AUTOR DEL BLOG DE LA UNIVERSIDAD DE DOGOMKA

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El cielo me ha fascinado desde que tuve uso de razón. A los 13 años de edad realicé un trabajo sobre el Sistema Solar en la escuela y gané un premio, mi tía Paqui me obsequió con mi primer libro de astronomía, escrito por José Comás Solá, estudiando este libro, nació mi vocación por la astronomía. Cada noche salía al campo para identificar y conocer las estrellas, solía llevar conmigo unos binoculares y pasaba largas horas viendo el firmamento. Mi madre me regaló mi primer telescopio. Me formé como matemático y estudié complementos de astronomía posicional y astrofísica teórica, colaboré escribiendo artículos tanto en inglés como en español para tres revistas: «Sky and Telescope» (EE.UU.); «The Astronomer» (R.U.) y «Tribuna de Astronomía» (España) entre 1982 y 1988. Actualmente tengo 62 años y he realizado un posgrado sobre Historia de la Ciencia, su filosofía y lógica en la UNED y estoy prejubilado.

viernes, 21 de noviembre de 2025

[4] La constelación de PEGASO como nunca la has visto. Las estrellas de las patas del caballo.

 


III. Asterismo de las patas del caballo

Las patas del caballo Pegaso son dos alineaciones de estrellas:

  • La pata inferior comprende las estrellas MATAR (η Peg), SADALMATAR  (ο Peg) y WOO (π₁ y π₂ Peg).
  • La pata superior comprende a SADALBARI (μ Peg), BARI (λ Peg),  ι Pegasi y JIH (κ Peg).
                    MATAR (η Eta Pegasi)

Su nombre tradicional es Matar, derivado del árabe Al Saʽd al Maṭar, que significa “la estrella afortunada de la lluvia” o “lluvia de suerte”.

Es un sistema múltiple dominado por una estrella gigante amarilla  visible a simple vista con magnitud aparente ≈+2.95; forma un sistema binario espectroscópico y se encuentra a unos ~214 años-luz del Sol. Tiene un período orbital de unos 813 días (≈ 2,2 años). 

Componente principal (η Peg A): es una gigante brillante de tipo espectral G2 II. 24,5 radios solares. 3,51 veces la del Sol.Temperatura efectiva: ~ 4.970 K. Brillo / luminosidad: emite unas 330 veces la luminosidad solar. Edad estimada: unos 270 millones de años

Componente secundaria (η Peg B): es una estrella de la secuencia principal de tipo F0 V.

Además, hay otras dos estrellas de tipo G alrededor, a gran separación, aunque no está confirmado si están gravitacionalmente ligadas al par principal.

Matar (Eta Pegasi) muy cerca de Sadalmatar (Omicron Pegasi) en la pata inferior/ala 


                                                           SADALMATAR (ο    Omicron Pegasi)


Sadalmatar tiene una magnitud aparente de  + 4.8, se requiere un cielo bien oscuro para poder ser percibida a simple vista, mejor, buscarla con binocular. Se encuentra a una distancia de 290 años-luz. Es un sistema binario astrométrico (se ha detectado por los movimientos bamboleantes en torno a su compañera). Se le ha detectado un campo magnético importante en su superficie, por lo que es categorizada como tipo Am (magnético).

Sadalmatar es una subgigante de tipo espectral A1 IV, lo que indica que ya ha abandonado la fase de secuencia principal y está iniciando un proceso de expansión y enfriamiento propio de las estrellas que consumen el hidrógeno central. Su temperatura es en torno a 9.600 K, su luz brilla en un tono blanco-azulado. Presenta una masa de unas 2,24 veces la solar y un radio aproximado de 3,3 radios solares, mientras que su luminosidad alcanza cerca de 85 veces la del Sol. Todo ello apunta a una estrella joven pero en evolución, con una edad estimada en unos 180 millones de años. La metalicidad de Sadalmatar también es llamativamente alta, lo que ha suscitado interés entre los astrónomos, y su rotación, inusualmente lenta para una estrella de tipo A, podría estar relacionada con procesos internos de difusión química o con la presencia de un campo magnético significativo.



                                                      WOO  (π₁ y π₂   Peg;  Pi-1 y Pi-2 Pegasi)

π¹ Pegasi y π² Pegasi forman una pareja óptica cercana en el cielo (π¹ = ~mag +5.6, tipo G6III; π² = ~mag +4.3, tipo F5III), pero no forman un sistema binario físico: su separación es visual y las distancias reales difieren, de modo que se considera una doble óptica. Ambas aparecen como gigantes de color amarillo-blanco.



π¹ Pegasi es de tipo espectral G8IIIb, Temperatura efectiva: 4.743 K. Es subgigante amarilla post-secuencia principal. Se encuentra a una distancia de aproximadamente 310 años-luz del Sol (paralaje de 10,2111 milisegundos de arco con un error de 0,1137). Su movimiento propio es notable y su velocidad radial se estima en +5 km/s, se aleja de nosotros. Es un sistema binario astrométrico, ya que cambios en su movimiento implican la presencia de una compañera invisible. En cuanto a sus propiedades físicas, la componente visible de π¹ Pegasi tiene una metalicidad de [Fe/H] ≈ –0,22, y una rotación proyectada muy lenta. 

π² Pegasi, es una estrella gigante a una distancia cercana a los 263 años-luz del Sol. Su tipo espectral es F5 III, es decir, una gigante amarillo-blanca que ha abandonado la secuencia principal. Respecto a su velocidad radial, se mueve alejándose del Sol con una velocidad de unos +5 km/s. π² Pegasi tiene una masa estimada de 2,48 veces la del Sol y un radio de aproximadamente 8,5 radios solares, lo que refleja su gran tamaño como gigante. Su edad se estima en unos 530 millones de años, y gira con una velocidad proyectada  bastante alta para su clase, de alrededor de 140 km/s, algo poco común en estrellas tan evolucionadas. Su luminosidad es aproximadamente 103 veces la del Sol, irradiando una gran cantidad de energía desde su superficie, cuya temperatura efectiva ronda los 6.300 K.


                                                                         SADALBARI (μ    Mu Pegasi)

Mu Pegasi, también llamada Sadalbari, tiene una magnitud aparente de ~+3,514, lo que la hace bastante brillante y visible a simple vista. Está a una distancia de unos 112,7 años-luz (≈ 34,6 parsecs). Su movimiento propio es bastante notable y su velocidad radial es elevada, se aleja de nosotros a  +13,54 km/s.


Mu Pegasi es una gigante amarilla del tipo espectral G8 III, y su magnitud absoluta en V se estima en +0,432. Su temperatura efectiva se estima en unos 4.961 K. En cuanto a su masa, se calcula que tiene aproximadamente 2,59 veces la del Sol. Su radio es grande: alrededor de 9,32 radios solares.


                                              BARI  / SADALNAZI / SADALPHERETZ (λ    Lambda Pegasi)

Lambda Pegasi (λ Pegasi) tiene una magnitud aparente alrededor de +3,93 y está a una distancia de 365 años-luz. Su temperatura efectiva, es aproximadamente 4.800 K,  Su masa  es 4 veces la masa del Sol o un poco menos, su radio también es grande: alrededor de 30 radios solares siendo considerada una estrella gigante y su tipo espectral es G8 II–III, es una estrella evolucionada. Se desplaza hacia nosotros a una velocidad de -4,15 km/s según datos astrométricos. Su luminosidad es unas 400 veces la solar. Probablemente ya está quemando helio en su núcleo o en una fase de gigante intermedia.


