AUTOR DEL BLOG DE LA UNIVERSIDAD DE DOGOMKA

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El cielo me ha fascinado desde que tuve uso de razón. A los 13 años de edad realicé un trabajo sobre el Sistema Solar en la escuela y gané un premio, mi tía Paqui me obsequió con mi primer libro de astronomía, escrito por José Comás Solá, estudiando este libro, nació mi vocación por la astronomía. Cada noche salía al campo para identificar y conocer las estrellas, solía llevar conmigo unos binoculares y pasaba largas horas viendo el firmamento. Mi madre me regaló mi primer telescopio. Me formé como matemático y estudié complementos de astronomía posicional y astrofísica teórica, colaboré escribiendo artículos tanto en inglés como en español para tres revistas: «Sky and Telescope» (EE.UU.); «The Astronomer» (R.U.) y «Tribuna de Astronomía» (España) entre 1982 y 1988. Actualmente tengo 62 años y he realizado un posgrado sobre Historia de la Ciencia, su filosofía y lógica en la UNED y estoy prejubilado.

domingo, 16 de noviembre de 2025

[5] COEVOLUCIÓN. TRANSPORTES DE LUZ

 


Capítulo III: TRANSPORTES DE LUZ


Al final del sendero había lo que parecía ser una puerta sólida. Una rápida inspección reveló que no había forma visible de abrirla manualmente. Esperé un rato, casi esperando que se abriera automáticamente. Cuando se hizo bastante obvio que esto no iba a suceder, empecé a considerar mis opciones. 

Podía quedarme allí y esperar que alguien más pasara y usara la puerta, o podía alejarme y buscar a alguien que me la abriera. Considerando dónde estaba y con quién podría encontrarme en mi camino, esa idea no me pareció la opción más inteligente.

Mientras estos pensamientos me rondaban la cabeza, decidí extender la mano y pasarla por encima de la puerta. Quizás hubiera algún mecanismo que la abriera, aunque no pudiera verlo. Al hacerlo, me sobresalté al descubrir que ¡mi mano atravesó la puerta! De nuevo consideré mis opciones. Al final, me arriesgué y atravesé la puerta por completo.

Me encontraba ahora en una zona que me resultaba más familiar, ya que las extrañas estructuras de aspecto vítreo de antes habían sido sustituidas por un material menos translúcido, más parecido a plástico sólido que a otra cosa. Estaba en una habitación con muebles que parecían mesas y sillas.

Lo único que los diferenciaba notablemente era su aspecto redondeado y liso, sin esquinas puntiagudas. Incluso la habitación, si se le podía llamar así, era circular. Aparte de eso, sin duda lo más inusual de esta enorme habitación era el suelo. Al caminar sobre él, sentía como si mis pies no tocaran el suelo. Era una sensación un tanto inquietante, por no decir lo menos.

Había figuras al otro lado de este escenario y me dirigí hacia ellas con algo más de confianza que la última vez que vi figuras a lo lejos. En esta ocasión, parecían llevar el mismo tipo de traje de plástico que me habían puesto a mí.

Para mi alivio, también parecían tener proporciones más humanas que mi reciente acompañante.

«¡Bienvenido!» fue el mensaje que me vino a la cabeza, aunque, una vez más, no se había emitido ningún sonido.

«No te preocupes. Aquí no te pasará nada malo; al contrario».

Una mujer parecía estar comunicándose conmigo. Estaba de pie junto a un mueble parecido a una mesa sobre el que había algo que solo podría describirse como una pantalla circular tridimensional. Me resultaba vagamente familiar, ¡incluso sin pelo!

«Me llamo Millie», añadió.

Una vez más intenté hablar, pero no me salió la voz.

«No te esfuerces tanto, solo piénsalo», sugirió.

«¿Qué... estoy... haciendo... aquí?», logré articular, según me dijeron.

«Tienes suerte, creo», dijo Millie.

«¡Suerte!». No le vi la gracia.

—Bueno, te conocen —dijo—, de lo contrario no estarías aquí.

—Explícate... por favor —alcancé a decir.

—No, mejor dejo que lo hagan ellos. No tengo ni idea de por qué te quieren.

—Bueno... ¿dónde... es... aquí... entonces? —pregunté.

—Estás a bordo de una nave de luz, un transportador; bueno, es más complicado que eso —dijo, pero no dio más explicaciones—. Estoy aquí porque elegí estar, y debido al tiempo que llevo aquí, ya no puedo regresar... a la Tierra —añadió.

—¿Y yo? ¿Puedo regresar? —pregunté.

—Supongo que sí, pero no estoy segura. Solo el Guardián puede decírtelo.

—¿Por qué no regresaste? —pregunté.

—Decidí quedarme porque era lo que quería. Tengo mis razones, y más adelante, cuando estés más adaptado, te las contaré. Pero veo que aún hay mucho que quieres saber, y mi historia es larga, al menos demasiado larga para contársela ahora —concluyó Millie—.

—Este tal Guardián… ¿quién o qué es? —pregunté—.

—Bueno, hay más de uno, pero no sé cuántos. De hecho, son quienes dirigen la nave. No solo tienen un rango superior, sino que son bastante diferentes. Debo advertirte: los Guardianes no se parecen en nada a los modelos Mark 2, como los llamamos, los que viste al subir a bordo. Ellos solo se encargan de tareas generales. Estos Guardianes…o Ancianos, como a veces se les llama, son muy poderosos, pero no tienes por qué temerles.

—Si le pido a este Guardián que me devuelva, ¿crees que podría hacerlo? —pregunté de nuevo.

—Sí, creo que sí, pero no ahora —respondió Millie.

—¿Por qué no? No tengo ganas de quedarme —añadí rápidamente.

—Sobre todo porque probablemente estemos muy lejos de la Tierra ahora mismo, y tendrás que esperar al viaje de regreso.

—¿Viaje? —interrumpí.

—Sí, ese es el punto. Solo cuando entran en nuestra atmósfera puedes ser absorbida aquí. Para que te hagas una idea, es como ser absorbida por una señal de radio o, en tu generación, una señal de televisión, y luego escupida a la sala de visualización. Tuviste mala suerte de ser teletransportado aquí en un viaje de ida, a menos que, claro, lo hayan planeado así. A lo que me refería con viaje de regreso, si miras aquí... 

—Señaló el dispositivo tridimensional que había visto antes—. Ese pequeño punto de ahí probablemente sea nuestro Sol, y así supe que estábamos en un viaje de ida. Había estado siguiendo nuestro progreso justo antes de que llegaras. Una vez que salgamos de nuestro sistema, podrás ver tu otra cara, aunque solo sea por un breve instante. ¡Menuda sorpresa!

Lo sabrás cuando suceda, créeme, pero dejaré que ellos te expliquen de qué se trata. Entonces estaremos cerca de su base o planeta. Eso debería ser un espectáculo para ti, ya que es tu primera vez con nosotros —sugirió Millie—. Dijiste antes que no podías volver a casa ahora. ¿Por qué? —pregunté algo preocupado por la respuesta.

Simplemente ha pasado demasiado tiempo; demasiado tiempo en baja gravedad y baja presión atmosférica. Paso demasiado tiempo con uno de estos trajes que hacen todo el trabajo por mis órganos internos. Supongo que ese es el precio que se paga si uno quiere vivir más de cien años —dijo casi en broma—. ¿Cuánto tiempo tendré que esperar hasta que vuelvan? —pregunté con vacilación—. Bueno, no tanto como crees. Pero tendrás que preguntárselo a ellos —respondió Millie—. ¿Te esperaba alguien? ¿Te espera tu familia? —preguntó—. Bueno, esa también es una larga historia —respondí—, pero en resumen, no realmente.

