de Etiopía y esposa del rey Cefeo (Cepheus). 

  • Es madre de la princesa Andrómeda. 

  • Su nombre viene de una raíz que se interpreta como “la que tiene excelsas palabras” o “la que sobresale en hablar”

  • Aparece en otros contextos menos conocidos (por ejemplo, otra Casiopea, hija de Arabo, esposa de Fénix) pero la versión más común es la reina etíope.



LOS PERSONAJES DEL MITO: CEFEO

Cefeo era rey de Etiopía (a veces de Jopa o de Nubia, según las fuentes) y estaba casado con Casiopea. Su hija era Andrómeda, célebre por haber sido rescatada por el héroe Perseo.

Cefeo pertenecía a una estirpe mítica ligada a Poseidón y al dios del mar Nereo. Su linaje a menudo se describe como noble y antiguo, de origen divino.

EL MITO

Casiopea se jactó de su propia belleza o  de la belleza de su hija Andrómeda, comparándose con las  NEREIDAS, las  ninfas marinas, hijas del dios Nereo. Este acto de hybris (desmesura frente a los dioses) y es lo que desencadena el castigo.

El dios del mar, Poseidón, ofendido por la arrogancia, envía males al reino de Etiopía: inundaciones o un monstruo marino llamado Cetus que devasta la costa. 

Cefeo aparece como un rey prudente y temeroso de los dioses. Consulta al oráculo de Amón, quien le revela que la única forma de apaciguar a Poseidón es sacrificar a su hija Andrómeda al monstruo.

Ella es llevada a una playa donde es encadenada a una roca junto al mar, como ofrenda al monstruo. 

Perseo aparece volando con las sandalias aladas de Hermes tras haber matado a Medusa. Al ver a Andrómeda encadenada, se enamora de ella al instante. Promete liberar al reino si le conceden su mano en matrimonio. Cefeo acepta, agradecido y desesperado, y Perseo mata al monstruo marino mostrando la cabeza de Medusa, petrificándolo.

Durante el banquete nupcial, surge un conflicto: Fineo, tío de Andrómeda y antiguo prometido, irrumpe con sus hombres reclamando a la joven. Se inicia una batalla sangrienta, en la que Perseo, acorralado, usa de nuevo la cabeza de Medusa para convertir en piedra a Fineo y a sus seguidores. Cefeo, intentando evitar el enfrentamiento, es petrificado accidentalmente (en alguna versión del mito).

Casiopea es catasterizada, puesta entre las estrellas y girando eternamente en torno al polo, anclada a un trono y sentada, la mitad de la noche está boca abajo como castigo señalado por Poseidón, esto es una humillación eterna.

También son colocados en el cielo los otros personajes: Cefeo, Andrómeda, Perseo y la Ballena.



 





EL LADO ACTIVO DEL INFINITO

 




✦ PRESENTACIÓN GENERAL DEL ANÁLISIS 

    El lado activo del infinito. Por Carlos Castaneda.

El lado activo del infinito no es un libro que se lea, sino que se atraviesa. Cada página de Castaneda parece diseñada para sacudir las certezas del lector, obligándolo a mirar el mundo desde un lugar donde las palabras se disuelven y la percepción se vuelve el único acto verdadero de conocimiento.

A lo largo de estas diecinueve entradas he intentado recorrer ese territorio con respeto y apertura, sin pretender explicarlo, sino dialogar con él. Castaneda no ofrece doctrinas ni sistemas, sino caminos, señales y silencios que apuntan hacia lo inefable. En ellos, el aprendizaje del guerrero se convierte en una metáfora de la conciencia humana enfrentada al misterio de su propia existencia.

El tono de estas reflexiones oscila entre lo filosófico y lo poético, porque la obra misma exige un lenguaje que no se limite al razonamiento, sino que toque la intuición. He procurado mantener un hilo que conecte los temas esenciales —la percepción, la energía, la muerte, la memoria y la libertad— como estaciones de un mismo viaje interior.

Cada comentario nace de la lectura detenida y de la experiencia del asombro: ese momento en que el lector percibe que el texto no habla solo de mundos antiguos o prácticas chamánicas, sino de algo que sigue ocurriendo dentro de nosotros. Porque el verdadero “lado activo del infinito” es la consciencia misma: ese movimiento silencioso que nos llama a recordar que somos más vastos que nuestras palabras y más profundos que nuestros pensamientos.

Estas diecinueve entradas son, entonces, una invitación: a leer a Castaneda sin buscarle razón, sino ritmo; a permitir que su voz —a veces dura, a veces luminosa— nos acompañe en el descubrimiento de nuestra propia inmensidad.



El eco del infinito

Con esta última entrada concluye un recorrido que no puede darse por terminado, porque El lado activo del infinito no se cierra: se expande. Cada lectura abre una grieta distinta, un pasaje nuevo en la memoria del ser. Lo que parecía un libro acaba revelándose como un espejo donde se refleja el movimiento invisible de la conciencia.

A lo largo de estas reflexiones he descubierto que la verdadera enseñanza de Castaneda no reside en sus relatos ni en sus conceptos, sino en el acto mismo de mirar sin miedo. Su escritura invita a abandonar la explicación para entrar en la experiencia, a comprender que el conocimiento no se acumula, sino que se recuerda.

El infinito no está fuera de nosotros; es el pulso que sostiene cada instante, el hilo silencioso que une el nacimiento con la disolución. Mirarlo de frente —aunque solo sea un segundo— basta para transformar el modo en que caminamos por la vida.

Que este conjunto de escritos sirva, entonces, como un testimonio de ese intento: el de aprender a ver con los ojos del silencio, donde el pensamiento descansa y el ser simplemente es.

El guerrero de Castaneda no busca certezas, busca equilibrio; no acumula poder, se vuelve transparente a la energía que lo atraviesa. Así también, el lector que se adentra en estas páginas quizá descubra que el propósito último no es entender el infinito, sino participar de su movimiento.

Y cuando ese movimiento se siente —aunque sea un instante—, ya nada vuelve a ser igual.




Nota final

Este blog de la UNIVERSIDAD DE DOGOMKA, creado y mantenido por José Antonio Galán Baho, nace del deseo de contemplar los distintos rostros del conocimiento: desde la filosofía y la literatura hasta la ciencia y la inmensidad del cosmos. Cada texto es una invitación a detenerse, a pensar y a sentir —a descubrir, en lo visible y en lo invisible, ese mismo latido del infinito que nos sostiene y nos trasciende.

En la barra vertical de la izquierda puedes encontrar una viñeta con el título de EL LADO ACTIVO DEL INFINITO, ahí están las 19 entradas de cada uno de los capítulos de este libro, con mis comentarios y experiencias vividas, puedes entrar y leer este libro aquí.

[13] LA INTERACCIÓN DE ENERGÍA EN EL HORIZONTE


La claridad del acomodador trajo un nuevo ímpetu a mi recapitulación. Un nuevo estado de ánimo reemplazó el anterior. Desde ese momento, empecé a recordar sucesos de mi vida con una claridad enloquecedora. 

Era exactamente como si una barrera hubiera sido construida dentro de mí, que me mantenía rígidamente atado a recuerdos magros y borrosos, y el acomodador la había derribado. Mi facultad para recordar, antes de ese suceso, había sido una vaga manera de referirme a cosas que habían pasado, pero que casi siempre quería olvidar. 

Básicamente, no tenía interés alguno en recordar nada de mi vida. En verdad, no veía ningún valor en este ejercicio inútil de la recapitulación que don Juan me había impuesto. 

Para mí, era una tarea que instantáneamente me cansaba, y lo único que ganaba era darme cuenta de mi incapacidad para concentrarme. No obstante, yo había escrito obedientemente la listas de personas y me había involucrado en un esfuerzo fortuito de recordar mis interacciones con ellas. 

Mi falta de claridad en poder enfocarme en esas personas no me disuadió. Cumplí lo que consideraba mi deber, a pesar de mis verdaderos sentimientos. Con la práctica, la claridad de mis recuerdos mejoró muchísimo a mi parecer. 

Podía, por así decirlo, descender sobre ciertos sucesos claves con cierta agudeza a la vez pavorosa y gratificante. Sin embargo, después de que don Juan me presentó con la idea del acomodador, el poder de mis recuerdos se convirtió en algo que no tenía nombre. 

Seguir mi lista de personas hizo que la recapitulación fuera muy formal y exigente, tal como lo quería don Juan. Pero de vez en cuando, algo en mí se soltaba, algo exigía que me enfocara en sucesos que no tenían nada que ver con mi lista, sucesos cuya claridad era tan enloquecedora que terminaba atrapado y sumergido en ellos, quizá más intensamente que durante la experiencia misma. 

Cada vez que recapitulaba de esa manera, tenía un grado de desapego que me permitía ver cosas que había descuidado cuando realmente había estado de lleno en ellas. La primera vez que el recuerdo de un suceso me sacudió hasta los cimientos fue después de haber dado una conferencia en una universidad de Oregón

Los estudiantes encargados de organizar la conferencia, me llevaron a mí y a otro antropólogo amigo mío a una casa a pasar la noche. Iba a hospedarme en un motel, pero insistieron en llevarnos a la casa para nuestra mayor comodidad. Dijeron que estaba en el campo y que no había ruidos, el lugar más tranquilo del mundo, sin teléfonos y sin posibilidad de contactos con el mundo exterior. 

Yo, como el tonto que era, acepté ir con ellos. Don Juan no sólo me había advertido ser siempre un ave solitaria, sino que había exigido que observara su recomendación, algo que yo hacía la mayoría de las veces, aunque en ocasiones la criatura gregaria que había en mí me dominaba. 

El comité nos llevó a la casa de un profesor que estaba en sabático, y que quedaba bastante lejos de la ciudad de Portland. Muy rápidamente, encendieron las luces por dentro y por fuera de la casa, que de hecho estaba sobre una colina rodeada de faros. 

Encendidas las luces, la casa debe haber sido visible a una distancia de diez kilómetros. El comité se fue tan rápido como pudo, algo que me sorprendió porque pensaba que se quedarían a conversar. La casa era de madera, en forma de «A», pequeña, pero muy bien construida. 

Tenía una sala enorme y un entrepiso encima donde estaba el dormitorio. Justamente en el ángulo del marco en forma de «A» había un crucifijo de tamaño natural que colgaba de una extraña bisagra rotatoria, perforado en la cabeza. 

Era una vista bastante impresionante, especialmente cuando el crucifijo rotaba, chirriando como si necesitara aceite. El baño de la casa era todo un espectáculo. Tenía azulejos de espejo en el techo, sobre las paredes y sobre el piso y estaba iluminado con una luz rojiza. No había manera de ir al baño sin verse desde todos los ángulos posibles. 

Disfruté todas estas características de la casa; me parecían estupendas. Cuando llegó la hora de dormirme, sin embargo, me encontré con un serio problema, pues había una sola cama angosta, dura, monástica, y mi amigo antropólogo estaba a punto de caer enfermo de pulmonía, resollando y escupiendo flemas cada vez que tosía. 

Se fue directamente a la cama y se quedó seco. Busqué un rincón para dormirme. No encontraba ninguno. Esa casa carecía totalmente de comodidades. Además hacía frío. El comité había encendido las luces, pero no la calefacción. La busqué. Mi búsqueda fue inútil, como lo fue también el tratar de encontrar el contacto para apagar los faros o siquiera las luces de la casa. 