ι   Iota Pegasi

Iota Pegasi es un sistema binario espectroscópico con una magnitud visual aparente de +3,77, Se encuentra a una distancia aproximada de 38,3 años‑luz del Sol. 

Su componente principal, ι Peg Aa, es una estrella blanco‑amarilla de la secuencia principal de tipo espectral F5V, con una temperatura efectiva estimada en torno a 6.580 K.  Tiene una masa de aproximadamente 1,33 masas solares. Su radio se ha medido como ~1,526 radios solares. 

La compañera, ι Peg Ab, es una enana de tipo G8V con una masa de aproximadamente 0,82 masas solares. Su radio es más pequeño, alrededor de 0,73 radios solares. 

En cuanto a características astrométricas, el sistema tiene un periodo orbital muy corto: las dos estrellas orbitan mutuamente cada 10,213 días con una excentricidad casi cero (~0,0018), lo que indica que su órbita es prácticamente circular. 

Como peculiaridad evolutiva, aunque ambas estrellas están aún en la secuencia principal, se considera que la componente Aa podría evolucionar dentro de varios miles de millones de años hasta convertirse en gigante, momento en el cual podría comenzar a transferir masa a su compañera (cuando llene su lóbulo de Roche), lo que potencialmente transformaría la dinámica del sistema. 


                                     Jih     (κ  Kappa Pegasi)

Kappa Pegasi (κ Pegasi, también llamada Jih) es un sistema estelar complejo con varias componentes. Su magnitud visual conjunta es de 4,13‑4,16. Está situada a unos 115 años‑luz de nosotros. Desde el punto de vista físico, las estrellas en este sistema tienen tipo espectral F5 IV, lo que indica que son subgigantes. Una de las componentes principales tiene una temperatura efectiva de aproximadamente 6.579 K. En cuanto a las masas, se estima que las tres estrellas del sistema tienen masas de ~1,55, ~1,66 y ~0,81 veces la masa del Sol. El sistema es triple: hay una estrella amplia, κ Peg A, y otro par más estrecho, κ Peg B, que se compone a su vez de dos estrellas espectroscópicas (Ba y Bb). La órbita entre A y B tiene un período orbital de 4.227 días (unos 11,6 años). El par Ba–Bb orbita mutuamente con un período muy corto, de solo 6 días.




El prefijo “Sadal‑” que aparece en nombres de estrellas como Sadalmatar (ο Pegasi), Sadalbari (μ Pegasi) o Sadalpheretz (λ Pegasi) proviene del árabe „sa‘d al‑“ (سعد الـ), que significa “la suerte de…” o “el afortunado de…”.

Este prefijo era usado en la tradición astronómica árabe para denominar grupos de estrellas dentro de una constelación que se asociaban a buena fortuna o a algún aspecto astrológico positivo. En general, el prefijo “Sadal‑” indica que la estrella se considera auspiciosa o afortunada, según la interpretación de los astrónomos árabes medievales que transmitieron sus nombres a la tradición occidental.

Sadalmatarο Pegasi“La suerte del afortunado”
Sadalbariμ Pegasi“La suerte de la raíz”
Sadalpheretzλ Pegasi“La suerte del quebrantador”
Sadalsuudβ Pegasi“La suerte del más alto”
Sadachbiaγ Pegasi“La suerte de la línea”





[13] LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN. Diciembre 1963 y Enero 1964. EL HUMITO COMO ALIADO.

 


Juntar los ingredientes y prepararlos para la mezcla de fumar formaba un ciclo anual. El primer año, don Juan me enseñó el procedimiento. 

En diciembre de 1962, el segundo año, al renovarse el ciclo, don Juan se limitó a dirigirme; yo mismo recolecté los ingredientes, los preparé, y los guardé hasta el año siguiente. 

En diciembre de 1963, empezó un nuevo ciclo. Don Juan me enseñó entonces a combinar los ingredientes secos que yo había juntado y preparado el año anterior. Echó la mezcla de fumar en una bolsita de cuero, y nos pusimos a reunir una vez más los diversos ingredientes, para el próximo año. 

Don Juan rara vez mencionó el "humito" durante el año transcurrido entre ambas recolecciones. Sin embargo, siempre qué iba a verlo me daba a sostener su pipa, y el proceso de "hacer amistad" con la pipa se desarrolló tal como él había prescrito. 

Puso la pipa en mis manos muy gradualmente. Exigía concentración y cautela absoluta en esa acción, y me daba instrucciones explícitas. 

Cualquier torpeza con la pipa produciría inevitablemente mi muerte o la suya propia, decía. Apenas hubimos terminado el tercer ciclo de recolección y preparación, don Juan empezó a hablar del humo como aliado por primera vez en más de un año.

 Lunes, 23 de diciembre de 1963 

Regresábamos en el coche a su casa, tras recolectar unas flores amarillas para la mezcla. Eran uno de los ingredientes necesarios. Hice la observación de que aquel año, al juntar los ingredientes, no habíamos seguido el mismo orden que el pasado. 

Rió y dijo que el humito no era caprichoso ni mezquino, como la yerba del diablo. Para el humito, el orden de recolección carecía de importancia; lo único que se requería era que quien usara la mezcla fuese certero y exacto. 

Pregunté a don Juan qué íbamos a hacer con la mezcla que él preparó y me dio a guardar. Repuso que era mía, y añadió que yo debía usarla lo más pronto posible. 

Pregunté cuánto se necesitaba cada vez. La bolsita que me había dado contenía aproximadamente el triple de la cantidad que cabría en una bolsa pequeña de tabaco. Me dijo que en un año tenía que usar todo el contenido de mi bolsa, y la cantidad necesaria cada vez que fumase era asunto personal.

Quise saber qué pasaría si nunca me acababa la bolsa. Don Juan dijo que nada pasaría; el humito no exigía nada. Él mismo ya no necesitaba fumar, y sin embargo cada año hacia una mezcla nueva. 

Luego se corrigió y dijo que rara vez tenía que fumar. Le pregunté qué hacía con la mezcla no usada, pero no respondió. Dijo que la mezcla ya no servía si no se usaba en un año. 

En este punto nos metimos en una larga discusión. Yo no formulaba correctamente mis preguntas, y sus respuestas parecían confusas. Yo deseaba saber si la mezcla perdería sus propiedades alucinógenas, o poder, después de un año, haciendo así necesario el ciclo anual, pero él insistió en que la mezcla no perdía su poder después de ningún tiempo. Sólo pasaba, dijo, que uno ya no la necesitaba porque había hecho nueva provisión; debía disponer del resto de la vieja mezcla en una forma especifica, que don Juan no quiso revelarme en ese punto. 

Martes, 24 de diciembre de 1963 

-Dijo usted, don Juan, que ya no necesita fumar. 

-Sí; como el humito es mi aliado, ya no necesito fumar. Puedo llamarlo en donde sea y cuando sea. 