Tengo algunos amigos en Auckland, pero no les dije exactamente cuándo llegaría; al menos eso creo. Todo parece haber ocurrido hace mucho tiempo, como en otra vida. ¿Estoy solo yo, o es normal que me sienta así? —pregunté.

Aunque estaba en medio de esta conversación con Millie, no sentía que fuera yo quien estuviera hablando. Miré a mi alrededor. «¿Cómo puede ser todo esto real?», me pregunté. «Hay gente aquí con trajes ajustados. Acabo de cruzar esa puerta maciza sin abrirla. Una mujer atractiva, casi desnuda, me estaba hablando en silencio. ¡Y ahora estoy aquí hablando con alguien que tiene unos cien años y no aparenta más de cuarenta! Mira esa pantalla: parece sacada de Star Trek o de cualquier otra película. Nunca he visto nada igual en mi vida».

«¿Sigues ahí?», preguntó Millie, interrumpiendo mi ensoñación. Como quería añadir antes, los Ancianos han estado experimentando con alguna forma de ingeniería genética en estos modelos Mark 2... bueno, en realidad son Mark 3 y Mark 4. A mi manera, les he ayudado con esto, pero no entraremos en detalles ahora. Estos seres están mucho más cerca de nuestra especie que el modelo Guardián, si se me permite decirlo así. Sin duda, todo esto te será explicado a su debido tiempo —me aseguró—.

¿Qué son estos trajes? —pregunté, pero en ese momento percibí una presencia que me habría puesto los pelos de punta, ¡si tuviera!

Al levantar la vista, me di cuenta de que nos acercaban tres alienígenas. El más alto se parecía a mi acompañante de antes. El segundo era un poco más bajo y, por lo que pude ver, era hombre. El tercero era más pequeño, mucho más pequeño, y caminaba delante de los otros dos.

Elle, a falta de una palabra mejor (porque su género no estaba nada claro), era de complexión delgada, con la cabeza redonda y unos ojos bastante inusuales, entrecerrados, bien separados y situados más abajo en la cabeza que los nuestros. Tenía la boca muy pequeña, pero no le vi ni orejas ni nariz. Su aspecto físico, sin embargo, era casi irrelevante, pues me invadió de inmediato una sensación casi abrumadora de su presencia.

No puedo decir que fuera hipnótica; al contrario. Era como si su energía se proyectara y fuera absorbida por mi cuerpo. No hay manera de que pueda describirles adecuadamente esta sensación con simples palabras.

Quienes hayan tenido esta experiencia sabrán a qué me refiero. Su comunicación conmigo también fue mucho más fuerte y clara que la que había experimentado con los demás. Aun así, no se trataba del «alienígena» del que había leído o visto ilustrado en diversas revistas y periódicos.

La estatura era la correcta —un metro veinte de altura, complexión delgada— pero ¿dónde estaban esos grandes ojos negros? ¡Quizás se había dejado las gafas de sol en casa!

Lo digo en broma, ¡pero más tarde se demostró que no andaba muy desencaminado!

—Bienvenidos —dijo—. Soy el guardián designado de esta sección. Si necesitan algo para que su estancia con nosotros sea más agradable, pídanlo y haré lo posible por proporcionárselo. El traje que les han dado les permitirá entendernos, y nosotros a ustedes.

Debió de leerme la mente al entrar en la habitación, pues acababa de preguntarle a Millie sobre los trajes.

—No hablamos como tal, como ya habrán notado. A veces, un mensaje sonoro verbal es necesario para la comunicación a larga distancia, o si queremos jugar un poco con sus astronautas terrestres.

Estoy seguro de que esbozó una leve sonrisa en ese momento, pero quizá me equivoqué. Continuó. No te preguntaré si deseas quedarte o regresar en este momento.

Espero que desees la oportunidad de adquirir más conocimiento y comprensión antes de tomar esa decisión. Hay cosas que no podemos contarte ahora. Espero que lo entiendas.

Sin embargo, tendrás la oportunidad de adquirir un conocimiento considerable sobre una amplia variedad de temas, incluyendo tu propia especie, antes de decidirte al respecto. No obstante, parte o la totalidad de este conocimiento podría serte arrebatado si decides dejarnos y regresar a tu planeta.

He asignado a Zeena 5 como tu asistente de comunicación y guía hasta que aprendas a orientarte por tu cuenta. Ella te indicará dónde puedes y no puedes ir, y responderá a la mayoría de las preguntas que sé que querrás hacer. Quizás te interese saber que Zeena 5 se ofreció voluntaria para esta misión. Saca tus propias conclusiones.

Se había marchado, dejando atrás a Zeena, antes de que pudiera asimilarlo todo. Nunca lo volví a ver.

—¿No nos hemos visto antes? —pregunté, solo para asegurarme de que era Zeena quien me había acompañado antes.

—Sí, más de una vez, pero no recordarás la primera —respondió Fue hace mucho tiempo.

Esta no era la respuesta que esperaba.

—Yo también deseo aprender de alguien como tú, así que aproveché esta oportunidad para hacerlo. Si quieres despedirte por ahora de tu nueva amiga, te mostraré mi segundo hogar, nuestro transportador.

No podía negarme, así que me despedí de Millie por el momento, luego me giré y seguí a Zeena fuera de la habitación.

¿Alguna vez has intentado hacer diez preguntas a la vez? Mi mente estaba trabajando horas extras. Debí de haber abrumado a Zeena con un montón de preguntas a la vez, a juzgar por su respuesta.

"Las responderé todas lo mejor que pueda, pero quizás una a una sea lo mejor", exclamó. "'En aproximadamente diez de tus días terrestres' es la respuesta a la pregunta que más te preocupa".

Ese dicho nunca había tenido una aplicación más literal, pues la pregunta que más me rondaba la cabeza era: "¿Cuándo podría volver a casa?".

Me di cuenta de que esto iba a ser bastante incómodo. Apenas se me ocurría un pensamiento, Zeena ya lo estaba leyendo. "Esto podría ser muy embarazoso, al menos para mí", pensé. No estaba seguro de si Zeena conocía el concepto de vergüenza.

"¿Y cómo debería sentirme si me sintiera avergonzada?", preguntó.

—Bueno, supongo que te costará ponerte roja —fue todo lo que se me ocurrió decir.

Tampoco tenía ni idea de si entendía nuestro humor terrícola. Su reacción sugería que no.

—¿Qué quiso decir Millie con ver mi otra faceta? —pregunté, cambiando de tema rápidamente.

—No creo que lo entiendas del todo ahora mismo —respondió Zeena. Hay mucho que explicar antes de responder a esa pregunta.

Baste decir por ahora que tu propia constitución, y la de todo lo que puedes ver, se divide en dos ciclos. El ciclo negativo o alternativo es desconocido en la Tierra, salvo por unos pocos, la mayoría de los cuales trabajan para el ejército. Este ciclo negativo puede desafiar todas las leyes de la física tal como las conoces y comprendes, incluyendo los viajes en el tiempo. ¿Quizás hayas oído hablar de la antimateria? Tu otro yo, tu otra parte, no es muy diferente de ese concepto. Pero no debes pensar que tienes antimateria dentro de ti. Verás, me resulta muy difícil, ya que aún no has adquirido los fundamentos de este conocimiento.

Pasamos de nuevo por la bolera, lo que me llevó a preguntarme otra cosa. ¿Para qué sirven estos otros pasillos?, pregunté.