Los contactos estaban allí sobre las paredes, pero parecían regidos por un contacto central. Las luces estaban encendidas y no había manera de apagarlas. El único rincón que encontré para dormir fue sobre un tapete delgado, y la única cobija que había era la piel curtida de un gigantesco perro lanudo francés. 

Evidentemente, había sido la mascota de la casa y lo habían preservado. Tenía brillantes ojos negros y le colgaba la lengua del hocico abierto. Puse la cabeza del perro sobre mis piernas. Me tenía que tapar con la parte trasera, que me daba al cuello. La cabeza embalsamada era como un duro objeto entre mis rodillas, lo que resultaba algo incómodo. Si hubiera estado oscuro, podría haber aguantado. Recogí un montón de toallas de mano y las usé como almohada. Usé la mayor cantidad posible de la mejor manera que pude para cubrir la piel del animal. No pude pegar un ojo en toda la noche. Fue entonces, recostado allí, mientras me maldecía por haber sido tan bestia y no haber seguido las recomendaciones de don Juan, cuando experimenté el primer recuerdo enloquecedoramente claro de toda mi vida. 

Me había acordado del suceso que don Juan llamó el acomodador con la misma claridad, pero mi tendencia siempre había sido de dejar de lado lo que me pasaba cuando estaba con don Juan, porque a mi parecer en su presencia todo era posible. 

Sin embargo, esta vez estaba solo. Años antes de haber conocido a don Juan, había trabajado pintando anuncios para edificios. Mi jefe se llamaba Luigi Palma. Un día, Luigi consiguió un contrato para pintar un anuncio en la pared trasera de un edificio viejo, de venta y alquiler de fracs y trajes de novias

El dueño del edificio quería atraer toda la clientela posible con un gran anuncio. Luigi iba a pintar a la novia y al novio y yo iba a pintar el letrero. Fuimos al techo plano del edificio y pusimos los andamios. Sin razón aparente, yo me sentía bastante inquieto. 

Había pintado docenas de anuncios en edificios altos. Luigi pensó que había empezado a tener miedo a las alturas, pero que se me iba a pasar. Cuando llegó el momento de empezar a trabajar, él bajó el andamio unos cuantos pies del techo, y saltó sobre las tablas planas. Él se fue a un lado mientras yo me quedé al otro para no vedarle el paso. Él era el artista. Luigi comenzó a hacer alarde de su talento. Al pintar, sus movimientos se volvieron tan irregulares y tan agitados que el andamio comenzó a moverse de lado a lado. Me mareé. Quise regresar al techo con el pretexto que necesitaba más pintura y otros trastos. Me agarré de la orilla de la pared que bordeaba el techo y traté de levantarme, pero las puntas de los pies se me metieron entre las tablas del andamio. 

Intenté liberar mis pies y a la vez atraer el andamio hacia la pared; pero cuanto más tiraba, más alejaba el andamio de la pared. En vez de ayudarme a desenredar los pies, Luigi se sentó y se abrazó a las cuerdas que ataban el andamio al techo. Hizo la señal de la cruz mientras me miraba horrorizado. 

Desde esa posición se arrodilló y, sollozando, empezó a recitar el Padre Nuestro. Me agarré de la orilla de la pared con todo lo que tenía; lo que me dio la fuerza desesperada para aguantar fue la certeza de que si yo me controlaba, podría evitar que el andamio se alejara más y más. 

No iba soltar mi agarre y caer trece pisos a mi muerte. Luigi, compulsivo y dominante hasta el final, me gritó en medio de sus lágrimas que debía rezar. Juró que los dos íbamos a caer y a morir y lo único que nos quedaba era rezar por la salvación de nuestras almas. 

Por un momento, reflexioné acerca de si valía la pena rezar. Decidí gritar. La gente en el edificio debe haber oído mis gritos, pues llamaron a los bomberos. Con toda sinceridad, pensé que habían pasado apenas dos o tres segundos desde que empecé a gritar, hasta que los bomberos subieron al techo, agarraron a Luigi y a mí y aseguraron el andamio. 

En realidad, yo había pasado veinte minutos colgado del costado del edifico. Cuando los bomberos finalmente me subieron al techo, perdí todo vestigio de control. Vomité sobre el piso duro del techo, mi estómago revuelto de terror y del fétido olor de la brea derretida. 

Hacía mucho calor; la brea entre las grietas de las hojas rasposas que cubrían el techo se derretía con el calor. La experiencia había sido tan penosa que no quería recordarla y terminé alucinando que los bomberos me habían metido en un cuarto amarillo y acogedor; me habían acostado en una cama sumamente cómoda y me había dormido plácidamente, en mis pijamas, libre de todo peligro. 

El segundo recuerdo fue otra explosión de fuerza inconmensurable. Estaba en amena conversación con un grupo de amigos, cuando de repente, y sin razón alguna, se me fue el aliento bajo el impacto de un pensamiento, un recuerdo vago por un instante y que se convirtió luego en una experiencia que me absorbió por completo. 

Su fuerza fue tan intensa que tuve que excusarme para retirarme un momento y estar a solas. Mis amigos parecieron comprender mi reacción; se retiraron sin hacer comentario. Me estaba acordando de un incidente que me había ocurrido el último año de la escuela preparatoria. Mi compañero y yo, al caminar al colegio, solíamos pasar delante de un enorme caserón con rejas de hierro negras de unos cinco metros de altura que terminaban en afiladas puntas. Detrás de la reja había un enorme jardín, verde y bien cuidado, y un perro, un gigantesco y feroz pastor alemán

Todos los días fastidiábamos al perro y dejábamos que se nos abalanzara. Frenaba físicamente al llegar a la reja de hierro, pero su furia parecía cruzarla y llegar hasta nosotros. A mi amigo le encantaba entretener al perro diariamente en una competencia de mente sobre materia. Se paraba a unos centímetros del hocico del perro, el cual salía por las barras de la reja hasta extenderse unos ocho centímetros a la calle, y le enseñaba los dientes, igual que el perro. 

-¡Entrégate! ¡Entrégate! -gritaba mi amigo-. ¡Obedece! ¡Obedece! ¡Yo soy más poderoso que tú! Sus muestras diarias de proeza mental que duraban por lo menos cinco minutos, nunca tuvieron efecto sobre el perro, fuera de dejarlo más fúrico que nunca. 

Mi amigo me aseguraba a diario, como parte de su rito, que el perro o le iba a obedecer, o iba a morirse delante de nosotros de un ataque cardíaco como resultado de su furia. 

Su convicción era tal, que yo creía que el perro iba a morir en cualquier momento. Una mañana, al llegar a la casa, el perro no estaba. Esperamos un momento, pero no apareció; cuando lo vimos, estaba al final del enorme jardín. 

Parecía estar muy ocupado, así es que empezamos a alejarnos. Por el rabillo del ojo, vi que el perro venía hacia nosotros a toda velocidad. A una distancia de cuatro o cinco metros de la reja, dio un salto. Estaba segurísimo de que se iba a desgarrar la panza con las puntas de la reja. Pero las evitó apenas y cayó en la calle como un costal de papas. 

Por un momento, pensé que estaba muerto, pero sólo estaba atontado. De pronto se levantó, y en vez de correr detrás del que lo había enfurecido, vino tras de mí. Salté al techo de un auto, pero el auto no era nada para ese perro. Saltó y casi se abalanzó encima de mí. 

Bajé y me trepé al primer árbol que estaba a mi alcance, un arbolito tierno que apenas soportaba mi peso. Estaba seguro de que lo iba a quebrar, de que caería y moriría descuartizado en los dientes del perro. Estaba casi fuera de su alcance en el árbol. Pero saltó otra vez, agarrándome del pantalón y rasgándola. 

Hasta llegó a sacarme sangre en las nalgas con los dientes. Pero al ver que estaba yo fuera de su alcance encima del árbol, se fue. 

Corrió calle arriba, quizás en busca de mi amigo. En el colegio, la enfermera me dijo que tenía que pedirle un certificado de vacuna contra la rabia al dueño del perro. 

-Tienes que investigar esto -me dijo en tono severo-. A lo mejor ya te contagiaste. Si el dueño se niega a mostrarte el certificado de vacuna, tienes derecho a acudir a la policía. Hablé con el mayordomo de la casa donde vivía el perro. Me acusó de haber atraído al perro a la calle, un perro de raza de gran valor.

-¡Ten cuidado, muchacho! -me dijo enojado-. El perro se extravió. El dueño te va meter en la cárcel si nos sigues dando lata. 

-Pero a lo mejor tengo rabia -le dije en una voz sinceramente aterrada. 

-¡Me importa un pepino que te haya dado plaga bubónica! -me gritó-. ¡Vete al carajo! -

-Llamaré a la policía -le dije. 

-Llama a quien quieras -me contestó-. 

-Si llamas a la policía, los volvemos contra ti. En esta casa podemos hacer lo que nos dé la gana. Le creí y le mentí a la enfermera diciéndole que el perro andaba perdido y que no tenía dueño. 

-¡Ay, Dios mío! -exclamó-. Prepárate para lo peor. Lo más probable es que tenga que mandarte con el médico. Me dio una larga lista de síntomas que podían manifestarse. Me dijo además que las inyecciones contra la rabia eran extremadamente dolorosas y que se administraban subcutáneamente en la región abdominal. -No se lo desearía a mi peor enemigo -dijo, hundiéndome en una horrible pesadilla. 

Lo que siguió fue mi primera depresión verdadera. Me quedé en cama, sintiendo cada uno de los síntomas que me había enumerado la enfermera. Terminé por ir a la enfermería para rogarle a esa mujer que me hiciera el tratamiento, por muy doloroso que fuera. Hice un escándalo. Me puse histérico. No tenía rabia, pero había perdido todo dominio sobre mí mismo. 

Le conté a don Juan mis dos recuerdos con todos los detalles, sin omitir nada. No hizo ningún comentario. Inclinó la cabeza afirmativamente un par de veces. 

-En ambos recuerdos, don Juan -dije, sintiendo en mí mismo la urgencia con la que hablaba-, estaba totalmente histérico. Me temblaba el cuerpo. Tenía náusea. No quiero decir que era como si estuviera viviendo la experiencia, porque no es verdad. Estuve dentro de las experiencias mismas, las dos veces. Y cuando ya no pude soportarlo, salté a mi vida de ahora. 

Para mí, ése fue un salto hacia el futuro. Tuve el poder de pasar sobre el tiempo. Mi salto hacia el pasado no fue súbito; el suceso se desenvolvió lentamente tal como sucede con los recuerdos. Fue al final que sí salté de pronto hacia el futuro: mi vida de ahora. -

-Algo en ti ha empezado a desmoronarse, no cabe duda -dijo finalmente-. Se ha estado desmoronando todo este tiempo, pero se reponía muy pronto cada vez que le fallaban las bases que lo sostenían. -Mi sensación es que ya se está desmoronando totalmente. Después de otro largo silencio, don Juan explicó que los chamanes del México antiguo creían, como ya me había dicho, que tenemos dos mentes y que sólo una de ellas es la nuestra. 