-¿Quiere decir que viene con usted aunque usted no fume? 

-Quiero decir que yo voy libremente con él. 

-¿Podré hacer eso yo también? 

-Podrás, si logras ganártelo como aliado. 


        Martes, 31 de diciembre de 1963 

El jueves 26 de diciembre tuve mi primera experiencia con el aliado de don Juan, el humito. Durante todo el día llevé a don Juan en coche de un lado a otro e hice encargos suyos. Regresamos a su casa al atardecer. 

Observé que no habíamos comido nada en todo el día. Eso no le preocupaba en absoluto; en cambio, empezó a decir que me era imperativo entrar en confianza con el humito. 

Dijo que debía experimentarlo yo mismo para ver cuán importante era como aliado. Sin darme oportunidad de responder nada, don Juan anunció, que en ese preciso momento iba a encenderme su pipa. 

Intenté disuadirlo, argumentando que no me consideraba listo. Le dije que no sentía haber manejado la pipa el tiempo suficiente. Pero él dijo que no me quedaba mucho tiempo para aprender, y que yo debía usar la pipa muy pronto. 

La sacó de su funda y la acarició. Sentado en el piso, junto a él, yo trataba frenéticamente de ponerme mal y desmayarme: de hacer cualquier cosa por aplazar este paso inevitable. La habitación estaba casi oscura. 

Don Juan había encendido, y puesto en un rincón, la lámpara de kerosén. Por lo general, ésta mantenía el cuarto en una semioscuridad relajante, su luz amarillenta siempre apacible. 

Pero esta vez la luz parecía inusitadamente roja; sacaba de quicio. Don Juan desató su pequeña bolsa de mezcla sin quitarla del cordón amarrado en torno a su cuello. 

Acercó la pipa y la puso dentro de su camisa virtiendo parte de la mezcla en el cuenco. Me hizo observar el procedimiento, señalando que si la mezcla se derramaba caería dentro de su camisa. 

Don Juan llenó tres cuartas partes del cuenco; luego ató la bolsa con una mano sosteniendo la pipa en la otra. 

Recogió un pequeño plato de barro, me lo entregó y me pidió ir afuera a traer brasitas del fuego. 

Fui atrás de la casa y saqué un montón de carbones de la estufa de adobe. Regresé apresurado al cuarto de don Juan. Sentía una angustia profunda. Era como una premonición.

Me senté junto a don Juan y le di el plato. Lo miró y dijo calmadamente que las brasas eran demasiado grandes. Las quería más chicas, que encajaran en el cuenco de la pipa. 

Volví a la estufa y traje algunas. Tomó el nuevo plato de brasas y lo puso frente a sí. Estaba sentado con las piernas cruzadas y metidas bajo el cuerpo. 

Me miró con el rabillo del ojo y se inclinó hasta casi tocar los carbones con la barbilla. Sostuvo la pipa en la mano izquierda, y con un movimiento extremadamente veloz de la derecha recogió una brasa ardiente y la puso en el cuenco de la pipa; luego irguió la espalda y, tomando la pipa con ambas manos, se la puso en la boca y dio tres fumadas. 

Extendió los brazos hacia mí y me dijo, en susurro enérgico, que tomase la pipa en las dos manos y fumara. La idea de rechazar la pipa y salir corriendo cruzó por un segundo mi mente, pero don Juan exigió de nuevo -todavía susurrando- que tomara la pipa y fumase. Lo miré. Sus ojos estaban fijos en mi. Pero su mirada era amistosa, preocupada. 

Resultaba claro que yo había hecho la elección largo tiempo atrás; no había más alternativa que hacer lo que él decía. Tomé la pipa y casi la dejé caer. ¡Estaba caliente! Me la llevé a la boca con gran cuidado porque imaginé que su calor sería insoportable. Pero no sentí calor alguno. 

Don Juan me indicó inhalar. El humo fluyó entrando en mi boca y pareció circular allí. Sentí como si tuviera la boca llena de masa. El símil se me ocurrió aunque nunca había tenido la boca llena de masa. El humo era también como mentol, y el interior de mi boca se enfrió de repente. 

La sensación fue refrescante. 

-¡Otra vez! ¡Otra vez! -oí susurrar a don Juan. 

Yo sentía que el humo se filtraba libremente dentro de mi cuerpo, casi sin mi control. No necesité más apremio de don Juan. Mecánicamente seguí inhalando. De pronto, don Juan se inclinó y me quitó la pipa de las manos. 

Con golpes suaves vació la ceniza en el plato de las brasas, luego se mojó el dedo con saliva y le dio vueltas dentro del cuenco para limpiar las paredes de éste. Sopló repetidas veces a través del tallo. 

Lo vi devolver la pipa a su funda. Sus acciones retenían mi interés. Cuando hubo limpiado y guardado la pipa, me miró, y por vez primera advertí que todo mi cuerpo se hallaba insensible, mentolado. 

Me pesaba el rostro y me dolían las quijadas. No podía tener cerrada la boca, pero no había flujo de saliva. Mi boca ardía de tan seca, y sin embargo yo no tenía sed. Empecé a percibir un calor insólito encima de toda mi cabeza. ¡Un calor frío! 

Cada vez que exhalaba, el aliento parecía cortarme los orificios nasales y el labio superior. Pero no quemaba; dolía como un trozo de hielo. Don Juan estaba sentado junto a mí, a mi derecha, y sin moverse sostenía contra el suelo la funda de la pipa, como impidiéndole elevarse. 

Mis manos pesaban. Los brazos se me vencían, tirando de los hombros hacia abajo. Mi nariz chorreaba. La limpié con el dorso de la mano ¡y se borró mi labio superior! 

Enjuagué mi cara y toda la carne desapareció. ¡Estaba derritiéndome! Sentí que mi carne en verdad se fundía. Levantándome de un salto, traté de agarrar algo -cualquier cosa- para sostenerme. 

Experimentaba un terror nunca antes sentido. Aferré una enorme estaca que don Juan tiene clavada en el piso, en el centro de su cuarto. Permanecí allí en pie un momento; luego me volví a mirarlo. 

Seguía sentado, inmóvil, deteniendo la pipa, mirándome con fijeza. Mi aliento era dolorosamente cálido (¿o frío?). Me asfixiaba. Incliné la cabeza hacia adelante para apoyarla en la estaca, pero al parecer no di en ella: mi cabeza siguió descendiendo más allá del punto donde se encontraba la estaca. 

Me detuve casi llegando al suelo. Me enderecé. ¡La estaca estaba allí frente a mis ojos! Intenté nuevamente apoyar en ella la cabeza. Traté de controlarme y de estar consciente, y mantuve los ojos abiertos al inclinarme para tocar la estaca con la frente. 

Se hallaba a unos centímetros de mis ojos, pero al poner la cabeza contra ella tuve la extraña sensación de estar atravesándola. Buscando desesperadamente una explicación racional, concluí que mis ojos estaban alterando la distancia, y que la estaca debía hallarse a tres metros, aunque yo la viera frente a mi cara. 