—El tuyo no es el único planeta que visitamos de vez en cuando —respondió—,pero no puedo llevarte a ninguno de ellos, lo siento.

No quiso decir nada más al respecto.

—¿Por qué has venido a la Tierra? —pregunté con impaciencia.

—Una vez más, esa es una larga historia que con gusto te contaré a su debido tiempo, después de que te muestre las partes del transportador que podrás usar —fue su respuesta—. 

Millie dio a entender que tenía casi cien años, pero según los estándares terrestres no lo aparenta. ¿Puedes explicármelo? —pregunté—. Seguramente, tu nueva amiga no aparenta su edad terrestre porque no ha estado dentro de tu marco temporal terrestre desde que está con nosotros.

Si regresara a la Tierra, envejecería muy rápido hasta que su cuerpo alcanzara su edad correcta. El tiempo que ha pasado viajando en el tiempo con nosotros no se acumula, ya que está fuera de todas las leyes físicas. Pero tú ya lo sabes, porque estoy segura de lo que digo...

Zeena dudó como si fuera a decir algo más, pero no lo hizo.

—No todos sabemos estas cosas en mi planeta —respondí, como un colegial al que su profesor acaba de regañar por estar distraído en clase.

—No creas que te he sobreestimado, porque, repito, estoy segura de lo que digo —continuó, como si le estuviera ocultando algo.

Esta actitud me desconcertó bastante, pues se suponía que yo no debía saber sobre viajes en el tiempo. Pensé que lo mejor era dejar el tema donde estaba.







[4] COEVOLUCIÓN. FANTASMAS EN LA MÁQUINA

 

Capítulo II:      FANTASMAS EN LA MÁQUINA


Eran aproximadamente las diez de la mañana de un día en mitad del verano cuando emprendí este viaje. Recuerdo la primera parte demasiado bien y no necesito que me la recuerden ni sueños ni ninguna otra influencia externa. El tiempo era aceptable cuando salí de Rotorua, pero mi ruta me llevó a través de una zona montañosa escarpada y a mayor altitud comenzó a caer una fina llovizna.

Quienes hayan sufrido un divorcio no necesitarán que les explique qué se siente; quienes no, tal vez quieran creerme. En cualquier caso, ¡no se desea abandonar a tu esposa tras dieciséis años de matrimonio y a un hijo adolescente de catorce sin que tenga un efecto terrible en todo el cuerpo! Me sentía entumecido, enfermo y, como dije antes, aturdido. Realmente sentía que tenía dos partes: una interna y otra externa. La parte interna era pesada, muy pesada; la externa parecía moverse a cámara lenta, evaluando las opciones. Aquí no había pensamientos profundos; solo se barajaban opciones, como tirarme del primer acantilado que encontrara, ¡o debajo de un camión enorme!

El tiempo parecía estar en la misma sintonía, pues lo que al principio era una lluvia ligera y nubes bajas se había convertido en una espesa e inusual niebla para la hora que era. Parecía adherirse al coche como si intentara retenerlo. ¿Acaso comprendía mi estado de ánimo o leía mi mente? En realidad no quería irme de allí, aunque sabía que tenía que hacerlo. Si mi otro yo estuviera pidiendo auxilio, ¡sospecho que se habría escuchado en la galaxia más lejana! Quizá sí.

Estaba a mitad de camino por esta zona montañosa, la carretera era bastante sinuosa además de mojada y resbaladiza. La visibilidad no alcanza los 50 o 100 metros. Era casi como estar sumido en un sueño. Cada vez me resultaba más difícilconcentrarme en la carretera, pero no me importaba. Lentamente, me invadió una sensación aún más extraña. La mejor descripción que puedo dar es que sentí como si me sumergieran en un pegamento que se secaba lentamente. Mi visión se nubló y el volante comenzó a vibrar en mis manos. Tenía la vaga sensación de que la carretera misma vibraba. 

Entonces me llevé el susto de mi vida. El volante pareció bloquearse por completo. Por un segundo, la confusión reinó sobre si la dirección se había atascado o si estaba paralizado. No había tiempo para debatir el asunto, pues una gran pared rocosa se alzaba frente a mí y parecía imposible evitar el impacto.

Esto es todo lo que recuerdo del viaje en sí, en una realidad que podría describirse como convencional, aparte de mi llegada a Auckland diez días después. Lo que sucedió durante esos diez días de "tiempo perdido" es algo que ahora me gustaría compartir con ustedes. 

Habiendo atravesado prácticamente el acantilado, me encontré sin coche y, lo que es peor, ¡sin cuerpo! Estaba en un estado de ingravidez. Era como ser pasado por un colador. Todas las partes sólidas parecían haber desaparecido, pero aún tenía la sensación de poder caminar, o de tener que caminar para llegar a algún sitio. Lo complicado era que no parecía haber ninguna parte de mí tocando el suelo ¡si es que había suelo!

Al mirar hacia abajo, noté que predominaba una sustancia vítrea o helada. Este suelo helado tenía un aspecto blanquecino, como iluminado desde abajo. Tuve la impresión de que hacía frío, pero no estaba seguro de tener la capacidad de percibir la temperatura. Esto era curioso, porque también parecía haber calor, quizá emanando del anillo de luz azul suave que parecía rodearme, aunque esta fuente de luz parecía estar a cierta distancia. En esta etapa, supuse que era posible moverme por este piso.

Al poco tiempo, descubrí que podía viajar en cualquier dirección simplemente mirando hacia donde quería ir y empujando hacia adelante con lo que habría sido mi cabeza, si hubiera tenido una. Mientras hacía esto, sentía pequeñas sensaciones de hormigueo, similares a la descarga estática de los materiales sintéticos, pero menos intensas. No tengo idea de cuánto tiempo me tomó descubrir esto; ni cuánto tiempo pasó mientras permanecía allí suspendido, creyendo que estaba solo en lo que parecía un reino infinito de suave luz azul.

Finalmente, y muy probablemente porque me estaba aclimatando a la baja luminosidad y a las demás transformaciones que mi cuerpo pudiera estar experimentando, pude distinguir algunas entidades fantasmales moviéndose a lo lejos. Parecía que tenían un tenue brillo dorado. Miré hacia abajo para ver si había alguna similitud entre ellos y yo, pero era difícil estar seguro. Me envolvía una bruma que me impedía mirar hacia abajo con claridad. Era difícil saber si acercarme o alejarme de esas entidades lejanas. Decidí pecar de precavido, al menos por un tiempo más. 

Con el paso del tiempo, me resultó más fácil ver, casi como si una niebla se disipara a mi alrededor. Otros objetos distantes se enfocaron o se hicieron visibles con mayor detalle. Uno de ellos era el anillo de luz azul que había estado observando desde que apareció entre la bruma. Rodeaba toda la zona en la que me encontraba. En ese momento no había forma de saber con certeza qué tan grande era, pero creo que cabría un campo de fútbol, o incluso dos, dentro de él. Sin duda, este anillo de luz azul era el responsable de la neblina azulada que había aparecido antes.

Ahora podía ver claramente que lo que al principio parecía un movimiento circular de esa luz era un engaño, algo así como un letrero de neón que parpadeaba alternativamente, dando la apariencia de moverse en una dirección determinada. Creí detectar un ligero olor a ozono, como si el aire se hubiera ionizado, así como ese olor a carbono que emiten los motores eléctricos al funcionar. Incluso podía «saborearlo». ¡Y todo esto sin la aparente ayuda de la nariz ni la boca! No oía ningún ruido, ¡pero quizá no tenía oídos para oír!