Yo siempre había comprendido que nuestras mentes tenían dos partes, y que una de ellas se mantenía en silencio porque la fuerza de la otra parte le negaba poder expresarse. Fuera lo que dijera don Juan, siempre lo había tomado como un medio metafórico para quizás explicar el dominio aparente del hemisferio izquierdo del cerebro sobre el derecho, o algo por el estilo. 

-La recapitulación contiene una opción secreta-dijo don Juan-. Tal como te dije que la muerte contiene una opción secreta, una opción que sólo los chamanes utilizan. En el caso de la muerte, la opción secreta es que los seres humanos pueden retener su fuerza vital y renunciar solamente a su consciencia, el resultado de sus vidas. 

En el caso de la recapitulación, la opción secreta que sólo los chamanes eligen es la de acrecentar sus verdaderas mentes. La inquietante memoria de tus recuerdos -prosiguió- sólo puede venir de tu mente verdadera. La otra mente que todos tenemos y compartimos es, diría yo, un modelo barato; económico, de igual tamaño para todos. 

Pero éste es un tema para más tarde. Lo que ahora tenemos delante es el principio de una fuerza desintegrante. Pero no es una fuerza que te está desintegrando, no quiero decir eso. Está desintegrando lo que los chamanes llaman la instalación foránea que existe en ti y en cada ser humano. El efecto de la fuerza que se te viene encima, que está desintegrando la instalación foránea, es que saca a los chamanes de su sintaxis. 

Había estado atento a lo que me decía don Juan, pero no podía decir que lo hubiera comprendido. Por alguna extraña razón, para mí tan desconocida como la causa de mis vivas memorias, no pude hacerle ninguna pregunta. 

-Comprendo lo difícil que es para ti -dijo don Juan de pronto- el tener que lidiar con esta faceta de tu vida. Todos los chamanes que conozco han pasado por esto. Al experimentarlo, los machos sufren infinitamente más daño que las hembras. Supongo porque la mujer es por naturaleza más duradera. Los chamanes del México antiguo, actuando en grupo, hicieron lo posible por sostener el impacto de esta fuerza desintegrante. 

Hoy día, no tenemos los medios para actuar en grupo, así es que tenemos que fortalecernos para enfrentar a solas la fuerza que nos va a llevar más allá del lenguaje, porque no hay otra manera adecuada para describir lo que está pasando. Don Juan tenía razón porque en verdad no podía explicar o no encontraba manera de describir los efectos de esos recuerdos sobre mí. 

Don Juan me había dicho que los chamanes se enfrentan a lo desconocido a través de los incidentes más banales que se pueda uno imaginar. Cuando se enfrentan a ello y no pueden interpretar lo que están percibiendo, tienen que apoyarse en un recurso exterior para saber por dónde ir. 

Don Juan llamaba a ese recurso el infinito, o la voz del espíritu, y había dicho que si los chamanes no se esfuerzan por ser racionales con algo que no puede ser racionalizado, el espíritu les dice lo que ocurre, sin falla. 

Don Juan me guió a aceptar la idea de que el infinito era una fuerza que tenía voz y que estaba consciente de sí misma. En consecuencia, me había preparado para estar atento a esa voz y siempre actuar con eficacia, pero sin antecedentes, usando cuanto menos posible el apoyo del «a priori». 

Esperé impacientemente a que la voz del espíritu me dijera el sentido de mis memorias, pero no pasó nada. Estaba en una librería un día cuando una joven me reconoció y se acercó para hablar conmigo. Era alta y delgada y tenía la voz insegura de una nena. 

Estaba tratando de hacerla sentir cómoda cuando de pronto me acosó un cambio energético instantáneo. Era como si una alarma se hubiera encendido dentro de mí, y sin ninguna volición de mi parte, tal como había sucedido antes, recordé otro suceso de mi vida que había olvidado por completo. 

La memoria de la casa de mis abuelos me inundó. Era una avalancha intensa y devastadora, y otra vez tuve que meterme en un rincón. Me sacudía el cuerpo como si me hubiera resfriado. Debo de haber tenido ocho años. Mi abuelo me estaba hablando. Había comenzado por decir que era su mayor obligación decirme las cosas tal como eran. 

Tenía dos primos de mi misma edad: Alfredo y Luis. Mi abuelo insistió, despiadadamente, que le admitiera que mi primo Alfredo era verdaderamente bello. En mi visión, oía la voz rasposa y contenida de mi abuelo. 

-Alfredo no necesita ninguna presentación -me había dicho en aquella ocasión-. Con sólo estar presente, se le abren las puertas porque todos practican el culto de la belleza. A todos les gusta la gente bella. Los envidian, pero siempre los buscan. Créemelo. Yo soy guapo, ¿no te parece? Estaba totalmente de acuerdo con mi abuelo. 

Era ciertamente un hombre guapo, de huesos finos, de alegres ojos azules, de facciones exquisitas y de pómulos elegantes. Todo en su semblante estaba en perfecto equilibrio: su nariz, su boca, sus ojos, su mentón puntiagudo. Tenía pelo rubio que le salía por las orejas, característica que le daba un aire de duende. Sabía todo acerca de sí mismo y explotaba sus dotes al máximo. Las mujeres lo adoraban; primero, según él, por su belleza, y segundo, porque no lo veían como una amenaza. 

Desde luego, él se aprovechaba de todo esto al máximo. 

-Tu primo Alfredo es un campeón -siguió mi abuelo-; nunca va a tener que entrar en una fiesta a la fuerza porque siempre será el primero en la lista de invitados. ¿Te has fijado cómo se para la gente en la calle a contemplarlo y cómo lo quieren tocar? Es tan bello que temo que va a salir un idiota, pero eso es otra historia. 

Diremos que es el idiota más bienvenido que has conocido. Mi abuelo comparó a mi primo Luis con Alfredo. Dijo que Luis era feíto y un poco tonto, pero que tenía un corazón de oro. Y luego empezó conmigo. 

-Si vamos a seguir con nuestra explicación -continuó-, tienes que admitir con toda sinceridad que Alfredo es bello y Luis es bueno. Ahora, a lo que viene a ti, tú no eres ni bello ni bueno. Eres un verdadero hijo de puta. Nadie te va a invitar a la fiesta, vas a tener que meterte a la fuerza. Tienes que acostumbrarte a la idea de que si quieres estar en la fiesta, tiene que ser a la fuerza. Las puertas nunca se te van a abrir como se le abren a Alfredo por ser bello y a Luis por ser bueno, así es que vas a tener que entrar por la ventana. 

Su análisis de sus tres nietos era tan acertado que me hizo llorar por la finalidad de lo que había dicho. Cuanto más lloraba, más contento estaba él. Terminó el caso con una advertencia de lo más perjudicial. 

-No hay por qué sentirse mal -dijo- porque no hay nada más excitante que entrar por la ventana. Para hacerlo, tienes que ser listo y atento. Tienes que vigilar por todos lados y estar preparado para pasar por humillaciones interminables. 

Si tienes que entrar por la ventana -siguió-, es porque de seguro no estás en la lista de invitados; tu presencia no es bienvenida, así es que tienes que trabajar como una bestia para quedarte. La única manera que conozco es poseyendo a todos. 

¡Grita! ¡Exige! ¡Aconseja! ¡Déjales saber que eres tú el que manda! ¿Cómo te pueden echar si eres tú el que manda? El recuerdo de esta escena me conmovió profundamente. 

Había enterrado este incidente tan a fondo que lo había olvidado por completo. Lo que sí recordaba siempre sin embargo, era su advertencia de siempre ser el que manda, que me debe haber repetido año tras año una y otra vez. 

No tuve oportunidad de examinar este suceso o reflexionar sobre el asunto, porque otro recuerdo olvidado salió a la superficie. En él, estaba con la chica con la que me iba a casar. 

En aquel entonces, los dos estábamos ahorrando para casarnos y tener nuestra propia casa. Me oí exigiéndole que teníamos que tener una cuenta bancaria juntos; no podía ser de otra manera. Sentía la necesidad de echarle un discurso sobre la frugalidad. 

Me oí diciéndole dónde debía hacer sus compras de ropa, y cuánto debía pagar como máximo. Luego me vi dándole lecciones de conducir a su hermana menor y alocándome cuando me dijo que pensaba salirse de la casa de sus padres. La amenacé con acabar con las lecciones. 

Empezó a llorar, confesando que tenía un amorío con su jefe. Salté del auto y empecé a dar de patadas contra la puerta. Pero no era todo. Me oí diciéndole al padre de mi novia que no se mudara a Oregón, donde pensaba irse. A grito pelado le dije que era una estupidez. De veras creía que mis razonamientos eran certeros. 

Le presenté cifras para demostrar las pérdidas que iba a sufrir y que había calculado yo meticulosamente. Al no hacerme caso, golpeé la puerta y me salí, temblando de rabia. Encontré a mi novia en la sala, tocando la guitarra. 

La agarré de las manos, gritándole que abrazaba la guitarra en vez de tocarla como si fuera más que un simple objeto. El afán de imponer mi voluntad se extendía sobre todo. 

No hacía yo distinciones; no importaba quién estuviera cerca de mí, estaban allí para que los poseyera y amoldara según mis caprichos. Ya no tuve que sopesar el significado de mis visiones tan vivas. Porque una incontrovertible certeza me invadió como si viniera de afuera. 

Me dijo que mi flaqueza era la idea de tener que ocupar la mesa del director en todo momento. El concepto de que era yo el que mandaba, y que además debía dominar cualquier situación, estaba arraigadísimo en mí. 

La forma en que me habían criado sólo sirvió para reforzar este impulso, que al principio debe haber sido arbitrario, pero que ya en mi madurez se convirtió en necesidad. Era consciente sin duda alguna de que lo que se jugaba era el infinito. 

Don Juan lo había descrito como una fuerza consciente que deliberadamente interviene en la vida de un chamán. Y ahora estaba interviniendo en la mía. Supe que el infinito me estaba señalando, a través de las memorias vivas de esas experiencias olvidadas, la intensidad y la profundidad de mi impulso de dominación, y de esa manera estaba preparándome para algo trascendental. 

Supe además, con una certeza aterrorizadora, que algo me iba a vedar la posibilidad de tener domino sobre eso, y que necesitaba más que nada la sobriedad, la fluidez y el abandono para poder enfrentarme a lo que venía. 

Desde luego, le dije todo esto a don Juan, ampliándolo gustosamente con mi inspirada perspicacia y mis especulaciones sobre el posible significado de mis recuerdos. Don Juan se rió, demostrando su buen humor. 

-Todo esto es exageración psicológica por tu parte, puras ilusiones -dijo- Como siempre, estás buscando explicaciones bajo las premisas lineales de causa y efecto. Cada uno de tus recuerdos se vuelve más y más vivo, y más y más enloquecedor para ti, porque como ya te dije, has entrado en un proceso irreversible. 

Está emergiendo tu mente verdadera, despertando de un estado letárgico de toda una vida. 

-El infinito te está reclamando como propio -continuó-. No importe lo que utilice para señalarte eso, no tiene otra razón, otra causa, otro valor que eso. Lo que debes hacer, sin embargo, es prepararte para el ataque violento del infinito. 