Entonces concebí una forma lógica y racional de corroborar la posición de la estaca. Empecé a caminar de lado en torno a ella, paso a paso. Mi idea era que, rodeando así la estaca, no me sería posible en forma alguna describir un circulo mayor de metro y medio en diámetro; si la estaca se encontraba en realidad a tres metros de mí, o fuera de mi alcance, llegaría el momento en que yo le diera la espalda. 

Confiaba en que, en ese instante, la estaca se desvanecería, porque de hecho estaría detrás de mi. Procedí entonces a rodear la estaca, pero durante toda la vuelta siguió frente a mis ojos. En un arranque de ira la agarré con ambas manos, pero mis manos la atravesaron. Estaba agarrando el aire. 

Calculé cuidadosamente la distancia hasta la estaca. Concluí que seria menos de un metro. Es decir, mis ojos la percibían como un metro. Jugué un momento con mi percepción de profundidad moviendo la cabeza de un lado a otro, enfocando por turno cada ojo, primero sobre la estaca y luego sobre lo de atrás. 

Según mi manera de juzgar la profundidad, la estaca se hallaba sin duda frente a mi, posiblemente a un metro. Estirando los brazos para proteger mi cabeza, embestí con todas mis fuerzas. 

La sensación fue la misma: atravesé la estaca. Esta ocasión fui a dar contra el piso. Me levanté. Y ésa fue tal vez la más insólita de todas las acciones que ejecuté aquella noche. 

¡Me levanté con el pensamiento! No usé, al levantarme, mis músculos ni mi esqueleto en la forma que acostumbro, porque ya no tenía control sobre ellos. Lo supe en el instante de chocar contra el suelo. 

Pero mi curiosidad con respecto a la estaca era tan fuerte que me "levanté con el pensamiento" en una especie de acción refleja. Y antes de haber tomado plena conciencia de que no podía moverme, estaba ya de pie. 

Pedí ayuda a don Juan. En determinado momento grité frenéticamente, a voz en cuello, pero don Juan no se movió. Seguía mirándome, de soslayo, como no queriendo volver la cabeza para encararme de lleno. 

Di un paso hacia él, pero en vez de avanzar trastabillé hacia atrás y caí contra la pared. Supe que mi espalda la había arremetido, pero no sentí dureza alguna; me hallaba suspendido por entero en una sustancia blanda, esponjosa: era la pared. 

Tenía los brazos extendidos lateralmente, y poco a poco mi cuerpo parecía hundirse en el muro. Sólo podía ver al frente, hacia el cuarto. 

Don Juan seguía observándome, pero sin hacer el menor movimiento para ayudarme. Realicé un esfuerzo supremo por sacar mi cuerpo de la pared, pero sólo se hundía más y más. Con un terror indescriptible, sentí que la pared esponjosa me cubría la cara. 

Traté de cerrar los ojos, pero estaban fijos y abiertos. No recuerdo qué más sucedió. De pronto vi a don Juan enfrente, a poca distancia. Nos hallábamos en el otro cuarto. Vi la mesa de don Juan y la estufa de tierra, encendida, y con el rabo del ojo distinguí la cerca fuera de la casa. Veía todo muy claro. 

Don Juan había traído la linterna de kerosén, ahora colgada de la viga en mitad de la habitación, Traté de mirar en dirección distinta, pero mis ojos estaban colocados exclusivamente para ver en línea recta hacia adelante. No podía distinguir, ni sentir, parte alguna de mi cuerpo. Mi respiración tampoco se notaba. Pero mis ideas eran lúcidas en extremo. 

Tenía clara conciencia de todo cuanto ocurría frente a mí. Don Juan se acercó, y mi claridad mental cesó. Algo pareció detenerse en mi interior. No había más ideas. 

Vi venir a don Juan y lo odié. Quería hacerlo pedazos. Lo habría matado entonces, pero no podía moverme. Al principio percibí vagamente una presión sobre mi cabeza, pero también desapareció. Sólo una cosa quedaba: una ira incontenible contra don Juan. Lo vi a unos centímetros de mí. Quise destrozarlo con las manos. Sentí estar gruñendo. Algo en mi empezó a retorcerse. 

Oí que don Juan me hablaba. Su voz era suave y tranquilizadora y, sentía yo, infinitamente agradable. Se acercó más aún y comenzó a recitar una canción de cuna. 

Señora Santa Ana, ¿Por qué llora el niño? Por una manzana que se le ha perdido. Yo le daré una. Yo le daré dos. Una para el niño y otra para vos. 

Una calidez me saturó. Era una tibieza de corazón y sentimientos. Las palabras de don Juan eran un eco distante. Revivían los recuerdos olvidados de la niñez. La violencia antes sentida desapareció. El resentimiento se hizo añoranza: afecto gozoso que ya no tenía cuerpo y me hallaba en libertad de convertirme en lo que quisiera.

Retrocedió. Mis ojos ocupaban un nivel normal, como si me encontrara de pie frente a él. Extendió ambos brazos hacia mí y me dijo que entrara en ellos. O avancé, o él se me acercó. Sus manos estaban casi sobre mi rostro: sobre mis ojos, aunque yo no las sentía. 

-Métete en mi pecho -le oí decir. Sentí que me envolvía. Era la misma sensación esponjosa de la pared. Luego sólo pude oír su voz ordenándome mirar y ver. Ya no me era posible distinguirlo. 

Al parecer mis ojos estaban abiertos, pues veían relámpagos en un campo rojo; era como mirar una luz a través de párpados cerrados. Entonces mis pensamientos volaron de nuevo. Regresaron en un bombardeo de imágenes: rostros, paisajes. Escenas sin la menor coherencia brotaban y desaparecían. Era como uno de esos sueños rápidos en que las imágenes se acumulan y cambian. 

Luego los pensamientos empezaron a disminuir en número e intensidad, y pronto se fueron otra vez. Había sólo una conciencia de afecto, de ser feliz. No discernía yo formas ni luz. 

De pronto tiraron de mí hacia arriba. Claramente sentí que me alzaban. Y me hallaba libre, moviéndome en agua o en aire con tremenda ligereza y velocidad. Nadaba como una anguila; me contorsionaba y viraba y me elevaba y descendía a voluntad. 

Sentí soplar un viento frío en todo mi derredor y empecé a flotar como una pluma de un lado a otro, bajando, y bajando, y bajando. 


Sábado, 28 de diciembre de 1963

Desperté ayer, al terminar la tarde. Don Juan me dijo que yo había dormido apaciblemente casi dos días. La cabeza me dolía como si fuera a romperse. Bebí un poco de agua y vomité. 

Me sentía cansado, extremadamente cansado, y después de comer volví a dormirme. Hoy me hallaba perfectamente relajado de nuevo. 

Don Juan y yo hablamos de mi experiencia con el humito. Pensando que él deseaba, como siempre, el relato completo, empecé a describir mis impresiones, pero me detuvo diciendo que no era necesario. 

Dijo que yo en realidad no había hecho nada y me había quedado dormido inmediatamente, así que no había nada de qué hablar. 

-¿Y cómo me sentí? ¿No importa para nada? -insistí. -No, con el humito no. Más tarde, cuando aprendas a viajar, hablaremos; cuando aprendas a meterte en las cosas.

-¿De veras se "mete" uno en las cosas? 

-¿No recuerdas? Te metiste en esa pared y saliste por el otro lado. 