«Parece que lo estoy asimilando muy bien», fue lo último que pensé antes de sentir claramente que alguien me tocaba el hombro. Al girarme, me encontré cara a cara con dos de las entidades fantasmales.

Durante todo este procedimiento, si no me equivoco al llamarlo así, reinaba una atmósfera de completa tranquilidad. Por eso, no recuerdo haberme sorprendido ni sobresaltado por nada de lo que vi. Esto puede explicar por qué me pareció perfectamente lógico seguir a estas entidades, aunque no recuerdo que se pronunciara ninguna palabra.

Si los choques culturales eran el pan de cada día, ¡aún no habían terminado! Al atravesar el anillo de luz neón que parecía rodearnos, recuperé repentinamente un cuerpo normal, al igual que las demás entidades; o al menos eso creí en ese momento. Parecía haber habido algún tipo de pérdida de tiempo y, muy probablemente en ese momento, otras cosas de las que no era consciente me habían sucedido. Fue un poco vergonzoso darme cuenta de que mi ropa no me había acompañado en el viaje.

Pero sin duda era el «yo» al que me había acostumbrado durante los últimos cuarenta años. La cuestión, entonces, era si sentir alivio o no al encontrar un cuerpo aún unido. Después de todo, lo que parecían solo minutos antes, ¡había estado contemplando la posibilidad de acabar con todo! ¡Ahora estaba totalmente confundido sobre si lo había logrado o no!

Las dos criaturas humanoides a las que seguí parecían ser mujeres; o, mejor dicho, ¡tenían todas las partes que tenían las mujeres con las que había estado en contacto recientemente! ¡Y todas parecían estar en el lugar correcto! Si me permiten decirlo, era muy difícil no fijarse en ellas, pues aunque no estaban desnudas como yo, solo llevaban lo que parecía una especie de recubrimiento de plástico o un traje muy ajustado. Lo digo ahora, pero en aquel momento no tenía forma de saber qué era lo que realmente estaba viendo. Podría haber sido una cubierta de plástico o simplemente su piel coloreada. Sus cuerpos enteros, de la cabeza a los pies, eran de un color azul grisáceo claro.

La cobertura, desde luego, no dejaba nada a la imaginación.Recuerdo que en aquel momento me resultó bastante reconfortante. En medio de aquel entorno tan extraño y ajeno, ellas, dejando de lado su color, me resultaban al menos vagamente familiares. Tenían otras características inusuales y dignas de mención, como la ausencia de vello en cualquier parte de su cuerpo y una cabeza y unos ojos algo desproporcionado y grande para lo que yo consideraría normal en un humano.

Una de las entidades se movió hacia lo que parecía un armario de cristal transparente, indicando que quería que entrara. Al hacerlo, se ajustó hasta la altura de mi barbilla. Al mismo tiempo, algo más descendió desde arriba, pero no pude verlo con claridad. De nuevo sentí ese familiar aroma a carbono producido por un campo magnético. Entonces, al mirar hacia abajo, descubrí que yo también había adquirido un traje de piel de plástico y tenía una apariencia azul grisácea. 

De esto deduje que mis compañeras podrían tener un color de piel similar al mío debajo de sus trajes. Curiosamente, ahora no tenía vello corporal. No me quedaba muy claro qué sucedería si quisiera ir al baño; quizás no lo necesitara a partir de ese momento. 

Más tarde, esto resultó ser una buena suposición. No había forma de saber si la piel de plástico cubría mi cabeza como la de ellas, y no había ningún espejo a mano. Además, era imposible tocar el traje por completo. En la práctica, no estaba allí, pero me daba total libertad de movimiento. 

Los humanoides (la verdad es que no sabía cómo llamarlos) eran más bajos que yo. Me llegaban a la barbilla, lo que, pensándolo bien, los haría medir entre 1,45 y 1,52 metros de altura.

Una era ligeramente más alta que la otra. Me recordaban a niños más que a adultos, al menos por su estatura. Hasta entonces, había estado demasiado confuso para intentar comunicarme con estos seres, y ni siquiera sabía cómo hacerlo. Aunque había recuperado mi cuerpo, no había manera de que pudiera emitir ningún sonido. Finalmente, una de ellas se puso en contacto conmigo. La más alta de las dos, de alguna manera, me hizo creer que, si quería seguirla, me llevaría a un lugar donde me sentiría más cómodo y podría comunicarme con otros de mi época. No estaba seguro de a qué se refería, pero supuse que hablaba sobre mi edad.

Hay dos maneras de describir a esta criatura que tenía delante. Si yo estuviera muerto, podría ser un ángel, aunque sin alas. (¡Si eso significaba que había ascendido o descendido, no lo sabía!). Si no era un ángel, entonces ¿qué era? ¿Un extraterrestre? Esta sería la opción más difícil de comprobar, pensé. Al fin y al cabo, ¿cómo debería o es un extraterrestre? Ella desde luego no se parecía en nada a las descripciones que había visto y leído en alguna que otra revista o tabloide dominical.

Estas fuentes describían a extraterrestres de apenas un metro veinte de altura o menos, en su mayoría con cabezas enormes y ojos negros muy grandes casi sin nariz ni boca ni orejas, y con brazos y piernas delgados como palillos. 

Aparte de su baja estatura, esta criatura hermosa (me atrevo a decir) medía casi metro y medio, con unos cautivadores ojos azules violáceos ligeramente más separados de lo habitual y rasgados hacia afuera con un aspecto casi oriental, pero mucho más grandes, similares a los representados en las pinturas murales egipcias.

Tenía un rostro de rasgos delicados con aspecto travieso, una mandíbula estrecha y una boca y labios pequeños pero bien definidos. Su cuello era algo más largo de lo habitual para su estatura, pero sus hombros caídos lo acentuaban. Fijándome en su cuerpo, encontré un par de pechos pequeños y perfectamente formados, seguidos de una cintura muy fina. Sus caderas eran algo más estrechas de lo que cabría esperar en una mujer madura; más bien infantiles, quizá. Tenía manos finas, de dedos largos y cinco dedos, y piernas de aspecto frágil, más propias de una niña pequeña. Su cabeza era un poco más grande y redonda en la parte posterior, pero no tenía nada que impidiera que pareciera puramente terrestre.

Imagino que, con algo de maquillaje, podría caminar por la calle sin que nadie la mirara dos veces. Sin embargo, su traje me recordaba constantemente que también parecía ser mujer en cada detalle íntimo y en plena conformidad con las tradiciones terrenales. Sus movimientos eran suaves y gráciles; la mejor descripción para ellos y para ellas es que son gente menuda.

Más tarde supe que su apariencia no era lo único extraordinario que había en ella. Siguiéndola, llegamos a una zona que parecía una bolera. Tenía una decena de pasillos que partían de un suelo semitransparente. Se percibía una extraña resistencia en la mayoría de los pasillos, pero no en el último. Fue en este donde nos detuvimos.

—Quizás quieras relacionarte con algunos de tus congéneres aquí dentro —dijo, sin concretar—. Volveré pronto con algunas instrucciones útiles de mi guardián.

Resultó ser un mensaje transmitido telepáticamente y aunque no lo supe en ese momento. Y no es de extrañar, pues en lo que a lenguaje se refiere, este, que yo sepa, no se parecía en nada a ningún otro lenguaje que este planeta haya conocido jamás, salvo una excepción.

Siguió su camino sin mirar atrás, dejándome algo aturdido y parado en la encrucijada del sendero que conducía al último callejón. En ningún momento de mi interacción con estas criaturas recibí ninguna orden directa; solo sugerencias. Reflexioné sobre lo que podría suceder si decidiera tomar otro callejón, pero luego decidí que la discreción era, sin duda, mejor que la valentía y me dirigí por el sendero de cristal, como ella me había sugerido.