Debes estar en un estado de continuo desvelo, afirmado para recibir un golpe de enorme magnitud. Ésa es la manera sobria y cuerda en que los chamanes se enfrentan al infinito. 

Las palabras de don Juan me dejaron con un sabor amargo en la boca. En verdad, sentía que esa fuerza venía sobre mí y me llenaba de temor. Como había pasado mi vida entera escondido detrás de alguna actividad superflua, me hundí en mi trabajo. 

Presenté conferencias en los cursos que dictaban mis amigos en varias universidades por el sur de California. Escribí prolíficamente. Puedo afirmar que tiré docenas de manuscritos a la basura porque no cumplían con un requisito indispensable que me había descrito don Juan, que lo hacía aceptable para el infinito. 

Me había dicho que todo lo que hacía tenía que ser un acto de brujería. Un acto libre de expectativas intrusas, temores al rechazo, ilusiones de éxito. 

Libre del culto del yo; todo lo que hacía tenía que ser al momento, un acto de magia en que me abría libremente a los impulsos del infinito. Una noche, me encontraba sentado en mi escritorio preparándome para escribir, como lo hacía a diario. Sentí de pronto un vahído. 

Pensé que acaso me sentía mareado porque me había levantado demasiado pronto del colchón donde hacía mis ejercicios. Se me nubló la vista. Vi puntitos amarillos. Creí que me iba a desmayar. Empeoré. Había una enorme mancha roja delante de mí. Empecé a respirar profundamente, tratando de tranquilizar la agitación que causaba la distorsión visual. 

Entré en un silencio extraordinario a tal extremo, que me sentí rodeado de un negrura impenetrable. Me vino la idea de que me había desmayado. Pero podía sentir la silla, el escritorio; tenía conciencia de todo a mi alrededor, desde la negrura que me rodeaba. 

Don Juan había dicho que los chamanes de su linaje consideraban que uno de los resultados más codiciados del silencio interno era una interacción específica de energía que siempre se anuncia con una profunda emoción. 

Él sentía que mis recuerdos eran medios para agitarme al extremo de poder experimentar esa interacción. Tal interacción se manifestaba a través de matices que se proyectaban en el horizonte del mundo de la vida cotidiana, fuera una montaña, el cielo, una muralla, o simplemente la palma de la mano. 

Me había explicado que esta interacción empieza con la apariencia de una tenue pincelada de color lavanda, sobre el horizonte. Con el tiempo, la pincelada lavanda se expande hasta que cubre el horizonte visible, como las nubes de una tormenta que avanza. 

Me aseguró que se ve un punto rojizo, de un peculiar y rico color granate, como si hiciera explosión dentro de las nubes color lavanda. Afirmó que al adquirir mayor disciplina y experiencia los chamanes, el punto color granate se expande y finalmente estalla en pensamientos o visiones, o en el caso de un hombre de letras, en palabras escritas; los chamanes o bien ven visiones engendradas por la energía, oyen pensamientos a través de palabras habladas, o leen palabras escritas. 

Esa noche allí delante de mi escritorio, no vi ninguna pincelada lavanda ni vi nubes que avanzaban. Estaba seguro de no tener la disciplina que requieren los chamanes para tal interacción de energía, pero sí tenía una enorme mancha color granate delante de mí. Esta enorme mancha, sin ningún preámbulo, estalló en palabras desasociadas que leí como si salieran de una máquina de escribir sobre una hoja de papel. Se movían con una rapidez tan exagerada delante de mí que me era imposible leer nada. 

Entonces oí que una voz me explicaba algo. Otra vez, el ritmo de la voz no cuadraba con mi oído. Las palabras se confundían, haciendo imposible el escuchar algo sensato. Como si no bastara, empecé a ver escenas de ésas provocadas por el hígado, como las que se sueñan después de haber comido muy pesado. 

Eran barrocas, oscuras, siniestras. Empecé a girar hasta que me dio náusea. Allí terminó todo. Sentía el efecto de todo lo que me había pasado en cada músculo de mi cuerpo. Estaba rendido. Esta intervención violenta me había dejado frustrado y colérico. 

Fui corriendo a casa de don Juan para contarle lo sucedido. Sentía que necesitaba de su ayuda más que nunca. 

-La brujería y los chamanes no son gentiles -comentó don Juan después de oír mi relato-. Ésta es la primera vez que desciende el infinito sobre ti de tal manera. Fue como un asalto. Fue una toma de posesión total de tus facultades. 

Con respecto a la velocidad de tus visiones, tú mismo tendrás que ajustarla. Para algunos chamanes, es trabajo de toda una vida. Desde ahora en adelante, la energía va a aparecer delante de ti, como si estuviera proyectada sobre una pantalla de cine. 

Que entiendas o no la proyección -siguió-, es otra cosa. Para interpretarla con precisión, necesitarás experiencia. Mi recomendación es que no seas tímido y que empieces ahora mismo. ¡Lee la energía sobre la pared! Está emergiendo tu verdadera mente y no tiene nada que ver con la mente que es una instalación foránea. 

Deja que tu mente verdadera se ajuste a la velocidad. Manténte en silencio y no te preocupes, pase lo que pase. 

-Pero, don Juan, ¿es posible todo esto? ¿Puede uno leer la energía como si fuera texto? -le pregunté, abrumado por la idea. 

-¡Claro que es posible! -me contestó-. En tu caso, no sólo es posible, sino que te está ocurriendo, ¿no? 

-Pero, ¿por qué leerla como si fuera texto? -insistí, aunque era una insistencia retórica. 

-Es afectación de tu parte -me dijo-. Si leyeras el texto, lo podrías repetir a la letra. Pero, si trataras de ser un espectador del infinito en vez de un lector del infinito, te darías cuenta de que no podrías describir lo que estás mirando, y terminarías diciendo babosadas, incapaz de verbalizar lo que atestiguas. 

Lo mismo si trataras de oírlo. Esto, desde luego, es específicamente para ti. De todos modos, el infinito escoge. El guerrero-viajero simplemente cede a su selección. 

Pero ante todo -añadió después de una pausa premeditada-, no te abrumes por el suceso porque no puedes describirlo. Es un suceso más allá de la sintaxis de nuestro lenguaje. 

COMENTARIO

Carlos siente que el uso de acomodadores en su recapitulación le está facilitando enormemente esta tarea, que para él, es impuesta por no estar completamente convencido de su necesidad.

1. LAS DOS MENTES

El ser humano tiene su propia mente, pero la entidad foránea al anclarse, y de hecho, lo hace en la parte superior de la cabeza, donde hay un cuenco que mira hacia arriba, en ese cuenco, el foráneo fabrica una especie de jaula donde habita, es la EGC (estructura geométrica compacta) que yo he podido visualizar en mí y en otras personas, son cuerpos geométricos semirregulares, en mi caso, es un icosaedro, he visto poliedros como octoedros, dodecaedros, tetraedros, cubos, prismas, esferas y muchos más, combinaciones de éstos y dentro de esa estructura habita un ser que es muy parecido a una larva, a un insecto, algo, realmente desagradable pues aparece oscuro en contraste con los campos de luz y color del ser humano.

La instalación foránea es todo eso, lo que hay sobre el cuenco de Sahasrara (el chakra corona) y no nos pertenece. Cuando era más joven, al darme cuenta que esa región energética no podía contactar con ella ni manipularla como hacia con otras, pensé que era una región vedada, prohibida, y que el alma habita ahí, que es una región divina, perteneciente a Dios y por eso la nombré como «Estructura del Tetragrammaton», bueno, a Dios yo le llamaba y le llamo Tetragrammaton, debido a un sueño que tuve con Él (siempre he creído que fue así, actualmente, tengo mis dudas, no creo ser tan importante como para que Dios me hable o instruya), así que esta primera región, pasó a llamarse ETY y que se subdivide en ETY0, el lugar donde habita el foráneo, ETY1, la estructura geométrica compacta o jaula que lo contiene (EGC0) y ETY2, que es un nexo que une toda la estructura al chakra de la garganta con el resto de la médula espinal, donde el foráneo actúa en la totalidad del ser. En ETY2, Vishudha, es una estructura propia.

El foráneo nos deja una mente predominante, que es la suya propia, es una mente económica, barata, fabricada en China que es la que hace que el ser humano tenga un comportamiento contradictorio, violento, absurdo e ignorante.

2. LA MENTE VERDADERA

La mente verdadera y nuestra, poco a poco, a medida que la recapitulación va prosperando, ésta, va surgiendo como enterrada en millones de historias personales, vanales, absurdas e insulsas, cuando hemos sacado toda esa basura, estamos removiendo la instalación foránea de muchas partes y a partir de la médula espinal, estamos trasladando esas energías a la parte inferior del cuerpo, de los glúteos, en el cuenco del Kundalini, a la altura del chakra base Mulhadhara y desde ahí se va resbalando esa energía hacia las piernas, más por su parte posterior para salir hacia la Tierra, es energía telúrica acumulada e inservible, energía ajena, tanto del foráneo como la de otros foráneos con los que se ha interactuado a lo largo de la vida.

A medida que se descongela y ha llegado un tiempo de florecimiento para nuestra existencia con la pérdida de poder del foráneo (pronto, él mismo saltará y se marchará), y surge una mente limpia, estable, sin contradicciones, con una lógica absorbente, una mente equilibrada, tranquila, pacífica, racional... la verdadera mente mágica del ser humano.

3. EL ASALTO DEL INFINITO

La verdadera mente es la que mantiene los recuerdos nítidos, si van surgiendo recuerdos cada vez más detallados y vívidos, son recuerdos de la memoria de la mente verdadera.

Hay un momento en que todo se desmorona, el foráneo decide saltar, decide abandonarnos y en ese momento, es el infinito que nos está asaltando. El foráneo destruye la cápsida y la estructura geométrica (Instalación foránea) ETY0, y el infinito se encarga de reestructurar ETY1 y ETY2, así como todo los canales del cuantificador central (CC) médula espinal. 

Este es el proceso que se describe cuando uno observa el horizonte y lo ve de color púrpura para ir observando el avance de una mancha de color rojizo enfrente, este efecto no es algo que yo haya vivido, pero creo que se trata de que el vacío dejado por la instalación foránea y el foráneo ha hecho que el universo colme de energía para equilibrar toda la estructura mediante la reestructuración y adaptación, es como cuando una herida comienza a curarse, a cicatrizar y lo hace violentamente.

4. LA VOZ DEL ESPÍRITU (INTENTO)

La voz del espíritu es como si uno tuviese un consejero interno que te va indicando cosas, informando, esto es un acto de información procedente del infinito.

Yo lo he llamado «Acceso a Vatna» y todo ello, debido a un extraño sueño que tuve de niño en el que llegaba volando hasta Islandia, concretamente al llegar al glaciar de Vatnajökull, me sumergí en su interior y llegué a unas cuevas subterráneas donde me encontré a una mujer joven que me recibió y dió la bienvenida a la Biblioteca de la Tierra, desde ese día recibí instrucción, vía onírica y posteriormente, durante mi vigilia, cuando me sucedía algo o algo iba a sucederme, hay como señales de tráfico, advirtiendo, mostrando y enseñando. Esto depende de mi estado de ánimo, a veces no siento nada o no me llega nada, y a veces, todo está señalizado.

La información es inherente al infinito y está ahí para que nosotros podamos utilizarla en nuestro propio beneficio.