-Pienso que en realidad me salí de mis cabales. 

-No, no fue eso. 

-¿Se portó usted igual que yo cuando fumó por primera vez, don Juan? 

-No, igual no. Tenemos distinto carácter. 

-¿Cómo se portó usted? . Don Juan no respondió. Planteé de otro modo la pregunta y la hice de nuevo. Pero él afirmó no recordar sus experiencias, y dijo que mi pregunta era comparable a interrogar a un pescador sobre lo que había sentido la primera vez que pescó. 

Dijo que el humito como aliado era único, y le recordé que también había llamado único a Mescalito. Arguyó que cada uno era único, pero que diferían en especie. 

-Mescalito es un protector porque te habla y puede guiar tus actos -dijo-. Mescalito enseña la forma debida de vivir. Y puedes verlo porque está fuera de ti. 

El humito, en cambio, es un aliado. Te transforma y te da poder sin mostrarse jamás. No puedes hablarle. Pero sabes que existe porque se lleva tu cuerpo y te hace ligero como el aire. 

No obstante, nunca lo ves. Pero allí está, dándote poder para que lleves a cabo cosas que ni te imaginas, como cuando se lleva tu cuerpo. 

-Sentí de veras que había perdido mi cuerpo, don Juan. 

-Pues si. 

-¿Quiere usted decir que yo en realidad no tenía cuerpo? 

-¿Tú qué piensas? 

-Bueno, no sé. Nada más puedo decirle lo que sentí. 

-Eso es todo lo que hay en realidad: lo que sentiste. 

-¿Pero cómo me vio usted, don Juan? ¿Qué parecía yo? 

-No importa cómo te haya visto. Es como cuando agarraste la estaca. Sentiste que no estaba allí y le diste vuelta para estar seguro de que estaba allí. Pero cuando saltaste volviste a sentir que no estaba de veras allí. 

-Pero usted me vio como soy ahora, ¿no? 

-¡No! ¡No eras como eres ahora! 

-¡Cierto! Lo admito. Pero ¿tenía mi cuerpo, verdad, aunque yo no pudiera sentirlo? 

-¡No! ¡Carajo! ¡No tenías un cuerpo como el cuerpo que tienes hoy! 

-¿Qué pasó entonces con mi cuerpo? 

-Creí que entendías. Tu cuerpo se lo llevó el humito. 

-Pero, ¿adónde fue a dar? 

-¿Cómo demonios quieres que sepa eso? Era inútil persistir en tratar de obtener una explicación "racional". 

Le dije que no quería discutir ni hacer preguntas estúpidas, pero si aceptaba la idea de que era posible perder mi cuerpo, perdería toda mi racionalidad. Dijo que yo exageraba, como de costumbre, y que no perdí ni iba a perder nada a causa del humito.

                                                    Martes, 28 de enero de 1964 

Pregunté a don Juan qué pensaba de la idea de dar el humito a todo el que deseara la experiencia. 

Repuso con indignación que dar el humito a cualquiera sería igual que matarlo, porque no tendría a nadie que lo guiara. 

Pedí a don Juan explicar sus palabras. Repuso que yo estaba allí, vivo y hablando con él, porque él me había hecho regresar. 

Había recobrado mi cuerpo. Sin él, yo jamás habría despertado. 

-¿Cómo recobró usted mi cuerpo, don Juan? 

-Eso lo aprenderás más tarde, pero tendrás que aprenderlo por tu propia cuenta. Por ese motivo quiero que aprendas lo más posible mientras yo ande todavía por aquí. Has perdido ya bastante tiempo haciendo preguntas estúpidas sobre cosas absurdas. Pero quizá no sea tu suerte aprender todo lo del humito. 

-Bueno, ¿qué hago entonces? -Deja que el humito te enseñe cuanto puedas aprender. 

-¿También el humito enseña? 

-Claro que enseña. 

-¿Enseña como Mescalito? 

-No, no es un maestro como Mescalito. No enseña las mismas cosas. 

-Pero entonces, ¿qué enseña el humito? 

-Te enseña a manejar su poder, y para aprender eso debes tomarlo todas las veces que puedas. 

-Su aliado da mucho miedo, don Juan. Lo que sentí no se parecía a nada que yo hubiera experimentado jamás. Creí haber perdido la razón. Por algún motivo, esta fue la imagen más aguda que acudió a mi mente. 

Veía yo el sucedido total desde la peculiar perspectiva de haber tenido otras experiencias alucinógenas con las cuales trazar una comparación, y lo único que se me ocurría, una y otra vez, era que con el humito uno pierde la razón. 

Don Juan descartó mi símil, diciendo que lo que yo sentí fue el poder inimaginable del humito. Y para manejar ese poder, dijo, hay que vivir una vida fuerte. 

La idea de la vida fuerte no atañe sólo al periodo de preparación, sino también se vincula a la actitud del sujeto después de la experiencia. Don Juan dijo que el humito es tan fuerte que sólo con fuerza es posible hermanarlo; de otro modo, la vida de uno se quebraría en pedazos. 

Le pregunté si el humito tenía el mismo efecto sobre cualquiera. Dijo que producía una transformación, pero no en cualquiera. 

-Entonces, ¿cuál es la razón especial de que el humito produjera la transformación en mí? -pregunté. 

-Esa creo que es una pregunta muy tonta. Has seguido con obediencia todos los pasos que se necesitan. No es ningún misterio que el humito te transformara. Nuevamente le pedí hablar de mi apariencia. 

Quería saber cómo me había visto, pues la imagen de un ser incorpóreo que don Juan había plantado en mi mente, comprensiblemente era insoportable.

Dijo que, a decir verdad, le dio miedo mirarme; sintió lo mismo que su benefactor debió de sentir al ver a don Juan fumar por vez primera. 

-¿Por qué le daba miedo? -pregunté-. ¿Me veía tan mal? 

-Jamás había visto fumar a nadie. 

-¿No veía fumar a su benefactor? 

-No. 

-¿Ni siquiera se ha visto nunca usted mismo? 

-¿Y cómo me voy a ver? 

-Podría fumar frente a un espejo. 

No respondió, pero se quedó mirándome y sacudió la cabeza. 

Volví a preguntarle si era posible mirarse en un espejo. Dijo que seria posible, aunque resultaría inútil, porque probablemente uno se moriría del susto, si no es que de otra cosa

-Entonces ha de verse uno espantoso -dije. 

-Toda mi vida me ha intrigado la misma cosa -dijo-. 

Y sin embargo no pregunté, ni me vi en un espejo. Ni siquiera pensé en eso. 

-Entonces, ¿cómo puedo averiguar? 

-Tendrás que esperar, como yo, hasta que le des el humito a otro. Si es que llegas a dominarlo, claro. 

Entonces verás cómo parece un hombre. Esa es la regla. 

-¿Qué pasaría si fumara yo frente a una cámara y me tomara un retrato? 

-No sé. Quizás el humito se volvería en tu contra. 

Pero a ti eso no te importa porque ha de parecerte tan inofensivo que te crees capaz de jugar con él. Le dije que no me proponía jugar, pero que antes él me había dicho que el humito no requería pasos, y yo pensaba que no había mal en querer saber qué aspecto tenía uno. 