Todavía no comprendía del todo lo que había sucedido o seguía sucediéndome. El hecho de que me hubieran dejado sola en un lugar extraño sin un guardia significaba que o confiaban en mí o había poco que yo pudiera hacer que les preocupara; probablemente lo segundo.

«Esto solo podía ser un sueño, ¿qué otra cosa podría ser?», pensé, intentando tranquilizarme. Por la mañana despertaría en casa como siempre con la familia, y lo único que tendría sería un vago recuerdo de todo aquello.

«¿Su tutor?». Mi mente volvía a la situación presente.

«Me pregunto qué significará eso. Parece algo serio».



[10] LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN. Julio 1962. AL ENCUENTRO DE MESCALITO.

 


Viernes, 6 de julio de 1962 

Don Juan y yo iniciamos un viaje el sábado 23 de junio, al atardecer. Dijo que íbamos a buscar honguitos por el estado de Chihuahua. Dijo que sería un viaje largo y duro. Tenía razón. 

Llegamos a un pequeño pueblo minero en el norte de Chihuahua a las 10 de la noche del miércoles 27 de junio. Caminamos desde el sitio donde estacioné el coche, en las afueras del pueblo, hasta la casa de sus amigos, un indio tarahumara y su esposa. 

Allí dormimos. A la mañana siguiente, el hombre nos despertó a eso de las cinco. Nos llevó atole y frijoles. Tomó asiento y habló con don Juan mientras comíamos, pero nada dijo sobre nuestro viaje. 

Después del desayuno, el hombre puso agua en mi cantimplora y dos panes de dulce en mi mochila. Don Juan me entregó la cantimplora, se colgó la mochila a la espalda con un cordón, agradeció al hombre su cortesía y, volviéndose hacia mi, dijo: 

-Es hora de irse. 

Anduvimos cosa de kilómetro y medio sobre el camino de tierra. Después cortamos a través de los campos, y en dos horas nos hallamos al pie de los cerros al sur del pueblo. 

Ascendimos las suaves laderas en dirección suroeste aproximada: Cuando llegamos a las pendientes más abruptas, don Juan cambió de dirección y seguimos hacia el este, sobre un valle alto. 

Pese a su avanzada edad, don Juan mantenía un paso tan increíblemente rápido que al mediodía yo estaba agotado por completo. 

Nos sentamos y él abrió el saco de pan. 

-Puedes comer todo si quieres -dijo-

-¿Y usted? 

-No tengo hambre, y después no necesitaremos esta comida.

Yo estaba muy cansado y hambriento y acepté su oferta. Sentí que aquél era un buen momento para hablar sobre el propósito de nuestro viaje, y como incidentalmente pregunté: 

-¿Piensa usted que nos quedaremos aquí mucho tiempo? 

-Estamos aquí para juntar un poco de Mescalito. Nos quedaremos hasta mañana 

-¿Dónde está Mescalito? 

-Todo alrededor es Mescalito. 

Cactos de muchas especies crecían en profusión por toda la zona, pero no pude ver peyote entre ellos. Echamos a andar de nuevo y a eso de las 3 llegamos a un valle largo y angosto, con empinadas colinas a los lados. 

Me sentía extrañamente excitado ante la idea de hallar peyote, que nunca había visto en su medio natural. Entramos en el valle, y hemos de haber caminado unos pocos metros más cuando de pronto localicé tres inconfundibles plantas de peyote. 

Lophophora williamsii (Peyote) o Mescalito -Este cactus esta hoy en peligro de extinción y goza de una especial protección en México-

Estaban agrupadas, unos centímetros por encima del terreno frente a mí, a la izquierda del sendero. Parecían rosas verdes redondas y pulposas. Corrí hacia ellas, señalándolas a don Juan. El no me hizo caso y deliberadamente me dio la espalda al alejarse. 

Me di cuenta que había hecho lo que no debía, y durante el resto de la tarde caminamos en silencio, cruzando despacio el suelo llano del valle, cubierto de piedras pequeñas y agudas. Pasábamos entre los cactos, espantando multitudes de lagartijas y a veces un pájaro solitario. 

Y dejé atrás veintenas de plantas de peyote sin decir una palabra. A las 6 estábamos al pie de las montañas que marcaban el final del valle. Trepamos a una saliente. Don Juan dejó su saco y se sentó. 

Yo tenía hambre de nuevo, pero no nos quedaba comida; sugerí que recogiéramos el Mescalito y volviéramos al pueblo. Pareció molestarse y chasqueó los labios. Dijo que íbamos a pasar la noche allí. Permanecimos sentados en silencio. Había una pared de roca a la izquierda, y a la derecha estaba el valle recién atravesado. Se extendía una distancia considerable y parecía ser más ancho y menos llano de lo que yo pensaba. 

Desde esta perspectiva, se le veía lleno de cerritos y protuberancias. 

-Mañana echamos a andar de regreso -dijo don Juan sin mirarme y señalando el valle. 

Caminamos de vuelta y lo recogemos al cruzar el campo. Es decir, lo recogeremos sólo cuando se nos presente en nuestro camino. El nos encontrará y no al revés. El nos encontrará . . . si quiere. 

Don Juan se reclinó contra el farallón y, con la cabeza vuelta hacia un lado, continuó hablando como si hubiera allí otra persona aparte de mi. 

-Otra cosa. Sólo yo puedo recogerlo. Tú a lo mejor puedas cargar la bolsa, o caminar delante de mi; todavía no sé. Pero mañana ¡no vayas a señalarlo como hiciste hoy! 

-Lo siento, don Juan. -Está bien. No sabías. 

-¿Le enseñó su benefactor todo esto sobre Mescalito? 

-¡No! Nadie me ha enseñado sobre él. Mi maestro fue el mismo protector. 

-¿Entonces mescalito es como una persona con quien se puede hablar? 

-No, no es. 

-¿Entonces cómo enseña? Permaneció callado un rato. -¿Te acuerdas de la vez que jugaste con él? Entendiste lo que quería decir, ¿no? -¡SI! -Así enseña. No lo sabías entonces, pero si le hubieras prestado atención te habría hablado. 

-¿Cuándo? 

-Cuando lo viste por primera vez. Parecía muy molesto por mis preguntas. Le dije que tenia que preguntar todo esto porque deseaba averiguar cuanto pudiese. 

-¡No me preguntes a mí! -sonrió con malicia-. Pregúntale a él. La próxima vez que lo veas, pregúntale todo lo que quieres saber. 

-Entonces Mescalito es como una persona con quien se puede . . . No me dejó terminar. Se dio vuelta, recogió la cantimplora, bajó de la saliente y desapareció al rodear la roca. 

Yo no quería estar allí solo, y aunque no me había pedido acompañarlo fui tras él. Caminamos unos ciento cincuenta metros hasta un arroyuelo. Se lavó manos y cara y llenó la cantimplora. Hizo buches de agua, pero no la tragó. 

Saqué un poco de agua en el hueco de mis manos y bebí, pero él me detuvo y dijo que era innecesario beber. Me dio la cantimplora y echó a andar de regreso a la saliente. Al llegar volvimos a sentarnos mirando el valle, de espaldas contra el farallón. Pregunté si podíamos encender un fuego. Reaccionó como si fuera inconcebible preguntar tal cosa. Dijo que por esa noche éramos huéspedes de Mescalito y que él nos daría calor.