5. INFORMACIÓN = ENERGÍA

La energía que hay en el universo conlleva consciencia y está provista de información, de ahí que los empujones que el intento nos da, pueden leerse e interpretarse, si somos instruidos, vendrán palabras, si no, ideas, conceptos, objetos.

Aprender desde el universo a través del intento, o lo que yo digo, Acceso a Vatna, es gratificante, es necesario y es un peldaño superior que todo ser humano está obligado a cruzar en su evolución espiritual.

Mantener el silencio interior favorece este tipo de experiencias.

Siempre, en toda experiencia, el infinito manda, elige y escoge por tí.

[12] MÁS ALLÁ DE LA SINTAXIS: EL ACOMODADOR

 


Estaba en Sonora, en casa de don Juan, profundamente dormido sobre mi cama, cuando me despertó. Me había quedado despierto casi toda la noche reflexionando sobre algunos conceptos que me había estado explicando. 

-Ya has descansado bastante -me dijo con firmeza, casi bruscamente sacudiéndome por los hombros-. No le des rienda suelta al cansancio. Tu cansancio, más que cansancio, es el deseo de no fastidiarte. 

Hay algo en ti que se ofende al sentirse fastidiado. Pero es sumamente importante que exacerbes esa parte de ti hasta que se desmorone. Vamos a hacer una caminata. 

Don Juan tenía razón. Había algo en mí que se ofendía inmensamente al sentirse fastidiado. Quería dormir durante días y no pensar más en los conceptos chamánicos de don Juan. 

Totalmente contra mi voluntad, me levanté y lo seguí. Don Juan había preparado un almuerzo que me tragué como si no hubiera comido durante días y entonces salimos de la casa con dirección hacia el este, hacia las montañas. 

Había andado tan aturdido que no me había fijado que era muy de mañana hasta que vi el sol, que daba justo sobre la cordillera al este. Quería decirle a don Juan que había dormido toda la noche sin moverme, pero me calló. 

Me dijo que íbamos a hacer una expedición a las montañas en busca de unas plantas específicas. 

-¿Qué va a hacer con las plantas que va a juntar, don Juan? -le pregunté en cuanto nos dispusimos a caminar. 

-No son para mí -me dijo con una sonrisa-. Son para un amigo mío, un botánico y farmacéutico. Hace pociones con ellas. 

-¿Es yaqui, don Juan? ¿Vive aquí en Sonora? -le pregunté. -No, no es yaqui y no vive aquí en Sonora. Ya lo conocerás uno de estos días. 

-¿Es brujo, don Juan? -Sí, es brujo -me respondió con tono guasón.

Le pregunté si podía llevar algunas de las plantas a los jardines botánicos de UCLA, para identificarlas, -¡Por supuesto, claro! -me contestó. 

Ya me había dado cuenta de que cuando me decía «por supuesto», me quería decir todo lo contrario. Era evidente que no tenía la menor intención de darme ninguno de los especímenes para identificarlos. 

Sentí mucha curiosidad acerca de su amigo brujo y le pedí que me contara más, que me lo describiera, que me dijera dónde vivía y cómo lo conoció. 

-¡So, so, so! -me dijo don Juan como si fuera caballo-. 

-¡Espera, espera! ¿Quién eres, el profesor Lorca? ¿Quieres estudiar su sistema cognitivo? 

Íbamos penetrando en las áridas calinas cercanas. Don Juan caminaba sin parar durante horas. Pensé que la tarea de ese día iba ser simplemente caminar. Finalmente paró y se sentó al costado de la colina donde daba sombra. 

-Ya es tiempo que empieces uno de los proyectos mayores de la brujería -dijo don Juan. 

-¿A qué proyecto de la brujería se refiere usted, don Juan? -le pregunté. -Se llama la recapitulación -me dijo-. Los antiguos chamanes lo llamaban hacer el recuento de los sucesos de tu vida y para ellos empezó como una técnica sencilla, una estratagema para ayudarles a recordar lo que estaban haciendo y diciendo a sus discípulos. 

Para sus discípulos, la técnica tuvo el mismo valor; les ayudaba a recordar lo que les habían dicho y hecho sus maestros. Tuvieron que pasar por terribles trastornos sociales, como ser conquistados y vencidos varias veces, antes de que los antiguos chamanes se dieran cuenta de que su técnica tenía mayor alcance. 

-¿Se refiere usted, don Juan, a la conquista española? -le pregunté. 

-No -me dijo-. Eso fue sólo el golpe de gracia. Antes hubo trastornos más devastadores. Cuando llegaron los españoles, los antiguos chamanes ya no existían. Ya para entonces, los discípulos de aquellos que habían sobrevivido otros trastornos, se habían vuelto muy cautelosos. Sabían cuidarse. 

Fue ese nuevo grupo de chamanes el que le dio el nombre nuevo de recapitulación a la técnica de los antiguos chamanes. 

El tiempo tiene un enorme valor -continuó-. Para los chamanes en general, el tiempo es esencial. El desafío que tengo ante mí, es que dentro de una unidad muy compacta de tiempo tengo que atestarte con todo lo que hay que saber de la brujería como una proposición abstracta, pero para hacer eso tengo que construir en ti el espacio debido. 

-¿Qué espacio? ¿De qué me habla usted, don Juan? 

-La premisa de los chamanes es que para llenar algo, hay que crear un espacio donde ubicarlo -me dijo-. Si estás repleto de todos los detalles de la vida cotidiana, no hay espacio para nada nuevo. Ese espacio hay que construirlo. ¿Comprendes? Los antiguos chamanes creían que la recapitulación de tu vida creaba ese espacio. Lo crea y mucho más, por supuesto. 

Los chamanes llevan a cabo la recapitulación de una manera muy formal -continuó-. Consiste en escribir una lista de todas las personas que han conocido, desde el presente hasta el mismo principio de la vida. Una vez que hicieron esa lista, toman a la primera persona que aparece y recuerdan todo lo que pueden acerca de esa persona. Y quiero decir todo; cada detalle. Es mejor recapitular desde el presente hacia el pasado porque los recuerdos del presente están vivos, y de esa manera, la habilidad para recordar se afila. Lo que hacen los practicantes es recordar y respirar. Inhalan lenta y deliberadamente, abanicando la cabeza de derecha a izquierda, en un vaivén casi imperceptible, y exhalan de la misma manera. 

Dijo que las inhalaciones y las exhalaciones deben ser naturales; si son demasiado rápidas, uno podría entrar en algo que se llama respiraciones fatigantes: respiraciones que requerirían respiraciones más lentas después, para calmar los músculos. 

-¿Y qué quiere que haga con todo esto, don Juan? -le pregunté. -Empiezas a hacer tu lista ahora mismo -dijo-. Divídela por años, por trabajos, arréglala en el orden que quieras, pero hazla secuencial, con la persona más reciente al principio, y termina con Mami y Papi. Y luego, recuerda todo acerca de ellos. Sin más ni más. Al practicar, te vas a dar cuenta de lo que estás haciendo. 

Durante mi siguiente visita a su casa, le dije a don Juan que había estado repasando todos los sucesos de mi vida meticulosamente, y que era muy difícil adherirme a su formato estricto y seguir mi lista de personas una por una. Generalmente, mi recapitulación me llevaba por uno y otro camino. Dejaba que los sucesos decidieran la vertiente de mi recuerdo. 

Lo que hacía, que era volitivo, era adherirme a una unidad general del tiempo. Por ejemplo, había empezado con la gente del departamento de antropología, pero dejaba que mis recuerdos me llevaran a cualquier momento, empezando con el presente y retrocediendo en el tiempo hasta el día en que empecé a asistir a UCLA. Le dije a don Juan que había descubierto algo muy curioso que había olvidado por completo, y era que no tenía yo idea alguna de que existía UCLA, hasta que una noche vino a Los Ángeles la que había sido compañera de cuarto de mi novia en la universidad y fuimos al aeropuerto por ella. 

Iba a estudiar musicología en UCLA. Su avión llegó ya entrada la tarde y me pidió que la llevara a la ciudad universitaria para poder echarle un vistazo al lugar donde iba pasar los próximos cuatro años de su vida. Yo sabía dónde estaba porque había pasado delante de la entrada en el Boulevard de Sunset interminables veces camino de la playa. 

Sin embargo, nunca había entrado. Estaban entre semestres. La poca gente que encontramos nos dirigió al departamento de música. El campo universitario estaba vacío, pero lo que atestigüé subjetivamente fue la cosa más exquisita que jamás he visto. Fue un deleite para mis ojos. Los edificios parecían estar vivos de su propia energía. 

Lo que iba ser una visita superficial al departamento de música, se convirtió en un recorrido gigantesco por toda la universidad. Me enamoré de la UCLA. Le comenté a don Juan que la única cosa que me aguó la fiesta fue el enojo de mi novia cuando insistí que camináramos alrededor de toda la ciudad universitaria. 

-¿Qué demonios puede haber aquí? -me gritó en tono de protesta-. Es como si nunca hubieras visto una ciudad universitaria en tu vida. Si has visto una, las has visto todas. 

¡Lo que pasa es que estás tratando de impresionar a mi amiga con tu sensibilidad! Pero no era el caso, y con vehemencia les dije que estaba genuinamente impresionado por la belleza que me rodeaba. 

Sentía tanta esperanza en esos edificios, tanta promesa, y sin embargo no podía expresar mi estado subjetivo. 

-¡He asistido a la escuela casi toda mi vida! -dijo mi novia entre dientes-. ¡Y estoy harta y cansada! ¡Nadie va a encontrar ni mierda aquí! No son más que cuentos y ni siquiera te preparan para enfrentarte a las responsabilidades de la vida. 

Cuando dije que quería estudiar allí, se puso aún más fúrica. 

-¡Ponte a trabajar! -me gritó-. ¡Ve y enfréntate a la vida de ocho a cinco y déjate de mierdas! ¡Eso es lo que es la vida: trabajar de ocho a cinco, cuarenta horas por semana! 

¡Mira el resultado! Mírame a mí: estoy super-educada y no estoy preparada para un empleo. Lo único que yo sabía es que nunca había visto un lugar tan bello. Hice la promesa que iría a estudiar a UCLA, no importaba cómo, pasara lo que pasara, contra viento y marea. 

Mi deseo tenía todo que ver conmigo y a la vez, no estaba impulsado por una necesidad de gratificación inmediata. Era más bien una cuestión en el reino del asombro. Le dije a don Juan que el enojo de mi novia me había sacudido tanto que empecé a verla de manera distinta, y que según mi recuerdo, fue la primera vez que un comentario había suscitado en mí tan fuerte reacción. 

Vi facetas de carácter en mi novia que no había visto anteriormente, facetas que me llenaron de un miedo espantoso. 

-Creo que la juzgué muy mal -le dije a don Juan-. Después de nuestra visita a la universidad, nos fuimos distanciando. Era como si UCLA nos hubiera dividido. Yo sé que es absurdo pensar así. 

-No es absurdo -dijo don Juan-. Es una reacción totalmente válida. Mientras caminabas por la universidad, estoy seguro de que tuviste un encuentro con el intento

Hiciste el intento de estar allí, y tenías que soltarte de cualquier cosa que se te opusiera. Pero no exageres -prosiguió-. El toque del guerrero-viajero es muy ligero, aunque muy cultivado. 