Me corrigió: había querido decir que no existía la necesidad de seguir un orden especifico, como con la yerba del diablo; con el humito, todo cuanto se necesitaba era la actitud debida. 

Desde ese punto de vista, dijo, había que ser exacto al seguir la regia. Me dio un ejemplo, explicando que no importaba cuál de los ingredientes para la mezcla se recogiese primero, siempre y cuando la cantidad fuese la necesaria. Pregunté si habría algún mal en contar a otros mi experiencia. Repuso que los únicos secretos que nunca debían revelarse eran cómo hacer la mezcla, cómo desplazarse y cómo regresar; otros asuntos relativos al tema carecían de importancia. 

[12] LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN. Verano de 1963. VOLANDO HACIA EL PODER.

 


El siguiente paso en las enseñanzas de don Juan fue un nuevo aspecto en el dominio de la segunda parte de la raíz de datura. En el tiempo transcurrido entre las dos etapas del aprendizaje, don Juan inquirió únicamente acerca del desarrollo de mi planta.

 Jueves, 27 de junio de 1963 

-Es buena costumbre probar la yerba del diablo antes de emprender de verdad, su camino -dijo don Juan. -¿Cómo se le prueba, don Juan?

Debes probar otra brujería con las lagartijas. Tienes todos los elementos que se necesitan para hacerles una pregunta más, esta vez sin mi ayuda. 

-¿Es muy necesario que haga yo esta brujería, don Juan? 

-Es la mejor forma de probar los sentimientos de la yerba del diablo hacia ti. Ella te prueba todo el tiempo, así que es justo que tú también la pruebes, y si en cualquier punto a lo largo de su camino sientes que por algún motivo no deberías seguir, entonces simplemente te detienes. 

Sábado, 29 de junio de 1963 

Saqué a colación el tema de la yerba del diablo. Quería que don Juan me dijese más sobre ella, y sin embargo no quería comprometerme a participar. 

-La segunda parte se usa nada más para adivinar, ¿no es así, don Juan? -pregunté para iniciar la conversación. 

-No solamente para adivinar. Con ayuda de la segunda parte, uno aprende la brujería de las lagartijas, y al mismo tiempo prueba a la yerba del diablo; pero en realidad la segunda parte se usa para otros propósitos. La brujería de las lagartijas es apenas el principio. 

-Entonces, ¿para qué se usa, don Juan? No respondió. Cambiando súbitamente el tema, me preguntó de qué tamaño estaban las daturas que crecían alrededor de mi propia planta. Señalé la altura con un gesto. 

Don Juan dijo: 

-Te he enseñado a distinguir el macho de la hembra. Ahora, ve a tus plantas y tráeme los dos. Ve primero a tu planta vieja y observa con cuidado el cauce hecho por la lluvia. A estas alturas, el agua ha de haber llevado muy lejos las semillas. Observa las zanjitas hechas por el desagüe y de ellas determina la dirección de la corriente. Luego encuentra la planta que esté creciendo en el punto más alejado a tu planta. Todas las plantas de yerba del diablo que crezcan en medio son tuyas. Más tarde, cuando vayan soltando semilla, puedes extender el tamaño de tu territorio siguiendo el cauce desde cada planta a lo largo del camino. 

Me dio instrucciones minuciosas sobre cómo procurarme una herramienta cortante. El corte de la raíz, dijo, debía hacerse en la forma siguiente. Primero, debía yo escoger la planta que iba a cortar y apartar la tierra en torno al sitio donde la raíz se unía al tallo. 

Segundo, debía repetir exactamente la misma danza que había ejecutado al replantar la raíz. Tercero, debía cortar el tallo y dejar la raíz en la tierra. 

El paso final era cavar para extraer cuarenta centímetros de raíz. Me instó a no hablar ni delatar sentimiento alguno durante este acto. 

-Deberás llevar dos trozos de tela -dijo-. Extiéndelos en el suelo y pon las plantas encima. Luego córtalas en partes y amontónalas. El orden depende de ti, pero debes recordar siempre qué orden usaste, porque así es como tienes que hacerlo siempre. Tráeme las plantas tan pronto como las tengas.

 Sábado, 6 de julio de 1963 

El lunes 1.° de julio corté las daturas que don Juan había pedido. Esperé a que estuviera bastante oscuro antes de bailar alrededor de las plantas, pues no quería que nadie me viera. Me sentía lleno de aprensión. Estaba seguro de que alguien iba a presenciar mis extrañas acciones. Previamente había yo elegido dos plantas que me parecieron macho y hembra. Tenía que cortar cuarenta centímetros de la raíz de cada una, y no fue tarea fácil cavar a esa profundidad con un palo. Requirió horas. Tuve que terminar el trabajo en la oscuridad completa, y ya listo para cortarlas debí usar una lámpara de mano. 

Mi aprensión original de que alguien fuera a verme resultó mínima en comparación con el miedo de que alguien notara la luz en los matorrales, Llevé las plantas a casa de don Juan el martes 2 de julio. Él abrió los bultos y examinó los trozos. 

Dijo que aún tenía que darme semillas de sus plantas. Empujó un mortero frente a mí. Tomó un frasco de vidrio y vació su contenido -semillas secas aglomeradas- en el mortero. Le pregunté qué eran, y repuso que semillas comidas de gorgojo. Había entre ellas bastantes bichos: pequeños gorgojos negros. Dijo que eran bichos especiales, que debíamos sacarlos y ponerlos en un frasco aparte. 

Me entregó otro frasco, lleno hasta la tercera parte del mismo tipo de gorgojos. Un trozo de papel metido en el frasco les impedía escapar. 

-La próxima vez tendrás que usar los bichos de tus propias plantas -dijo don Juan-. 

Lo que haces es cortar las vainas que tengan agujeritos: están llenas de gorgojos. Abres la vaina y raspas todo y lo echas en un frasco. Junta un puñado de gorgojos y guárdalos aparte. Trátalos mal. No les tengas miramientos ni consideraciones. 

Mide un puño de las semillas apelmazadas comidas de gorgojo y un puño del polvo de los bichos, y entierra lo demás en cualquier sitio en esa dirección [señaló el sureste] de tu planta. 

Luego juntas semillas buenas, secas, y las guardas por separado. Junta todas las que quieras. Siempre puedes usarlas. Es buena idea sacar allí las semillas de las vainas, para poder enterrar todo de una vez. 

Luego, don Juan me dijo que moliera primero las semillas apelmazadas, después los huevos de gorgojo, después los bichos y finalmente las semillas buenas y secas. Cuando todo estuvo bien pulverizado, don Juan tomó los pedazos de datura que yo había cortado y amontonado. Separó la raíz macho y la envolvió con delicadeza en un trozo de tela. Me entregó lo demás y me dijo que lo cortara en pedacitos, lo moliera bien y pusiera en una olla hasta la última gota del jugo. 

Dijo que yo debía macerar las partes en el mismo orden en que las había amontonado. Después de que terminé, me hizo medir una taza de agua hirviendo y agitarla con todo en la olla, y luego añadir otras dos tazas. 

Me entregó una barra de hueso de acabado pulido. Agité con ella la papilla y puse la olla en el fuego. Don Juan dijo entonces que debíamos preparar la raíz, usando para ello el mortero grande porque la raíz macho no podía cortarse para nada. 