Ya anochecía. Don Juan extrajo de su saco dos delgadas cobijas de algodón, echó una en mi regazo y, con la otra sobre los hombros, se sentó cruzando las piernas. Abajo, el valle estaba oscuro, sus contornos ya difusos en la bruma del atardecer.

Don Juan estaba inmóvil, encarando el campo de peyote. Un viento continuo soplaba en mi rostro.

-El crepúsculo es la raja entre los mundos -dijo él suavemente, sin volverse hacia mí.

No pregunté qué quería decir. Mis ojos se cansaron. De súbito me sentí exaltado, tenía un deseo extraño y avasallador de llorar.

El crepúsculo es la raja entre los mundos

Me acosté boca abajo. El piso de roca era duro e incómodo y yo tenía que cambiar de postura cada pocos minutos. Finalmente me senté y crucé las piernas, poniendo la cobija sobre mis hombros. Para mi sorpresa, tal posición era perfectamente cómoda, y me quedé dormido.

Al despertar, oía a don Juan hablarme. Estaba muy oscuro. No podía verlo bien. No comprendí qué cosa decía, pero le seguí cuando empezó a descender de la saliente. Nos desplazamos cuidadosamente, o al menos yo, a causa de la oscuridad. Nos detuvimos al pie del farallón. 


Don Juan tomó asiento y con una seña me indicó sentarme a su izquierda. Desabotonó su camisa y sacó una bolsa de cuero, la cual abrió y colocó en el suelo frente a él. Contenía botones secos de peyote.

Tras una pausa larga tomó uno de los botones. Lo sostuvo en la mano derecha, frotándolo varias veces entre pulgar e índice mientras canturreaba suavemente. De pronto dejó escapar un grito tremendo

-¡Aíííí!

Fue sobrecogedor, inesperado. Me aterró. Vagamente lo vi poner el botón de peyote en su boca y empezar a mascarlo. Tras un momento recogió el saco, se inclinó hacia mí y me susurró que tomara el saco, cogiera un mescalito, volviera a poner el saco frente a nosotros, y luego hiciera exactamente lo que él.

Tomando un botón de peyote, lo froté como él había hecho. Mientras tanto, don Juan canturreaba, oscilando a un lado y a otro. Traté varias veces de meter el botón en mi boca, pero me avergonzaba gritar. Entonces, como en un sueño, un alarido increíble salió de mí: ¡Aíííí! Por un momento pensé que se trataba de alguien más. De nuevo sentí en el estómago los efectos de un shock nervioso. Estaba cayendo hacia atrás. Me estaba desmayando. Metí en mi boca el botón de peyote y lo masqué. Tras un rato don Juan tomó otro de la bolsa. 

Me sentí aliviado al ver que lo ponía en su boca tras un canturreo corto. Me pasó la bolsa, y volvía dejarla frente a nosotros después de sacar un botón. Este ciclo se repitió cinco veces antes de que yo notara algo de sed.

Recogí la cantimplora para beber, pero don Juan me dijo que sólo me lavara la boca, y que no bebiera porque vomitaría. Agité repetidamente el agua dentro de mi boca. En determinado momento la tentación de beber fue formidable, y tragué un poco. Inmediatamente mi estómago empezó a convulsionarse. Esperaba yo un fluir indoloro y fácil, como durante mi primera experiencia con el peyote, pero para mi sorpresa tuve sólo la sensación común de vomitar. No duró mucho, sin embargo.

Don Juan cogió otro botón y me entregó la bolsa, y el ciclo se renovó y repitió hasta que hube mascado catorce botones. Para entonces, todas mis sensaciones iniciales de sed, frío e incomodidad habían desaparecido. En su lugar tenía una novedosa sensación de tibieza y excitación. Tomé la cantimplora para refrescarme la boca, pero estaba vacía.

-¿Podemos ir al arroyo, don Juan?

En vez de proyectarse hacia afuera, el sonido de mi voz pegó en el velo del paladar, rebotó hacia la garganta y resonó entre ambos en una y otra dirección. El eco era suave y musical, y parecía aletear dentro de mi garganta. El roce de las alas me apaciguaba. Seguí sus movimientos de ida y vuelta hasta que desapareció.

Repetí la pregunta. Mi voz sonó como si me hallase hablando dentro de una bóveda. Don Juan no respondió. Me levanté y me volví en dirección del arroyo, Lo miré para ver si venía, pero él parecía escuchar algo atentamente.

Hizo un ademán imperativo de guardar silencio.

-¡Abuhtol [?] ya está aquí! -dijo.

Yo nunca había oído esa palabra, y meditaba si preguntarle sobre ella cuando percibí un ruido que parecía ser un zumbido dentro de mis orejas. El sonido se hizo gradualmente más fuerte, hasta semejar la vibración causada por un enorme zumbador. 

Duró un momento breve y se fue apagando hasta que todo estuvo otra vez en silencio. La violencia y la intensidad del ruido me aterraron. Temblaba tanto que apenas podía permanecer en pie; sin embargo, mi estado era perfectamente racional. Si unos minutos antes me hallaba soñoliento, esta sensación había desaparecido por entero, dando paso a una lucidez extrema. 

El ruido me recordó una película de ficción científica en que las alas de una abeja gigantesca zumbaban al salir de un área de radiación atómica. Reí de la idea. Vi a don Juan reclinarse para recuperar su postura relajada. Y de pronto volvió a acosarme la imagen de una abeja gigantesca. La imagen era más real que los pensamientos comunes. 

Estaba sola, rodeada de una claridad extraordinaria. Todo lo demás fue expulsado de mi mente. Este estado de claridad mental, sin precedente en mi vida, produjo otro momento de terror.

Empecé a sudar. Me incliné hacia don Juan para decirle que tenía miedo. Su rostro estaba a unos centímetros del mío. Me miraba, pero sus ojos eran los ojos de una abeja. Parecían anteojos redondos, con luz propia en la oscuridad. Sus labios formaban una trompa y de ellos surgía un ruido acompasado: "Pehtuh-peh-tuh-peh-tuh." Salté hacia atrás, casi chocando contra el muro de roca.

Durante un tiempo, al parecer infinito, experimenté un miedo insoportable. Jadeaba y gemía. El sudor se había congelado sobre mi piel, dándome una rigidez incómoda. Entonces oí la voz de don Juan diciendo:

-¡Levántate! ¡Muévete! ¡Levántate!

La imagen se desvaneció y de nuevo pude ver su rostro familiar.

-Voy por agua -dije tras otro momento interminable. Mi voz se quebraba. Apenas me era posible articular las palabras. Don Juan asintió. Mientras me alejaba, advertí que el miedo se había ido en forma tan rápida y misteriosa como su llegada.

Al acercarme al arroyo noté que podía ver cada objeto en el camino. Recordé que acababa de ver claramente a don Juan, cuando antes apenas podía distinguir sus contornos. Me detuve y miré la distancia, y pude ver incluso el otro lado del valle. Algunos peñascos que había allí se hicieron perfectamente visibles. Pensé que debería ser de madrugada, pero se me ocurrió que tal vez hubiera perdido la noción del tiempo. Miré mi reloj. ¡Eran las 12 :10! Revisé el reloj para ver si estaba funcionando. No podía ser mediodía: ¡tenía que ser medianoche! Planeaba correr por el agua y volver a las rocas, pero vi acercarse a don Juan y lo esperé. Le dije que podía ver en la oscuridad.