La mano del guerrero-viajero empieza como una mano de hierro, pesada y apretada, pero se convierte en la mano de un duende, una mano de telaraña. 

Los guerreros-viajeros no dejan señas ni huellas. Ése es el desafío del guerrero-viajero. 

Los comentarios de don Juan me hicieron caer en un profundo estado taciturno de recriminaciones contra mí mismo. Sabía, a través de lo poco que había recordado, que yo era de mano pesada en extremo, obsesivo y dominante. 

Le comenté mis reflexiones a don Juan. 

-El poder de la recapitulación -dijo don Juan- es que revuelve todo el desperdicio de nuestras vidas y lo hace salir a la superficie. 

Entonces don Juan delineó las complejidades de la conciencia y de la percepción, que eran la base de la recapitulación. Empezó por decir que iba a presentar un arreglo de conceptos que bajo ninguna condición debía tomar como teorías chamánicas, porque era un arreglo formulado por los chamanes del México antiguo como resultado de ver energía directamente como fluye en el universo. 

Me advirtió que me iba a presentar las unidades de este arreglo sin ninguna tentativa de clasificarlas o de colocarlas según una norma predeterminada. 

-No estoy interesado en clasificaciones -prosiguió-. 

Has estado clasificando todo a lo largo de tu vida. Ahora, por fuerza, vas a alejarte de las clasificaciones. 

El otro día, cuando te pregunté si sabías algo acerca de las nubes, me diste los nombres de todas las nubes y el porcentaje de humedad que se debe esperar de cada una de ellas. 

Eras un verdadero meteorólogo. Pero cuando te pregunté si sabías qué podías hacer personalmente con las nubes, no tenías idea de lo que estaba hablando. 

Las clasificaciones tienen su mundo propio -continuó-. Después de que empiezas a clasificar cualquier cosa, la clasificación adquiere vida propia y te domina. Pero como las clasificaciones nunca empezaron como asuntos que dan energía, siempre se quedan como troncos muertos. No son árboles; son sencillamente troncos. 

Me explicó que los chamanes del México antiguo vieron que el universo en general está compuesto de campos de energía bajo la forma de filamentos luminosos. Vieron billones por donde fuera que vieran. También vieron que estos campos de energía se configuran en corrientes de fibras luminosas, torrentes que son fuerzas constantes, perennes en el universo; y la corriente o torrente de filamentos que se relaciona con la recapitulación, fue nombrada por aquellos chamanes el oscuro mar de la conciencia, y también el Águila. 

Declaró que los chamanes también descubrieron que cada criatura del universo está atada al oscuro mar de la conciencia por un punto redondo de luminosidad que era aparente cuando esas criaturas eran percibidas como energía. 

Don Juan dijo que sobre ese punto de luminosidad, que los chamanes del México antiguo llamaron el punto de encaje, la percepción se encaja a través de un aspecto misterioso del oscuro mar de la conciencia. Sostuvo que bajo la forma de filamentos luminosos, billones de campos energéticos del universo en general convergen y atraviesan el punto de encaje de los seres humanos. 

Estos campos energéticos se convierten en datos sensoriales que pueden ser interpretados y son percibidos como el mundo que conocemos. 

Don Juan siguió explicando que lo que convierte las fibras luminosas en datos sensoriales es el oscuro mar de la conciencia. Los chamanes ven esta transformación y la llaman el resplandor de la conciencia, un brillo que se extiende como nimbo alrededor del punto de encaje. 

Me advirtió que iba a hacer una declaración que, según los chamanes, era central para comprender el alcance de la recapitulación. Dando enorme énfasis a sus palabras, dijo que lo que en los organismos llamamos sentidos no son más que grados de conciencia. 

Mantuvo que si aceptamos que los sentidos son el oscuro mar de la conciencia, tenemos que admitir que la interpretación que los sentidos hacen de los datos sensoriales es también el oscuro mar de la conciencia. 

Me explicó con gran detalle, que el enfrentar el mundo que nos rodea bajo las condiciones que lo hacemos es el resultado del sistema de interpretación de la humanidad, con el cual todo ser humano está provisto de ello. 

También dijo que todo organismo que existe debe tener un sistema de interpretación que le permita funcionar en su medio. 

-Los chamanes que vinieron después de las agitaciones apocalípticas que te contaba -continuó-, vieron que al momento de la muerte, el oscuro mar de la conciencia tragaba, por decirlo así, la conciencia de las criaturas vivas a través del punto de encaje. También vieron que el oscuro mar de la conciencia tenía un momento de, digamos, vacilación al enfrentarse con chamanes que habían hecho un recuento de sus vidas. 

Sin saberlo, algunos habían hecho ese recuento tan minuciosamente, que el oscuro mar de la conciencia tomaba la conciencia de sus experiencias de vida; pero no tocaba su fuerza vital. 

Los chamanes habían descubierto una verdad gigantesca acerca de las fuerzas del universo: El oscuro mar de la conciencia sólo quiere nuestras experiencias de vida, no nuestra fuerza vital. 

Las premisas de la declaración de don Juan me eran incomprensibles. O quizá sería más acertado decir que reconocía vagamente y a la vez profundamente, cuán funcionales eran las premisas de su explicación. 

-Los chamanes creen -prosiguió don Juan- que al recapitular nuestras vidas toda la basura, como te dije, sale a superficie. 

Nos damos cuenta de nuestras contradicciones, nuestras repeticiones, pero algo en nosotros se resiste tremendamente a la recapitulación. 

Los chamanes dicen que el camino queda libre sólo después de una agitación gigantesca, después de que aparece en la pantalla el recuerdo de un suceso que nos sacude hasta los cimientos con una claridad de detalles terrorífica. 

Es el suceso que nos arrastra hasta el momento real en que lo vivimos. Los chamanes llaman a ese suceso el acomodador, porque desde ese momento cada suceso que tocamos, no sólo se recuerda sino que se vuelve a vivir. 

-Caminar precipita los recuerdos -dijo don Juan-. Los chamanes del México antiguo creían que todo lo que vivimos queda guardado como sensación en la parte trasera de las piernas. 

Consideraban la parte trasera de las piernas como el almacén de la historia personal del hombre. Así es que vamos a hacer una caminata en las colinas. 

Caminamos casi hasta que oscureció. 

-Creo -dijo don Juan cuando ya estábamos en la casa- que te he hecho caminar lo suficiente para prepararte para esa maniobra de chamanes de encontrar un acomodador, un suceso en tu vida que recordarás con tanta claridad que va a servir de faro para iluminar todo lo demás en tu recapitulación con igual o similar claridad. 

Haz lo que los chamanes llaman recapitular las piezas de un rompecabezas. Algo que te va a conducir a recordar el suceso que te servirá de acomodador. 

Me dejó solo, dándome una última advertencia. 

-Dale lo mejor que tienes -dijo- Dale lo máximo. Me quedé profundamente callado por un momento, quizá debido al silencio que me rodeaba. Entonces experimenté una vibración, un especie de sacudida en el pecho. Tuve dificultad para respirar, y de pronto algo se me abrió en el pecho que me permitió respirar profundamente, y una vista total de un suceso olvidado de mi niñez estalló en mi memoria, como si hubiera estado cautivo y de pronto quedara libre. 

Estaba en el estudio de mi abuelo donde él tenía una mesa de billar, y estaba jugando al billar con él. Apenas iba a cumplir nueve años. Mi abuelo era un jugador hábil que me había enseñado compulsivamente todas las jugadas que sabía, para que yo pudiera dominar el juego y le hiciera partidas en serio. 

Pasábamos interminables horas jugando al billar. Me volví tan bueno que un día le gané. Desde ese día, no me pudo ganar más. Muchísimas veces le daba el juego deliberadamente para complacerlo, pero él lo sabía y se ponía furioso conmigo. 

Una vez se disgustó tanto que me dio en la cabeza con el taco. Para su desconcierto y deleite, a los nueve años yo hacía carambola tras carambola sin parar. Una vez, en un juego, se frustró tanto y se puso tan impaciente conmigo que tiró el taco y me dijo que jugara yo solo. 

Mi naturaleza compulsiva facilitó que compitiera conmigo mismo y que hiciera la misma jugada repetidas veces hasta perfeccionarla. 

Un día, un hombre célebre en el pueblo por sus contactos con el mundo del juego y dueño de un casa de billares, vino a visitar a mi abuelo. Mientras conversaban y jugaban al billar, entré por casualidad en el cuarto. 

Al instante traté de escapar, pero mi abuelo me agarró y me hizo entrar. 

-Éste es mi nieto -le dijo al hombre. 

-Encantado de conocerte -dijo el hombre. 

Me miró con dureza y luego me extendió la mano, que era del tamaño de la cabeza de una persona normal. Yo estaba horrorizado. Su carcajada descomunal me anunció que era consciente de mi incomodidad. Me dijo que se llamaba Falelo Quiroga y yo mascullé mi nombre, era muy alto y estaba muy bien vestido. Llevaba un traje azul de rayas de doble solapa con un pantalón tubo. 

Debía tener unos cincuenta años por entonces, y estaba en buen estado, mostrando sólo una ligera panza. No estaba gordo; parecía cultivar la apariencia de un hombre bien nutrido que no carece de nada. La mayoría de la gente de mi pueblo era flaca. Era gente que trabajaba mucho para ganarse la vida y no tenía tiempo para lujos. 

Falelo Quiroga daba la impresión opuesta. Su porte era el de un hombre que sólo tenía tiempo para lujos. Tenía un aspecto agradable. Una cara afable, bien afeitada, de ojos azules y de mirada simpática. Poseía el aire y la confianza de un médico. La gente de mi pueblo decía que tenía la capacidad de tranquilizar a cualquiera, y que debería haber sido cura, abogado o médico en vez de jugador. 

También decían que ganaba más dinero en el juego que todos los médicos y abogados del pueblo puestos juntos. Tenía pelo negro, cuidadosamente peinado. Era obvio que ya se estaba poniendo calvo. Trataba de esconderlo peinándose el pelo sobre la frente. 

Tenía una mandíbula cuadrada y una sonrisa totalmente ganadora. Sus dientes eran grandes, blancos y bien cuidados, algo totalmente novedoso en un lugar donde las caries abundaban. 

Dos rasgos más de Falelo Quiroga que me eran notables eran sus enormes pies y sus zapatos negros de charol, hechos a mano. Me fascinaba que al caminar de un lado al otro del cuarto, no le crujieran los zapatos. Estaba acostumbrado a oír acercarse a mi abuelo por el crujido de la suelas de sus zapatos. 

-Mi nieto juega muy bien al billar -le dijo mi abuelo tranquilamente a Falelo Quiroga-. 

-¿Por qué no le doy mi taco para dejarlo jugar contigo mientras yo miro? 

-¿Este niño juega al billar? -le preguntó el enorme hombre a mi abuelo, riéndose. -

Desde luego -le aseguró mi abuelo-. Claro que no tan bien como tú, Falelo. -¿Por qué no lo pones a prueba? Y para hacerlo más interesante para ti, para que no estés tratando a mi nieto condescendientemente, vamos a apostar un poco de dinero. ¿Qué dices si apostamos tanto como esto? Puso un manojo grueso de billetes arrugados sobre la mesa y le sonrió, moviendo la cabeza de un lado al otro como desafiando al grandote a tomar la apuesta. 