Fuimos atrás de la casa. Don Juan tenía listo el mortero, y procedía machacar la raíz como había hecho antes. La dejamos remojando, al sereno, y entramos en la casa. Me indicó vigilar la mezcla en la olla. Debía dejarse hervir hasta que tuviera cuerpo: hasta que fuese difícil de agitar. Luego se acostó en su petate y se durmió. 

La papilla llevaba al menos una hora hirviendo cuando noté que cada vez era más difícil agitarla. Juzgué que debía estar lista y la quité del fuego. La puse en la red bajo las tejas y me dormí. 

Desperté al levantarse don Juan. El sol brillaba en un cielo despejado. Era un día cálido y seco. Don Juan comentó de nuevo su certeza de que yo le caía bien a la yerba del diablo. Procedimos a tratar la raíz, y al finalizar el día teníamos una buena cantidad de sustancia amarillenta en el fondo del cuenco. 

Don Juan escurrió el agua de encima. Pensé que ése era el fin del proceso, pero él volvió a llenar el recipiente con agua hirviendo. Bajó la olla de la papilla. Esta parecía casi seca. Llevó la olla dentro de la casa, la colocó cuidadosamente en el piso y se sentó. Luego empezó a hablar. 

-Mi benefactor me dijo que se permitía mezclar la planta con manteca. Y eso es lo que vas a hacer. Mi benefactor me la mezcló a mi con manteca, pero, como. ya te he dicho, yo nunca le tuve afición a la planta ni traté realmente de hacerme uno con ella. 

Mi benefactor decía que para mejores resultados, para quienes de veras quieren dominar el poder, lo debido es revolver la planta con sebo de jabalí. El sebo de tripa es el mejor. Pero escoge tú. Acaso la vuelta de la rueda decida que tomes como aliado a la yerba del diablo, y en ese caso te aconsejo, como mi benefactor me aconsejó a mí, cazar un jabalí y sacar el sebo de tripa. 

En otros tiempos, cuando la yerba del diablo era lo mejor, los brujos acostumbraban ir de cacería nada más para traer sebo de jabalí. Buscaban a los machos más grandes y fuertes. Tenían una magia especial para jabalíes; tomaban de ellos un poder especial, tan especial que hasta en esos días costaba trabajo creerlo. Pero ese poder se perdió. No sé nada de él. Ni conozco a nadie que sepa. A lo mejor la misma yerba te enseña todo eso. 

Don Juan midió un puño de manteca y lo echó en el cuenco donde estaba la pasta seca, limpiándose la mano en el borde de la olla. Me dijo que agitara el contenido hasta que estuviera suave y bien revuelto. Batí la mezcla durante casi tres horas. Don Juan la miraba de tiempo en tiempo, sin considerarla terminada aún. Por fin pareció satisfecho. 

El aire batido en la pasta le había dado un color gris claro, y consistencia de jalea. Colgó la olla del techo, junto al otro recipiente. Dijo que iba a dejarlo allí hasta el otro día, porque preparar esta segunda parte requería dos días. Me dijo que no comiera nada entre tanto. Podía tomar agua, pero rada de comida. 

El día siguiente, jueves 4 de julio, cuatro veces hice escurrir la raíz, dirigido por don Juan. La última vez que escurrí el agua del cuenco, ya estaba oscuro. Nos sentamos en el porche. Don Juan puso ambos recipientes frente a mí. El extracto de raíz consistía en una cucharadita de almidón blancuzco. Lo puso en una taza y añadió agua. Dio vueltas a la taza para disolver la sustancia y luego me entregó la taza. 

Me dijo que bebiera todo lo que había en la taza. Lo bebí rápido y luego puse la taza en el piso y me recliné. Mi corazón empezó a golpear; sentí perder el aliento. Don Juan me ordenó, como si tal cosa, quitarme toda la ropa. Le pregunté por qué, y dijo que para untarme la pasta. Vacilé. No sabia si desvestirme. Don Juan me instó a apurarme. Dijo que había muy poco tiempo para tonterías. 

Me quité toda la ropa. Tomó su barra de hueso y cortó dos líneas horizontales en la superficie de la pasta, dividiendo así el contenido de la olla en tres partes iguales. Luego, empezando en el centro de la línea superior, trazó una raya vertical perpendicular a las otras dos, dividiendo la pasta en cinco partes. Señaló el área inferior de la derecha y dijo que era para mi pie izquierdo. El área encina de ésa era para mi pierna izquierda. La parte superior, la más grande, era para mis genitales. La que seguía hacia abajo, del lado izquierdo, era para mi pierna derecha, y el área inferior izquierda para mi pie derecho. 

Me dijo que aplicara la parte destinada al pie izquierdo en la planta del pie y la frotara a conciencia. Luego me guió en la aplicación de la pasta a la parte interior de toda mi pierna izquierda, a mis genitales, hacia abajo por toda la parte interior de la pierna derecha, y finalmente a la planta del pie derecho. 

Seguí sus instrucciones. La pasta estaba fría y tenía un olor particularmente fuerte. Al terminar de aplicarla me enderecé. El olor de la mezcla entraba en mi nariz. Me estaba sofocando. El olor acre literalmente me asfixiaba. Era como un gas de algún tipo. Traté de respirar por la boca y traté de hablarle a don Juan, pero no pude. 

Don Juan me miraba con fijeza. Di un paso hacia él. Mis piernas eran como de hule y largas, extremadamente largas. Di otro paso. Las junturas de mis rodillas parecían tener resorte, como una garrocha para salto de altura; se sacudían y vibraban y se contraían elásticamente. Avancé. El movimiento de mi cuerpo era lento y tembloroso: más bien un estremecimiento ascendente y hacia adelante. 

Bajé la mirada y vi a don Juan sentado debajo de mí: muy por debajo de mí. El impulso me hizo dar otro paso, aun más largo y elástico que el precedente. Y entonces me elevé. Recuerdo haber descendido una vez; entonces empujé con ambos pies, salté hacia atrás y me deslicé bocarriba. 

Veía el cielo oscuro sobre mí, y las nubes que pasaban a mi lado. Moví el cuerpo a tirones para ver hacia abajo. Vi la masa oscura de las montañas. Mi velocidad era extraordinaria. Tenía los brazos fijos, plegados contra los flancos. Mi cabeza era la unidad directriz. Manteniéndola echada hacia atrás, describía yo círculos verticales. 

Cambiaba de dirección moviendo la cabeza hacia un lado. Disfrutaba de libertad y ligereza como nunca antes había conocido. La maravillosa oscuridad me producía un sentimiento de tristeza, de añoranza tal vez. Era como haber hallado un sitio al cual correspondía: la oscuridad de la noche. Traté de mirar en torno, pero todo cuanto percibía era que la noche estaba serena, y sin embargo pletórica de poder. 

De pronto supe que era hora de bajar; fue como recibir una orden que debía obedecer. Y empecé a descender como una pluma, con movimientos laterales. Ese tipo de trayectoria me hacía sentir enfermo. Era lento y a sacudidas, como si estuvieran bajándome con poleas. Me dio náusea. Mi cabeza estallaba a causa de un dolor torturante en extremo. Una especie de negrura me envolvía. Tenía mucha conciencia del sentimiento de hallarme suspendido en ella. 