El se quedó mirándome largo rato sin decir palabra; si acaso habló, no lo oí, pues me hallaba concentrado en mi nueva y única capacidad de ver en lo oscuro. Podía distinguir los guijarros minúsculos en la arena. En momentos todo estaba tan claro que parecía ser madrugada o atardecer. Luego se oscurecía; luego se aclaraba de nuevo. Pronto advertí que la luminosidad correspondía a la diástole de mi corazón, y la oscuridad a la sístole. El mundo se hacía brillante y oscuro y brillante de nuevo con cada latido de mi corazón.

Estaba absorto en este descubrimiento cuando el extraño sonido que había oído antes se hizo audible otra vez. Mis músculos se tensaron.

-Anuhctal [según oí la palabra en esta ocasión] está aquí -dijo don Juan. Yo imaginaba el bramido tan atronante, tan avasallador, que nada más importaba. Cuando amainó, percibí un aumento súbito en el volumen de agua. El arroyo, que un minuto antes había tenido una anchura de menos de treinta centímetros, se expandió hasta ser un lago enorme. Luz que parecía venir de encima de él tocaba la superficie como brillando a través de follaje espeso. De tiempo en tiempo el agua cintilaba un segundo: dorada y negra. Luego quedaba oscura, sin luz, casi fuera de vista y sin embargo extrañamente presente.

No recuerdo cuánto tiempo permanecí allí, nada más que observando, acuclillado a la orilla del lago negro. El rugido debió de calmarse mientras tanto, pues lo que me hizo regresar con violencia (¿a la realidad?) fue otro zumbido aterrador. Me volví para buscar a don Juan. Lo vi trepar y desaparecer tras la saliente de roca. Sin embargo, el sentimiento de estar solo no me molestaba en absoluto; reposaba allí en un estado de abandono y confianza totales. El bramido se hizo audible de nuevo; era muy intenso, como el ruido causado por un viento alto. Escuchándolo con todo el cuidado posible, logré reconocer una melodía definida. Era un conglomerado de sonidos agudos, como voces humanas, acompañado por un tambor bajo, grave. 

Enfoqué toda mi atención en la melodía, y nuevamente noté que la sístole y la diástole de mi corazón coincidían con el sonido del tambor y con la pauta de la música. Me levanté y la melodía cesó. Traté de escuchar mi corazón, pero el latido no era localizable. Me acuclillé de nuevo, pensando que acaso la posición de mi cuerpo había causado o inducido los sonidos. ¡Pero nada ocurrió! ¡Ni un sonido! ¡Ni siquiera mi corazón! Pensé que ya era bastante, pero al ponerme en pie para marcharme sentí un temblor de tierra. El suelo bajo mis pies se estremecía. Perdí el equilibrio. Caí hacia atrás y quedé bocarriba mientras la tierra se sacudía con violencia. Traté de aferrar una roca o una planta, pero algo se deslizaba debajo de mí. Me incorporé de un salto, estuve de pie un momento y volví a caer. El terreno donde me hallaba se movía, deslizándose hacia el agua como una balsa. Permanecí inmóvil, atontado por un terror que, como todo lo demás, era único, ininterrumpido y absoluto.

Surqué las aguas del lago negro encaramado en un fragmento de la ribera que parecía un tronco de barro. Tenía la sensación de ir más o menos hacia el sur, transportado por la corriente. Podía ver el agua moverse y arremolinarse en torno mío. Se sentía fría al tacto, y curiosamente pesada. La imaginé viva.

No había orillas ni puntos de referencia discernibles, ni puedo evocar las ideas o sentimientos que debieron de asaltarme durante aquel viaje. Tras lo que parecieron horas de ir a la deriva, mi balsa dio un viraje en ángulo recto hacia la izquierda, el este. Siguió deslizándose sobre el agua por una distancia muy corta, e inesperadamente chocó contra algo. El golpe me aventó hacia adelante.

Cerré los ojos y sentí un dolor agudo al golpear el suelo con las rodillas y con los brazos extendidos. Después de un momento, alcé la mirada. Yacía sobre el polvo. Era como si mi tronco de barro se hubiese fundido con la tierra. Me senté y volví la cara. ¡El agua retrocedía! Se desplazaba hacia atrás, como una ola en la resaca, hasta desaparecer.

Quedé allí sentado largo tiempo, tratando de organizar mis pensamientos y de integrar en una unidad coherente todo lo ocurrido. Mi cuerpo entero estaba adolorido. Sentía la garganta como una llaga viva; me había mordido los labios al "desembarcar". Me incorporé. El viento me dio conciencia de tener frío, Mi ropa estaba mojada. Las manos y quijadas y rodillas me temblaban con tal violencia que hube de acostarme nuevamente. Gotas de sudor resbalaban a mis ojos, quemándolos hasta hacerme gritar de dolor.

Tras un rato recobré en cierta medida la estabilidad y me levanté. En el crepúsculo oscuro, la escena era muy clara. Di unos pasos. Me llegó distintamente el sonido de muchas voces humanas.

Parecían estar hablando alto. Seguí el sonido; caminé menos de cincuenta metros y me detuve de pronto. Había llegado al final del camino. El sitio donde me hallaba era un corral formado por grandes peñascos. Podía yo distinguir otra fila, y otra, y otra, hasta que se fundían con la montaña empinada. De entre ellos surgía la música más exquisita. Era un fluir sonoro ágil, constante, extraño.

Al pie de un peñasco vi a un hombre sentado en el suelo, con el rostro vuelto casi de perfil. Me acerqué hasta hallarme quizá a tres metros de él; entonces volvió la cabeza y me miró. Me detuve: ¡sus ojos eran el agua que yo acababa de ver! Tenían el mismo volumen enorme, el cintilar de oro y negro. La cabeza del hombre era puntiaguda como una fresa; su piel era verde, salpicada de innumerables verrugas. A excepción de la forma en punta, su cabeza era exactamente como la superficie de la planta del peyote. Me quedé inmóvil, mirándolo; no podía apartar los ojos de él.

Sentí que me estaba presionando deliberadamente el pecho con el peso de sus ojos. Me ahogaba. Perdí el equilibrio y me desplomé. Sus ojos se desviaron. Oí que me hablaba. Al principio su voz fue como el manso crujir de una brisa ligera. Luego la percibí como música -como una melodía cantada- y "supe" que estaba diciendo:

-¿Qué quieres?

Me arrodillé frente a él y hablé de mi vida. Luego lloré. Me miró de nuevo. Sentí que sus ojos tiraban de mi y pensé que ese sería el momento de mi muerte. Me hizo seña de acercarme. Vacilé un segundo antes de dar un paso. Mientras me acercaba, él apartó de mí los ojos y me enseñó el dorso de su mano. La melodía dijo: "¡Mira!" En medio de la mano había un agujero redondo.

"¡Mira!", dijo otra vez la melodía. Me asomé al agujero y me vi a mí mismo. Estaba muy viejo y débil y corría encorvado; chispas brillantes volaban en todo mi derredor. Luego tres de las chispas me golpearon, dos en la cabeza y una en el hombro izquierdo. Mi figura, en el agujero, se irguió por un momento hasta hallarse totalmente en vertical, y luego desapareció junto con el hoyo.

Mescalito volvió de nuevo los ojos a mí. Estaban tan cerca que yo los "oía" retumbar suavemente con ese sonido peculiar tantas veces oído esa noche. Fueron apaciguándose hasta ser como un estanque quieto, ondulado por destellos de oro y negro.

Apartó los ojos una vez más y, saltando como grillo, se alejó cosa de cincuenta metros. Saltó otra y otra vez, y desapareció en la lejanía.