-Oh, oh, tanto, ¿eh? -dijo Falelo Quiroga mirándome con un aire de interrogación. Abrió la cartera y sacó unos billetes bien doblados. Esto, para mí, era otro detalle sorprendente. Mi abuelo tenía la costumbre de llevar los billetes arrugados en todos los bolsillos. Cuando necesitaba pagar algo, siempre tenía que estirar los billetes para contarlos. 

Falelo Quiroga no dijo nada, pero yo sabía que se sintió un bandido. Le sonrió a mi abuelo, y obviamente por no faltarle el respeto, puso su dinero sobre la mesa. Mi abuelo, haciendo de árbitro, fijó el juego en un cierto número de carambolas y tiró una moneda para ver quién iba a empezar. 

Ganó Falelo Quiroga. -Dale todo lo que tienes, no te contengas -le insistió mi abuelo-. ¡No tengas ninguna pena en acabar con este imbécil y ganarte mi dinero! 

Falelo Quiroga, siguiendo los consejos de mi abuelo, jugó tan bien como pudo, pero en una instancia, perdió una carambola por un pelo. 

Tomé el taco. Sentí que me iba a desmayar, pero viendo el júbilo de mi abuelo (daba saltos de un lado a otro) me tranquilicé; y además, me irritaba ver a Falelo Quiroga casi desplomándose de risa al ver cómo yo tomaba el taco. 

A causa de mi estatura, no podía inclinarme sobre la mesa, como se juega al billar normalmente. Pero mi abuelo, con una paciencia y determinación esmerada, me había enseñado una manera alternativa para jugar. 

Extendiendo mi brazo totalmente hacia atrás, tomaba el taco levantándolo casi más allá de los hombros, hacia el costado. 

-¿Qué hace cuando tiene que alcanzar la mitad de la mesa? -preguntó Falelo Quiroga muerto de risa. 

-Se cuelga de la orilla de la mesa -dijo mi abuelo como si nada-. Sabes que está permitido. 

Mi abuelo se me acercó y me susurró entre dientes que si me hacía el correcto y perdía me iba a romper todos los tacos sobre la cabeza. Yo sabía que no hablaba en serio; era su manera de demostrar la confianza que me tenía. Gané fácilmente. 

Mi abuelo estaba rebosante de alegría pero, cosa rara, también lo estaba Falelo Quiroga. Soltaba carcajadas dando vueltas alrededor de la mesa de billar, y dando de palmaditas en las orillas. 

Mi abuelo me puso por los cielos. Le reveló a Falelo Quiroga mi mejor marca y, en tono burlón, dijo que sobresalía porque había encontrado la manera de hacerme practicar: café con pasteles daneses

-¡No me digas, no me digas! -repetía Falelo Quiroga. Se despidió; mi abuelo recogió las ganancias y el asunto se olvidó. Mi abuelo me prometió llevar a un restaurante y agasajarme con la mejor comida del pueblo, pero jamás lo hizo. Era muy tacaño; todo el mundo sabía que sólo gastaba dinero en mujeres. 

Dos días después, dos hombres enormes, socios de Falelo Quiroga, se me acercaron a la hora en que salía del colegio. 

-Falelo Quiroga quiere verte -me dijo uno en voz hosca-. Quiere que vayas a su casa para tomar café y pasteles daneses con él. 

Si no hubiera dicho lo del café y los pasteles daneses, lo más probable es que me hubiera escapado. Me acordé en aquel momento que mi abuelo le había dicho a Falelo Quiroga que yo daría mi alma por café y pasteles daneses. 

Con gusto los acompañé. Sin embargo, no podía caminar a la par de ellos, así es que uno de los dos, el que se llamaba Guillermo Falcón, me levantó y me acurrucó en sus enarenes brazos. Soltó una risa entre sus dientes chuecos. 

-Más vale que te guste el paseo, joven -me dijo. Su aliento apestaba horrendamente-. ¿Te han llevado así alguna vez? ¡Viendo como te meneas, diría que nunca! -Se echaba grotescas carcajadas.

Afortunadamente, la casa de Falelo Quiroga no quedaba muy lejos de la escuela. El señor Falcón me depositó sobre un sofá en una oficina. Allí estaba Falelo Quiroga, sentado detrás de un enorme escritorio. Se levantó y me dio la mano. 

En seguida, mandó pedir que me trajeran café y pasteles daneses y los dos nos sentamos a charlar amablemente de la granja de pollos que tenía mi abuelo. Me preguntó si gustaba más pasteles y le dije que no estaría mal. 

Se rió y él mismo trajo una bandeja de pasteles increíblemente deliciosos del cuarto contiguo. Después de tragar yo a más no poder, me preguntó muy cortésmente si pensaría en la posibilidad de venir a su casa de billar a las altas horas de la noche a jugar unos cuantos partidos amistosos con alguna gente que él seleccionaría. 

Sin hacer mucho alarde, dijo que se trataba de bastante dinero. Manifestó abiertamente la confianza que me guardaba, y añadió que iba a pagarme, por mi tiempo y mi esfuerzo, un porcentaje de las ganancias. 

También indicó que sabía cómo era mi familia; iban a tomarlo a mal si me daba dinero, aunque fuera como pago. Así es que prometía abrir una cuenta especial a mi nombre, o para mayor facilidad, se encargaría de cualquier compra que hiciera en las tiendas del pueblo, o de la comida que pidiera en cualquier restaurante. No le creí ni un pelo de lo que me decía. Sabía que Falelo Quiroga era un estafador. Pero la idea de jugar al billar con desconocidos me gustaba y entonces hice un trato con él. 

-¿Me va a dar café y pasteles daneses como los de hoy? -le dije. -¡Claro que sí, niño! -me respondió-. Si vienes a jugar para mí, hasta te compro la pastelería. Voy a pedirle al pastelero que los haga exclusivamente para ti. Te doy mi palabra. 

Le advertí a Falelo Quiroga que el único inconveniente era mi incapacidad de salirme de la casa; tenía demasiadas tías que me vigilaban como halcones y además, mi alcoba estaba en el primer piso. 

-Eso no es problema -me aseguró Falelo Quiroga-. Eres bastante pequeño. El señor Falcón te va a agarrar si tú saltas por la ventana a sus brazos. ¡Es tan grande como una casa! 

Te recomiendo que te acuestes temprano esta noche. El señor Falcón va a despertarte con un silbido y tirando piedritas a tu ventana. ¡Pero tienes que estar alerta! Él es muy impaciente. 

Me fui a casa sacudido por una gran excitación. No podía dormir. Me encontraba bien despierto cuando oí que el señor Falcón silbaba y tiraba piedritas contra los vidrios de la ventana. La abrí. El señor Falcón estaba justamente debajo de mí, en la calle. 

-Salta a mis brazos, chico -me dijo con voz contenida que trataba de modular en un fuerte susurro-. Si no apuntas hacia mis brazos, te voy a dejar caer y te vas a matar. 

Acuérdate; no me hagas correr en círculos. Apunta a mis brazos. ¡Salta! ¡Salta! Salté y me agarró con la facilidad de alguien que agarra un saco de algodón. 

Me puso en el suelo y me dijo que echara a correr. Dijo que era un niño que acababa de despertar de un sueño profundo y que tenía que hacerme correr para que estuviera totalmente despierto al llegar a la casa de billar. 

Jugué esa noche contra dos hombres y gané las dos partidas. Me dieron el café y los pasteles más deliciosos que se pudiera uno imaginar. Estaba en el cielo. Eran como las siete de la mañana cuando llegué a casa. 

Nadie me había extrañado. Era hora de irme al colegio. Todo funcionaba normalmente, sólo que estaba tan cansado que los ojos se me cerraban solos durante todo el día. Desde ese día, Falelo Quiroga mandaba al señor Falcón por mí dos o tres veces por semana, y gané cada partida que me hacía jugar. Y fiel a su promesa, él me pagaba todo lo que compraba, incluso las comidas en el restaurante chino que más me gustaba y donde iba a diario. 

A veces hasta invitaba a mis amigos, y los mortificaba, porque salía corriendo y gritando del restaurant cuando el mesero me traía la cuenta. Se asombraban de que nunca los llevaba la policía por comer y no pagar la cuenta. 

Una prueba dura para mí fue que nunca había concebido el hecho de que tendría que contender con las esperanzas y las expectativas de toda la gente que apostaba a mi favor. 

La prueba de pruebas, sin embargo, se llevó a cabo cuando un jugador de primera de una ciudad vecina desafió a Falelo Quiroga apostando una gran cantidad. La noche de la partida era de malos auspicios. Mi abuelo se enfermó y no podía dormir. 

La familia entera estaba alborotada. Parecía que nadie iba a acostarse. Dudaba poder escaparme de mi alcoba, pero los silbidos y las piedritas del señor Falcón eran tan insistentes que corrí el riesgo y salté de la ventana a sus brazos. Parecía que todos los hombres del pueblo se habían reunido en la casa de billar. 

Caras angustiadas me rogaban que no perdiera. Algunos de los hombres me aseguraron abiertamente que habían apostado sus casas y todas sus pertenencias. Uno, medio bromeando, me dijo que había apostado a su mujer; si esa noche no ganaba, resultaría cornudo o asesino. 

No me dijo específicamente si iba a matar a su mujer para no ser cornudo, o iba a matarme a mí por perder la partida. Falelo Quiroga iba de un lado a otro. Había mandado traer a un masajista para darme masaje.

Quería que estuviera relajado. El masajista me puso toallas calientes en los brazos y en las muñecas y toallas frías sobre mi frente. Me puso los zapatos más cómodos y suavecitos que jamás había usado. Tenían tacones duros, tipo militar y soportes para el arco del pie. Falelo Quiroga me vistió con una boina para que no se me cayera el pelo a la cara y también me puso unos overoles con cinturón. 

La mitad de los que rodeaban la mesa de billar eran gente de otro pueblo. Me echaban miradas feroces. Sentía que me querían muerto. Falelo Quiroga tiró una moneda para decidir quién iba primero. Mi adversario era brasileño de descendencia china, joven, de cara redonda, muy elegantón y lleno de confianza. 

Dio principio a la partida e hizo un número inconcebible de carambolas. Podía ver por el mal aspecto de la cara de Falelo Quiroga, que estaba a punto de sufrir un ataque cardíaco, al igual que los otros que habían apostado todo por mí. 

Jugué muy bien esa noche y al aproximar el número de carambolas que había hecho el otro, la agitación de los que me apoyaban llegó a su apogeo. Falelo Quiroga era el más histérico. Le gritaba a todo el mundo, dando órdenes que abrieran las ventanas porque el humo de los cigarros no me dejaba respirar. 

Quería que el masajista me relajara los brazos y los hombros. Finalmente, les dije a todos que se callaran y, con gran prisa, hice las ocho carambolas que me faltaban para ganar. 

La euforia de los que habían apostado a mi favor era indescriptible. Yo era inconsciente de todo, pues ya era de mañana y tenían que llevarme a casa cuanto antes. Mi cansancio aquel día no tenía límites. Muy atentamente, Falelo Quiroga no me mandó llamar durante toda una semana. 