Lo siguiente que recuerdo es la sensación de despertar. Estaba en mi cama, en mi propio cuarto. Me senté. Y la imagen de mi cuarto se disolvió. Me levanté, ¡Estaba desnudo! Al ponerme en pie, volvió la náusea. Reconocí algunos puntos de referencia. 

Me encontraba a menos de un kilómetro de la casa de don Juan, cerca del sitio de sus daturas. De pronto todo encajó donde le correspondía y me di cuenta de que debería regresar caminando hasta la casa, desnudo. 

Hallarme privado de ropa era una profunda desventaja psicológica, pero nada podía yo hacer para resolver el problema. Pensé en improvisarme una falda con ramas, pero la idea parecía ridícula y además pronto amanecería, pues el crepúsculo matutino ya estaba claro. 

Olvidé mi incomodidad y mi náusea y eché a andar rumbo a la casa. Me obsesionaba el temor de ser descubierto. Iba a la expectativa de gente o perros. Traté de correr, pero me herí los pies en las piedritas agudas. Caminé despacio. Ya había clareado mucho. 

Entonces vi a alguien acercarse por el camino, y rápidamente salté tras los matorrales. La situación me parecía de lo más incongruente. Un momento antes me hallaba disfrutando el increíble placer de volar; al minuto siguiente estaba escondido, avergonzado de mi propia desnudez. 

Pensé en saltar de nuevo al camino y correr con todas mis fuerzas pasando junto a la persona que se acercaba. Pensé que se sobresaltaría tanto que, cuando advirtiera que se trataba de un hombre desnudo, yo ya la habría dejado muy atrás. 

Pensé todo eso, pero no me atrevía a moverme. La persona que venía por el camino estaba casi junto a mí y se detuvo. La oí decir mi nombre. Era don Juan, y traía mi ropa. 

Riendo, me miró mientras me vestía; rió tanto que acabé por reír también yo. El mismo día, viernes 5 de julio, al caer la tarde, don Juan me pidió narrarle los detalles de mi experiencia. 

Relaté todo el episodio con el mayor cuidado posible. 

-La segunda parte de la yerba del diablo se usa para volar -dijo cuando hube terminado-. El ungüento por sí solo no basta. Mi benefactor decía que la raíz es la que dirige y da sabiduría, y es la causa del volar. 

Conforme vayas aprendiendo, y la tomes seguido para volar, empezarás a ver todo con gran claridad. Puedes remontarte por los aires cientos de kilómetros para saber qué está pasando en cualquier lugar que quieras, o para descargar un golpe mortal sobre tus enemigos lejanos. Conforme te vayas familiarizando con la yerba del diablo, ella te enseñará a hacer esas cosas. Por ejemplo, ya te ha enseñado a cambiar de dirección. Así, te enseñará cosas que ni te imaginas. 

-¿Cómo qué, don Juan?

-Eso no te lo puedo decir. Cada hombre es distinto. Mi benefactor jamás me dijo lo que había aprendido. Me dijo cómo proceder, pero jamás lo que él vio. Eso es nada más para uno mismo. 

-Pero yo le digo a usted todo lo que veo, don Juan. 

-Ahora sí. Más tarde no. La próxima vez que tomes la yerba del diablo la tomarás solo, alrededor de tus propias plantas, porque allí es donde aterrizarás: alrededor de tus plantas. Recuérdalo. Por eso vine aquí a mis plantas a buscarte. No dijo más y me quedé dormido. 

Al despertar por la noche, me sentía revigorizado. Por alguna razón exudaba una especie de contento físico. Estaba feliz, satisfecho. 

Don Juan me preguntó: 

-¿Te gustó la noche? ¿O te asustó? Le dije que la noche había sido en verdad magnífica. -¿Y tu dolor de cabeza? ¿Era muy fuerte? -preguntó. 

-Tan fuerte como todas las otras sensaciones. Fue el peor dolor que he sentido -dije. 

-¿Te impediría eso querer probar otra vez el poder de la yerba del diablo. 

-No sé. No quiero ahora, pero más tarde quizá. De veras no sé, don Juan. Había una pregunta que yo deseaba hacerle, Supe que él la evadiría, de modo que había esperado que él mismo tocara el tema; esperé todo el día. 

Por fin, aquella noche antes de irme, tuve que preguntarle: 

-¿De verdad volé, don Juan? -Eso me dijiste. ¿No? 

-Ya lo sé, don Juan. Quiero decir, ¿voló mi cuerpo? ¿Me elevé como un pájaro? 

-Siempre me preguntas cosas que no puedo responder. Tú volaste. Para eso es la segunda parte de la yerba del diablo. Conforme vayas tomando más, aprenderás a volar a la perfección. No es asunto sencillo. Un hombre vuela con ayuda de la segunda parte de la yerba del diablo. Nada más eso puedo decirte. Lo que tú quieres saber no tiene sentido. Los pájaros vuelan como pájaros y el enyerbado vuela así. 

-¿Así como los pájaros? 

-No, así como los enyerbados. 

-Entonces no volé de verdad, don Juan. Volé sólo en mi imaginación, en mi mente. -¿Dónde estaba mi cuerpo? -En las matas -repuso cortante, pero inmediatamente echó a reír de nuevo- 

El problema contigo es que nada más entiendes las cosas de un modo. No piensas que un hombre vuele, y sin embargo un brujo puede recorrer mil kilómetros en un segundo para ver qué está pasando. Puede descargar un golpe sobre sus enemigos a grandes distancias. Conque ¿vuela o no vuela? 

-Mire, don Juan, usted y yo tenemos orientaciones diferentes. Pongamos por caso que uno de mis compañeros estudiantes hubiera estado aquí conmigo cuando tomé la yerba del diablo. ¿Habría podido verme volar? 

-Ahí vas de vuelta con tus preguntas de qué pasaría si. . . Es inútil hablar así. Si tu amigo, o cualquier otro, toma la segunda parte de la yerba, no le queda otra cosa sino volar. Ahora, si nada más te está viendo, puede que te vea volar, o puede que no. Depende del hombre-

-Pero lo que quiero decir, don Juan, es que si usted y yo miramos un pájaro y lo vemos volar, estamos de acuerdo en que vuela. Pero si dos de mis amigos me hubieran visto volar como anoche, ¿habrían estado de acuerdo en que yo volaba? 

-Bueno, a lo mejor. Tú estás de acuerdo en que los pájaros vuelan porque los has visto volar. Volar es cosa común para los pájaros. Pero no estarás de acuerdo en otras cosas que hacen los pájaros, porque nunca los has visto hacerlas. Si tus amigos supieran de hombres que vuelan con la yerba del diablo, entonces estarían de acuerdo. 

-Vamos a ponerlo de otro modo, don Juan. Lo que quise decir es que, si me hubiera amarrado a una roca con una cadenota pesada, habría volado de todos modos, porque mi cuerpo no tuvo nada que ver con el vuelo. 

Don Juan me miró incrédulo. -Si te amarras a una roca -dijo-, mucho me temo que tendrás que volar cargando la roca con su pesada cadenota.