Lo siguiente que recuerdo es haber echado a andar. Muy racionalmente, traté de reconocer puntos de referencia, tales como montañas en la distancia, para orientarme. Durante toda la experiencia me habían obsesionado los puntos cardinales, y creía yo que el norte debía estar a mi izquierda. Caminé en esa dirección bastante rato antes de advertir que ya era de día y que ya no estaba usando mi "visión nocturna". Recordé que tenía reloj y vi la hora. Eran las 8. A eso de las 10 llegué a la saliente donde había estado la noche anterior. Don Juan yacía dormido en el suelo.

-¿Dónde has estado? -dijo.

Me senté a tomar aire. Tras un largo silencio, don Juan preguntó:

-¿Lo viste?

Empecé a narrar la sucesión de mis experiencias desde el principio, pero me interrumpió diciendo que todo cuanto importaba era si lo había yo visto o no. Me preguntó si Mescalito había estado cerca de mí. Le dije que casi lo había tocado.

Esa parte de mi relato le interesó. Escuchó atentamente cada detalle, sin comentar, interrumpiendo sólo para inquirir sobre la forma del ente que yo había visto, su talante, y otros detalles acerca de él. 

Era como mediodía cuando don Juan pareció haber oído suficiente. Se levantó y amarró a mi pecho un saco de lona; me ordenó caminar tras él y dijo que él iba a cortar a Mescalito y que yo debía recibirlo en mis manos y meterlo con delicadeza en el saco.

Bebimos un poco de agua y empezamos a caminar. Cuando llegamos al borde del valle, don Juan pareció titubear un momento sobre la dirección a seguir. Una vez que hubo elegido anduvimos en línea recta.

Cada vez que llegábamos a una planta de peyote, se acuclillaba frente a ella y muy gentilmente cortaba la parte superior con su cuchillo corto y serrado. Hacía una incisión al nivel del suelo y rociaba la "herida", como él la llamaba, con polvo puro de azufre que llevaba en una bolsa de cuero.

Sostenía el botón fresco en la mano izquierda y esparcía el polvo con la derecha. Luego se ponía en pie para entregarme el botón, que yo recibía con ambas manos, como él había prescrito, y colocaba dentro del saco.

-Mantente derecho y no dejes que la bolsa toque la tierra ni las matas ni ninguna otra cosa -me decía repetidamente, como si pensara que yo lo olvidaría.

Recogimos sesenta y cinco botones. Cuando el saco estuvo completamente lleno, lo puso sobre mi espalda y amarró otro a mi pecho. Al terminar de cruzar la meseta teníamos dos sacos llenos que contenían ciento diez botones de peyote. Los sacos eran tan pesados y voluminosos que yo apenas podía caminar bajo su bulto y su peso.

Don Juan me susurró que las bolsas estaban pesadas porque Mescalito quería regresar a la tierra.

Dijo que la tristeza de dejar su morada era lo que hacía pesado a Mescalito; mi verdadera tarea era no dejar que los sacos tocaran el suelo, porque si lo hacía, Mescalito jamás me permitiría tomarlo de nuevo.

En un momento particular la presión de las correas sobre mis hombros se hizo insoportable. Algo estaba ejerciendo una fuerza tremenda, tirando hacia abajo. Sentí mucha aprensión. Noté que había empezado a caminar más rápidamente, casi a correr; iba por así decirlo trotando detrás de don Juan.

De pronto disminuyó el peso sobre mi pecho y mi espalda. La carga se hizo esponjosa y ligera.

Corrí libremente para alcanzar a don Juan, que iba delante de mí. Le dije que ya no sentía el peso.

Me explicó que ya habíamos dejado la morada de Mescalito.


Martes, 3 de julio de 1962


-Creo que Mescalito casi te ha aceptado -dijo don Juan.

-¿Por qué dice usted que casi me ha aceptado, don Juan?

-No te mató, ni siquiera te hizo daño. Te dio un buen susto, pero no uno malo de verdad. Si no te hubiera aceptado para nada, se te habría aparecido monstruoso y lleno de ira. Algunas gentes han aprendido lo que significa el horror al encontrárselo y no ser aceptadas.

-Si es tan terrible, ¿por qué no me lo dijo usted antes de llevarme al campo?

-No tienes valor suficiente para buscarlo a propósito. Pensé que era mejor que no supieses

-¡Pero pude haber muerto, don Juan!

-Sí, pudiste. Pero yo estaba seguro de que te iba a ir bien. Una vez jugó contigo. No te hizo daño. Pensé que también esta vez tendría compasión de ti.

Le pregunté si realmente pensaba que Mescalito me había tenido compasión. La experiencia había sido aterradora; yo sentía casi haber muerto de susto.

Dijo que Mescalito fue de lo más bondadoso conmigo; me enseñó una escena que era una respuesta a una pregunta. Don Juan dijo que Mescalito me había dado una lección. Le pregunté cuál era la lección y qué significaba. Dijo que sería imposible responder a esa pregunta porque yo había tenido demasiado miedo para saber exactamente qué le preguntaba a Mescalito.

Don Juan sondeó mi memoria con respecto a lo que había dicho a Mescalito antes de que él me enseñara la escena en su mano. Pero yo no podía acordarme. Todo cuanto recordaba era haber caído de rodillas a "confesarle mis pecados".

Don Juan no pareció tener interés en hablar más de eso. Le pregunté:

-¿Puede enseñarme la letra de las canciones que usted cantaba?

-No, no puedo. Esas palabras son mías, las palabras que el protector mismo me enseñó. Las canciones son mis canciones. No puedo decirte cuáles son.

-¿Por qué no puede decirme, don Juan?

-Porque esas canciones son un lazo entre el protector y yo. Estoy seguro de que algún día él te enseñará tus propias canciones. Espera hasta entonces, y nunca jamás copies ni preguntes las canciones que pertenecen a otra gente.

-¿Cuál era el nombre que usted pronunció? ¿Puede decirme eso, don Juan?

-No. Su nombre nunca puede pronunciarse más que para llamarlo.

-¿Y si yo quiero llamarlo?

-Si algún día te acepta, te dirá su nombre. Ese nombre será para qué tú solo lo uses, ya sea para llamarlo en voz alta o para decírtelo en silencio a ti mismo. A. lo mejor te dirá que su nombre es José. Quién sabe.

-¿Por qué es malo usar su nombre para hablar de él?

-Ya viste sus ojos, ¿no? Con el protector no se juega. ¡Por eso no puedo explicarme el hecho de que escogiera jugar contigo!

-¿Cómo puede ser él un protector si también hace mal a la gente?

-La respuesta es muy sencilla. Mescalito es un protector porque está a la disposición de cualquiera que lo busque.

-Pero, ¿no es cierto que todo en el mundo está a la disposición de cualquiera que lo busque?

-No, eso no es cierto. Los poderes aliados sólo están a disposición de los brujos, pero cualquiera puede disponer de Mescalito.

-Pero entonces ¿por qué daña a cierta gente?

-No a todos les gusta Mescalito, pero todos lo buscan con la idea de sacar provecho sin trabajar.

Naturalmente, su encuentro con él siempre es horrendo.

-¿Qué ocurre cuando acepta por entero a alguien?

-Se le aparece como un hombre, o como una luz. Cuando alguien ha ganado esta clase de aceptación, Mescalito es constante. Ya no vuelve a cambiar después. A lo mejor cuando te lo encuentres de nuevo será una luz, y algún día hasta puede llevarte a volar y revelarte todos sus secretos.

-¿Qué tengo que hacer para llegar a ese punto, don Juan?

-Tienes que ser un hombre fuerte, y tu vida tiene que ser verdadera.

-¿Qué es una vida verdadera?

-Una vida que se vive con la certeza nítida de estar viviéndola; una vida buena, fuerte.