Sin embargo, una tarde, el señor Falcón me recogió del colegio y me llevó a la casa de billar. Falelo Quiroga me recibió con gran seriedad. Ni siquiera me ofreció café o pasteles daneses. Ordenó que nos dejaran solos y fue directamente al grano. Acercó su silla junto a mí. 

-He depositado mucho dinero en el banco a tu nombre -me dijo con solemnidad-. Soy fiel a mi promesa. Te doy mi palabra: siempre te cuidaré. ¡Tú lo sabes! Ahora, si haces lo que yo te digo, vas a hacer tanto dinero que no vas a trabajar un solo día de tu vida. 

Quiero que pierdas tu próxima partida por una carambola. Sé que lo puedes hacer. Pero quiero que pierdas por sólo un pelo. Cuanto más dramático, mejor. Estaba estupefacto. Todo esto me era incomprensible. Falelo Quiroga repitió su solicitud y me explicó, además, que iba a apostar de manera anónima todo lo que tenía contra mí, y que éste era el tino de nuestro nuevo trato. 

-El señor Falcón te ha estado vigilando durante meses -me dijo-. Lo único que debo decirte es que el señor Falcón usa toda su fuerza para protegerte, pero podría hacer lo contrario con la misma fuerza. 

La amenaza de Falelo Quiroga no pudo haber sido más evidente. Debió haber visto en mi cara el horror que sentí, porque se tranquilizó y se puso a reír. 

-Oh, pero no te preocupes por esas cosas -me dijo tratando de tranquilizarme-, porque nosotros somos hermanos. Era la primera vez en mi vida que me encontraba en una situación insostenible. 

Quería escapar de Falelo Quiroga, del miedo que me había evocado. Pero a la vez y con la misma fuerza, quería quedarme; quería la facilidad de comprar todo lo que quería en cualquier tienda, y sobre todo, la facilidad de poder comer en cualquier restaurante de mi gusto, sin pagar. Pero nunca tuve que tomar una decisión. 

Inesperadamente (al menos para mí), mi abuelo se mudó a otro lugar muy lejos. Pareciera como si él sabía lo que pasaba, y entonces me mandaba allí antes que a los demás. Yo dudaba que él supiera lo que verdaderamente pasaba. Al parecer, el alejarme fue uno de sus usuales actos intuitivos. 

El regreso de don Juan me sacó de mis recuerdos. Había perdido la noción del tiempo. Tendría que haber estado muerto de hambre, pero no. Estaba lleno de una energía nerviosa. Don Juan encendió una lámpara de petróleo y la colgó de un clavo sobre la pared. La tenue luz creaba extrañas sombras danzantes en el cuarto. Tuve que esperar a que mis ojos se ajustaran a la penumbra. Entré en un estado de profunda tristeza. Era un sentimiento extraño, indiferente, un anhelo que se extendía y que venía de esa penumbra, o quizá de la sensación de sentirme atrapado. 

Estaba tan cansado que quería irme, pero a la vez y con la misma fuerza, quería quedarme. La voz de don Juan me trajo cierta mesura. Parece que él sabía la causa y la profundidad de mi confusión, y adaptó su voz a la ocasión. 

La seriedad de su tono me ayudó a recobrar el dominio sobre algo que fácilmente podría haberse convertido en una reacción histérica a la fatiga y al estímulo mental. 

-El recontar sucesos es mágico para los chamanes -dijo-. No se trata simplemente de contar un cuento. Es ver la tela sobre la que se basan los sucesos. Es por eso que el recuento es tan vasto y tan importante. 

Al pedírmelo, le conté a don Juan el suceso que había recordado. 

-Qué apropiado -dijo con una risita de deleite-. Lo único que puedo comentar es que los guerreros-viajeros se tienen que dejar llevar. Van a donde los lleva el impulso. El poder de los guerreros-viajeros es estar alerta para conseguir el máximo efecto con el mínimo impulso. 

Y sobre todo, su poder está en no interferir. Los sucesos tienen una fuerza, una gravedad propia, y los viajeros son simplemente viajeros. Todo lo que los rodea es sólo para sus ojos. De esta manera, los viajeros construyen el significado de cada situación, sin preguntar nunca cómo fue que pasó así o asá. 

Hoy recordaste un suceso que resume tu vida entera -continuó-. Te enfrentas siempre con una situación que es la misma que nunca resolviste. 

Nunca tuviste que decidir si aceptabas o rechazabas el trato embustero de Falelo Quiroga. 

El infinito siempre nos pone en la terrible posición de tener que escoger -siguió-. 

Queremos el infinito, pero a la vez queremos huir de él. 

Tú quieres decirme que me vaya al carajo, pero a la vez te sientes obligado a quedarte. Sería infinitamente más fácil para ti si simplemente estuvieses obligado a quedarte.


COMENTARIO

1. SOBRE LA TÉCNICA DE LA RECAPITULACIÓN

Este capítulo trata sobre la RECAPITULACIÓN, una técnica ancestral del chamanismo cuyo objetivo es procurar establecer el equilibrio energético del sistema humano.

A lo largo de la vida, los seres humanos interaccionan con otros seres humanos y como resultado se forman las trazas, que son como manchas de energía ajena que tenemos en nuestro cuerpo energético y a su vez, dejamos trazas en los otros. La recapitulación es eliminar esas trazas (cuando no, otras estructuras más profundas como las cristalizaciones) y una vez eliminadas, aceptar por parte del infinito el reequilibrio de la estructura con energía, completando el campo.

Por ello, don Juan insistía en esta necesidad de eliminación, para dejar vacío, dejar espacio para las nuevas energías que las vivencias de la vida ocupan y que son del todo, innecesarias para la liberación del ser y su propósito de trascender a la muerte.

La técnica de la recapitulación es muy simple. Consiste en comenzar girando la cabeza desde la derecha hacia la izquierda mientras inspiramos y mantenemos vívidamente el recuerdo escogido, una vez que lentamente expiramos y giramos nuevamente la cabeza hacia la derecha para comenzar con otro nuevo proceso.

Los giros deben de ser suaves y la respiración debe de mantenerse tranquila, sin exagerar para evitar el cansancio, aunque yo opto por inspiraciones/expiraciones profundas que me conducen a un estado profundo de meditación, cada uno debe de adaptarlo a su naturaleza.

El regreso de la cabeza hacia la posición en la derecha debe de disolver en su totalidad todo el escenario recreado visualmente.

Para ORGANIZAR el proceso de RECAPITULACIÓN, se realiza una lista de personas, con las que hayamos interactuado en nuestra vida, optando por ordenarlas cronológicamente desde el presente hacia el pasado acabando con las figuras familiares más cercanas: Tíos, abuelos, Padre y Madre.

El ACOMODADOR es una figura crucial en nuestra vida, debe de ser una persona cuya centralidad nos permite recapitular grandes secciones de nuestra vida, también puede ser un hecho a partir del cual poder recapitular y encontrar nuevos personajes de la vida de la persona.

2. SOBRE EL INTENTO

Cuando Carlos visitó por primera vez la UCLA, quedó completamente fascinado y eso le indujo a intencionarse en ese lugar, es decir, sintió la necesidad de estar en ese lugar, de formar parte de ese lugar, realizando las funciones y actividades propias de alguien de ese lugar, eso creó una enorme fuerza de atracción que se denomina INTENTO.

El intento al surgir, allana el camino de las dificultadas y diseña milagrosamente un proceso interno para alcanzar el objetivo, de esa manera, esa novia que tenía Carlos, fue borrada por el intento y fue separada de Carlos para que no entorpeciera el proceso.


3. SOBRE LA TENDENCIA A ORDENAR Y CLASIFICAR

Para que la técnica de recapitulación sea efectiva, es decir, que cumpla con su objetivo de generar espacio limpio en nuestro sistema borrando todo eso que no necesitamos y que son cenizas del pasado, es necesario EVITAR a toda costa, realizar ordenaciones y clasificaciones tanto de figuras como de eventos de nuestra vida pasada, evitando jerarquizaciones y juicios, todo ello se debe de evitar, porque si no se hace, hacemos justo lo contrario, consolidamos las trazas existentes para convertirlas en objetos geométricos compactos a través de las cristalizaciones, que son aglomeraciones de planos y alabeados energéticos hasta componer un sólido cristalino dentro del huevo energético.

Así, que se trata de recapitular para olvidar.


4. LAS EMANACIONES DEL ÁGUILA

La energía son vibraciones contínuas de fibras o haces de fibras que fluyen por doquier, las bandas son multihaces de fibras, de estas, si separamos aquellas que son características del proceso de recapitulación, los chamanes de la antigüedad observaron que eran tragadas por el águila, que no es un águila real, sino que ellos observaron figuras que les parecían a un águila, en realidad, es que toda esa energía procedente de nuestras trazas, cristalizaciones, figuras, objetos compactos, es llevada nuevamente hacia el oscuro mar de la conciencia, que es la consciencia común del universo y existe como un océano, se observa así, un océano oscuro que todo lo cubre.


5. EL RESPLANDOR DE LA CONSCIENCIA

En torno al punto de encaje, se ilumina toda una región del globo energético, con una luz cálida amarillenta.


6. LOS SENTIDOS SON GRADOS DE LA CONSCIENCIA

Los sentidos cognitivos: vista, olfato, gusto, tacto y oído, son en realidad grados de la consciencia, cada uno de ellos tiene un grado de consciencia que afecta al contenido de toda la percepción, si además, añadimos otros sentidos parapsíquicos como el "ver la energía" este grado de consciencia supera a todos los anteriores posicionándonos como chamanes.


7. EL INTENTO DEL OSCURO MAR DE LA CONSCIENCIA

Los chamanes del antiguo México descubrieron que al momento de la muerte, sucede lo siguiente:

El área de la voluntad, un punto cercano al ombligo, dentro de la estructura energética humana, se abre y se vacía, desapareciendo el globo energético.

Las bandas que interaccionan con el punto de encaje se colapsan, abren el punto de encaje y la energía es vertida hacia el océano de la consciencia.

Pero cuando un guerrero realiza recapitulaciones, este proceso se bloquea, hay como un compás de espera y entonces la consciencia universal (el águila) selecciona esas bandas que son propias de la recapitulación (experiencias vividas) para absorberlas, dejando intacta la estructura energética humana, respetando su vida.

El águila no quiere la vida de las personas, quiere sus experiencias, se alimenta de sus experiencias vitales.


8. LA IMPORTANCIA DEL ACOMODADOR

Recapitular a partir de un acomodador nos agitará de tal manera que liberaremos una ingente cantidad de energía ajena, disolviendo cualquier estructura por poderosa que sea y que esté enquistada en nuestro ser.

Las trazas suelen caer hacia abajo, hacia la parte posterior de las piernas y las nalgas, por eso, tras recapitular, caminar favorece la eliminación de estas energías a través de nuestras piernas que descienden telúricamente.

El acomodador puede tener relación con traumas del pasado que pueden desestabilizarnos psicológicamente e incluso físicamente, por lo que hay que hacer la recapitulación con extremo cuidado, poco a poco, para evitar entrar en la zona del dolor.

Por otro lado, tras una fuerte recapitulación, se desentierran nuevos recuerdos y nuevos acomodadores.